¿Qué va a ocurrir con la economía mundial este año? Gran parte de la probable respuesta es que va a crecer. Como argumenté en una columna publicada en estas alturas del año pasado, el hecho más sorprendente sobre la economía mundial es que ha crecido todos los años desde principios de la década de 1950. En 2017, es virtualmente seguro que crecerá nuevamente, posiblemente más rápido que en 2016, como ha argumentado persuasivamente Gavyn Davies. Entonces, ¿qué podría salir mal?
La presunción del crecimiento económico es, probablemente, la característica más importante del mundo moderno. Pero el crecimiento consistente es un fenómeno relativamente reciente. La producción global se contrajo en la quinta parte de todos los años entre 1900 y 1947. Uno de los logros políticos desde la Segunda Guerra Mundial ha sido hacer que el crecimiento sea más estable.
Esto se debe en parte a que el mundo ha evitado errores de la escala de dos guerras mundiales y la Gran Depresión. También obedece, como el economista estadounidense Hyman Minsky argumentó, a la administración activa del sistema monetario, la mayor disposición a tener déficit fiscales durante recesiones y el mayor tamaño del gasto gubernamental en relación a la producción económica.
Tras la tendencia hacia el crecimiento económico hay dos poderosas fuerzas: la innovación en la primera línea de la economía global, particularmente en EEUU, y los esfuerzos de los países más retrasados por ponerse al día. Ambas están vinculadas: mientras más innoven las economías líderes, más espacio habrá para alcanzarlas. Consideremos el ejemplo más potente de los últimos 40 años: China. En los números oficiales (posiblemente exagerados) el PIB per cápita se multiplicó por 23 entre 1978 y 2015. Pero el país había sido tan pobre al inicio de su colosal expansión, que su PIB per cápita era sólo un cuarto del de EEUU en 2015. Apenas la mitad del de Portugal. El crecimiento para ponerse al día aún es posible para China. India tiene aún más espacio: su PIB per cápita era cerca de un décimo del de EEUU en 2015.
La gran probabilidad es que la economía mundial crezca. Más aún, es altamente probable que crecerá más de 3% (medido a paridad de poder de compra). Ha crecido menos que eso muy pocas veces desde inicios de los ‘50. De hecho, ha crecido menos de 2% en sólo cuatro años desde entonces: 1975, 1981, 1982 y 2009. Los primeros tres fueron el resultado de golpes al precio del petróleo, gatillados por guerras en Medio Oriente, y la desinflación de la Reserva Federal. El último fue la Gran Recesión tras la crisis financiera de 2008.
Esto también es consistente con el patrón desde 1900. Tres tipos de golpes parecen desestabilizar a la economía mundial: las guerras significativas, los shocks de inflación y las crisis financieras. Cuando se pregunta qué podría crear grandes riesgos negativos para el crecimiento económico global, debemos mirar los riesgos colaterales de esta naturaleza. Muchos caen en la categoría de “conocidos-desconocidos”.
Por algunos años, los analistas se han autoconvencido de que el alivio cuantitativo terminará en hiperinflación. Están equivocados. Pero un gran impulso fiscal en EEUU, combinado con presión sobre la Fed para no ajustar la política monetaria, podría generar inflación en el mediano plazo y un golpe desinflacionario más tarde. Pero ese resultado de las políticas económicas de Trump no ocurrirá en 2017.
Si se considera la posibilidad de crisis financieras globales significativas, dos escenarios destacan: el quiebre de la eurozona y una crisis en China. Ninguno es inconcebible. Pero ninguno parece probable. La voluntad de sostener la eurozona sigue siendo grande. El gobierno chino posee las palancas necesarias para evitar un derrumbe financiero verdadero. Los riesgos en la eurozona y China son incuestionablemente reales, pero también son pequeños.
Un tercer grupo de riesgos es el geopolítico. El año pasado, hablé de la posibilidad del Brexit y la “elección de un ignorante belicoso” en la presidencia de EEUU. Los dos se concretaron. Las implicancias del último siguen siendo desconocidas. Es demasiado fácil prever riesgos geopolíticos futuros: estrés político severo en la UE, quizá incluyendo la elección de Marine Le Pen en la presidencia de Francia y flujos renovados de inmigrantes; el revanchismo del presidente ruso Vladimir Putin, la futura fricción entre el agraviado EEUU de Trump y la ascendente China de Xi Jinping, la fricción entre Irán y Arabia Saudita, la posible caída de la familia real saudí y la amenaza de la guerra yihadista. No se puede olvidar el riesgo de una guerra nuclear: basta con mirar a Corea del Norte, el conflicto no resuelto entre India y Pakistán y las amenazas de Putin.
En 2016, el riesgo político no tuvo muchos efectos en los resultados económicos. Este año, las acciones políticas podrían tenerlo. Un peligro obvio es una guerra comercial entre EEUU y China, aunque los efectos económicos de corto plazo podrían ser menores que los que todos esperan. El mayor riesgo, en cambio, es a largo plazo. Las implicancias del hecho de que la figura política más poderosa del mundo tendrá poco interés en si lo que dice es cierto son desconocidas. Lo único que sí sabemos es que todos viviremos peligrosamente.
Una posibilidad importante a largo plazo es que el motor económico subyacente se esté quedando sin impulso. Quienes se están poniendo al día aún tienen potencial. Pero el dinamismo económico ha bajado en su núcleo. Un indicador es el disminuido crecimiento de la productividad. Otro son las tasas de interés ultra bajas. Trump promete un renacer del crecimiento en EEUU. Es poco probable, especialmente si sigue un curso proteccionista. No obstante, la preocupación debería ser menos sobre qué ocurre este año y más sobre si el avance de las primeras líneas de innovación se ha desacelerado permanentemente, como argumenta Robert Gordon.
Una buena apuesta es que la economía mundial crecerá entre 3% y 4% este año. Una apuesta mejor es que las economías emergentes, lideradas una vez más por Asia, seguirán creciendo más rápido que las avanzadas. Pero hay riesgos colaterales sustanciales para esos resultados. También hay una gran probabilidad de que la tasa de innovación en la mayoría de las economías avanzadas se haya desacelerado permanentemente. Feliz año nuevo.