Por David Pilling
Mongolia, país de vastos recursos que crece a una tasa de 17%, está viviendo un ambiente de “fiebre del oro”. Los mineros, banqueros y abogados que llegan en masa a Ulan Bator creen que se trata del próximo El Dorado.
Para John Finigan, director de Golomt Bank, la situación recuerda a Qatar, que en 1995 tenía una economía de
US$ 8.000 millones. Hoy su PIB llega a US$ 174 mil millones. ¿Por qué Mongolia no puede hacer lo mismo? Sus principales 10 minas contienen minerales por
US$ 2,75 billones (millones de millones), que repartidos en partes iguales convertiría en millonarios a cada uno de sus 2,7 millones de habitantes.
Mongolia, en el patio trasero de China, es rica en carbón, cobre, oro, tierras raras y uranio. Su presidente la llama un epicentro global.
La aspiración de transformar a Mongolia en la próxima Qatar es admirable, pero también podría convertirse en Nigeria. Es cierto, la escasa población de Mongolia en un área tres veces mayor a Francia, ayuda. Un país de instituciones frágiles y un PIB per cápita de US$ 3.000 se prepara a recibir miles de millones de dólares. ¿Qué podría salir mal?
Al menos cuatro cosas deben mejorar: la gobernanza, el mercado bursátil, el manejo económico y la estrategia geopolítica. La clave es la gobernanza. En esto Mongolia tiene fortalezas y debilidades. Desde que se libró de Rusia, en 1992 ha mantenido un gobierno democrático, con elecciones presidenciales y parlamentarias regulares. Sus tecnócratas estudiaron en Rusia, EEUU, Reino Unido y Japón.
Lo negativo es una corrupción en alza. Mongolia está en el lugar 120 de Transparencia Internacional. El presidente anterior fue arrestado por corrupción.
Otra cosa es cómo repartir el botín. Primero, Mongolia debe decidir cómo compartir la riqueza con los extranjeros, que tienen el capital y el knowhow. Las reglas para la inversión extranjera cambian constantemente. ¿Y cómo dividir el dinero entre los mongoles? Ha habido transferencias directas a cada uno, pero no es la forma.
Los políticos quieren poner el dinero en un fondo de estabilización. Tendrán que hacer eso y más: en una década, la población de Ulan Bator se disparó a 1,2 millón. Pero unas 500.000 personas viven en tiendas, sin servicios ni calefacción.
El manejo macroeconómico es complejo. La elites en Mongolia saben sobre la “enfermedad holandesa”, el estrangulamiento de las terceras industrias en los países ricos en recursos. La inflación alcanza el 20%. En 2010, su moneda fue la que más se apreció a nivel mundial, nada bueno para los exportadores. El agro necesitará ayuda. Y al final está la geopolítica. Atrapada entre Rusia y China, Mongolia teme a las aspiraciones territoriales de Beijing, lo que ya impidió la construcción de un tren necesario para exportar carbón.
Sin duda, Mongolia tiene una oportunidad de oro, pero también enormes desafíos.