Cuando el ministro de Economía Philip Hammond dijo que quería que el Reino Unido se transformase en un “líder mundial de redes 5G” durante su declaración de noviembre sobre la economía del país, sus colegas del Parlamento lo felicitaron.
De todos modos, Hammond llegó tarde, ya que desde hace dos años distintos gobiernos, empresas y académicos vienen haciendo esfuerzos por convertirse en pioneros de la tecnología 5G. AT&T presumió de alcanzar velocidades de datos de 14 gigabits por segundo en pruebas de laboratorio de una tecnología similar a la 5G con Ericsson e Intel, y uno de los principales ejecutivos de la empresa señaló que la próxima generación de redes tenía un “potencial ilimitado”. BT del Reino Unido y Huawei de China hicieron un pacto de “liderar el desarrollo mundial de tecnologías móviles 5G”.
Ulf Ewaldsson, director de tecnología de Ericsson, que está asignando la mayoría de su gasto de investigación anual de US$ 5.000 millones a la nueva tecnología, sostiene que la 5G es la mejor oportunidad que tiene la industria de las telecomunicaciones de volver a crecer.
Sin embargo, hay quienes han comenzado a decir que la industria corre riesgo de ir muy rápido e insistir demasiado con la 5G. El profesor William Webb, exdirector de Ofcom y presidente del Instituto de Ingeniería y Tecnología, sostuvo que el debate sobre las prestaciones que podrá dar la tecnología 5G se volvió “demasiado utópico” y que la industria arriesga invertir miles de millones en redes que ofrezcan velocidades que nadie precisa.
“Llegamos a un punto en el que todos pretenden admirar al emperador en su supuesto nuevo traje”, sostuvo, agregando que la industria se había “obsesionado con la velocidad” tal como los ingenieros aeroespaciales durante la década de 1960 al comienzo de la era de los viajes supersónicos, pero que la rapidez de descarga que se atribuyen a las futuras redes 5G de más de 10 gigabytes por segundo son muy superiores a las curvas de demanda históricas para datos móviles.