Por Peggy Hollinger
Christine Lagarde mira pensativamente la pared de su oficina en la que decenas de caricaturas enmarcadas recuerdan las vicisitudes de sus seis años como ministra de Gobierno. Al señalarle una en particular, es evidente que la mira con otros ojos. Es la que muestra a la siempre elegante ministra de Finanzas de Francia en zapatos de tacos alto y medias de red blandiendo un látigo sobre un banquero. Lagarde se estará preguntando si esa caricatura debería ocupar un espacio en su nueva pared, si es que logra convertirse en la próxima directora gerente del Fondo Monetario Internacional.
La respuesta debe ser afirmativa. Después de todo el humor de Lagarde, junto con su reconocida competencia, son dos de las razones por las cuales la mayor parte de Europa la apoya para reemplazar a Dominique Strauss-Kahn. Se piensa que incluso Rusia y China, que hace unos días se unían a otros países en desarrollo para lamentar que desde hace 64 años el puesto del FMI haya estado en manos de un europeo, ahora están en favor de Lagarde.
Sin embargo, se oyen críticas, y no sólo en el mundo en desarrollo. Algunos economistas han sugerido que Lagarde, que se formó como abogada corporativa, podría no ser la persona más capacitada para supervisar el sistema monetario global en una época de cambios económicos fundamentales. The Economist también se puso contra de su nominación cuando la acusó de defender lo indefendible por haber sido uno de los arquitectos de la respuesta claramente inadecuada de la eurozona a su crisis de deuda.
Sentada en su oficina, Lagarde rechaza las críticas: “por lo que sé del trabajo, creo que puedo hacerlo. Una de las cualidades que la gente reconoce en mí es mi habilidad para acercarme al otro, para tratar de lograr un consenso y buscar que la gente encuentre cuál es el interés común, mientras al mismo tiempo soy una persona muy firme”.
Lagarde ha tenido cuatro años para aprender a resistir los golpes como ministra del gobierno de Nicolas Sarkozy. Hoy, tras sobrevivir un comienzo turbulento con un silencio digno, su imagen es muy diferente y su importancia para la credibilidad internacional de Francia es innegable. Mientras la impulsividad y el histrionismo de Sarkozy irritan a sus socios europeos, la habilidad negociadora de Lagarde mantuvo en pie las discusiones en algunos momentos cruciales de la crisis. En ningún otro caso esto es más evidente que en las relaciones de Francia con Alemania. Sarkozy y la canciller Angela Merkel deben esforzarse para superar una mutua antipatía, pero “Christine Lagarde está muy bien considerada. Su capacidad para lograr acuerdos en las negociaciones internacionales se considera un punto fuerte”, dijo un funcionario alemán.
Lagarde atribuye su capacidad de gestión y espíritu de equipo al hecho de que es la mayor, y la única mujer, de cuatro hermanos y a la disciplina de su deporte favorito, la natación sincronizada. “Nunca trabajé sola. En natación sincronizada, uno trata de lograr la vertical perfecta pero, al mismo tiempo, tiene que tener una perfecta sincronización con los otros”, ha explicado Lagarde alguna vez.