Concepto griego, significa carencia de mando, de jefe, de autoridad, de disciplina, de fundamentos, de principios. Es un indocto o cínico eufemismo para maquillar el caos. Su sola definición autoriza a presumir, en el anárquico, una disfunción o patología mental, o en el mejor caso una burda manipulación de la lógica, si quien profesa la anarquía pretende liderar reformas o procesos sociales.
Ninguna sociedad, humana o siquiera animal puede, en efecto, sustentarse sobre el total vacío de poder, liderazgo y delimitación de reglas y funciones que deben acatarse. Con razón Aristóteles definió al Hombre como Animal Político, y tras describir los regímenes autocráticos, plutocráticos y democráticos concluyó que el anárquico representa el peor de los escenarios posibles. Bajo el imperio de la anarquía expira la fuerza de la razón y sólo pervive la sinrazón de la fuerza. Su escudo reza: “homo homini lupus”, el hombre es un lobo contra el hombre.
Ha llamado la atención el resurgimiento triunfal de grupos anárquicos en los claustros universitarios. No proponen, sólo descomponen. Pidieron ser votados y, recién elegidos, llamaron a no votar. Algunos de entre ellos optan por la sátira: la coartada fácil del que se ríe desde la galería para disimular su incapacidad de ser protagonista en la cancha ¡Y son universitarios! Llamados, favorecidos y financiados por la sociedad para que asuman profesionalmente tareas de liderazgo, convocación, sanación y elevación social.
Si las reformas o expoliaciones tributarias en proyecto van a terminar formando y consolidando estos especímenes de anarco-satíricos, el voto de hoy y el impuesto de mañana en aras de tal “reforma de la educación” pasarán a la historia como un caso ejemplar de masoquismo cívico.
Pero en la sociedad, tal como en la naturaleza, nada es casual. Todo efecto tiene una causa. El anarquismo se ha ido erigiendo paulatinamente en criterio decisivo para forzar soluciones políticas, económicas y judiciales al margen de toda ley expresa y vigente. Los alardes y pachotadas de anarquistas universitarios son poco más que un inocuo divertimento si se comparan con la voluntaria renuncia o indolente renuencia de las autoridades a ejercer el gobierno y administración del Estado, conservar el orden público, hacer respetar la Constitución y los fallos del Tribunal Constitucional, generar las leyes de cara al bien común y no del lobby particular, juzgar las causas con estricto y exclusivo apego al Derecho y dar certeza, jurídica y sicológica, de que en el Chile republicano nada puede prosperar si se propugna violando los principios y fundamentos de un Estado en forma.
Entre los anarco-satíricos y los renuentes o renunciantes a ejercer su autoridad están los millones de ciudadanos que trabajan, pagan siempre más impuestos y sufren con estoica, incomprensible paciencia los mil atropellos diarios a sus derechos básicos. Este domingo tendrán tribuna para pronunciarse contra la anarquía.