Editorial FT: La historia y la tragedia se repiten en Afganistán
Biden pagará caro el error de cálculo durante el resto de su presidencia, señala el diario británico.
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El ataque relámpago de los talibanes en Afganistán ha llegado a las puertas de Kabul a una velocidad vertiginosa. El presidente afgano Ashraf Ghani se vio obligado a mantener conversaciones de emergencia para garantizar su salida del país. EEUU se enfrenta a una humillación similar a la caída de Saigón en 1975, que el mes pasado el presidente Joe Biden calificó de inverosímil. Es una tragedia para la población del país y una traición a los miles de soldados estadounidenses y aliados -y a los más de 120.000 ciudadanos afganos- que murieron en 20 años de guerra. También afecta gravemente a la credibilidad de Estados Unidos y la comunidad de democracias que Biden esperaba cimentar.
Fue el presidente Donald Trump el que anunció que las tropas estadounidenses se retirarían en 2021, siempre que los talibanes cumplieran con los compromisos del acuerdo de paz firmado el año pasado y que excluyó al gobierno afgano. Pero fue Biden el que decidió seguir adelante con la retirada de las tropas de EEUU de Afganistán.
Es cierto que, probablemente, a nivel interno el coste político sea bajo. Según los sondeos, los estadounidenses están tan cansados hoy de las "guerras eternas" como lo estaban durante la presidencia de Trump. Mantener el caótico estancamiento militar en el que se encontraba Afganistán era algo difícil de vender desde el punto de vista político. Sin embargo, en lo relativo a la posición global de Estados Unidos, Biden pagará caro este error de cálculo durante el resto de su presidencia.
Biden podría haberse mostrado favorable a una retirada considerable de los efectivos militares -cuyas bajas se habían reducido considerablemente desde 2015- para que permanecieran como apoyo de las fuerzas afganas, al igual que EEUU mantuvo una presencia durante muchos años en Alemania y Corea del Sur. En cambio, o la Casa Blanca ha seguido adelante con el plan de retirada sin tener en cuenta las advertencias de los servicios de inteligencia sobre los posibles riesgos, o la velocidad de la ofensiva ha resultado realmente imprevista, lo que pone de manifesto una sorprendente falta de conocimiento de un país en el que Estados Unidos ha estado presente durante dos décadas.
El colapso de Afganistán refleja no sólo un fracaso militar y de los servicios de inteligencia, sino la incapacidad de haber construido un estado más funcional en todo el territorio a lo largo de dos décadas. El objetivo inicial de la intervención posterior al 11-S era impedir que Al Qaeda utilizara el país como base para nuevos atentados. Aunque el presidente George W. Bush invocó el Plan Marshall cuando se comprometió a reconstruir Afganistán en 2002, y EEUU ha gastado ya más de un billón de dólares en su campaña, Washington nunca estuvo dispuesto a comprometer recursos suficientes para el tipo de reconstrucción nacional que emprendió tras la segunda Guerra Mundial. Es cierto que dedicó tiempo y recursos a la formación y el adiestramiento de los militares. Sin embargo, la estrategia de las fuerzas afganas para contener a los talibanes dependía del respaldo de EEUU, especialmente del apoyo aéreo.
Los sucesivos gobiernos afganos también son responsables. La corrupción y la mala gestión obstaculizaron los esfuerzos destinados a la construcción del Estado. Los líderes afganos también se negaron a llegar a acuerdos con los talibanes, sobre todo en 2011-12, cuando los combatientes islamistas estaban más debilitados y sus demandas eran relativamente limitadas.
Algunos expertos de Afganistán sugieren ahora que una restauración del gobierno talibán, por sangrienta y opresiva que sea, podría ser menos catastrófica que la alternativa de una guerra civil en la que distintos países apoyaran a diferentes facciones.
Ahora, no sólo la sufrida población afgana, sino también EEUU y sus aliados tendrán que vivir con las consecuencias. Ya ha comenzado una ola de refugiados que huyen de Afganistán. El país corre el riesgo de convertirse, una vez más, en una base para los yihadistas.
El deseo de la Casa Blanca de acabar con los persistentes problemas de política exterior para poder centrarse en China es comprensible. Pero el abandono de Afganistán a su suerte plantea dudas sobre el compromiso de Estados Unidos con sus supuestos aliados, y su determinación de solucionar los enredos militares. La implosión de una de las mayores y más costosas prioridades de la política exterior de la Alianza del Atlántico Norte en este siglo no pasará desapercibida en Beijing.