Cuando se publique esta columna, yo estaré de vacaciones en Francia, y EEUU se habrá alejado del abismo del default.
Visto desde Europa, la turbulencia financiera estadounidense es desconcertante. No es sólo toda la naturaleza evitable de la crisis. Es también su oportunidad. Todo el calendario político europeo está construido alrededor de la idea de que nunca pasa nada (ni debería permitirse que pase) en agosto.
El drama que envolvió a la cumbre de emergencia de la eurozona en Bruselas a fines de julio fue causado en parte por la amenaza de un caos financiero, si Grecia no recibía más dinero. Pero una razón no escrita para el sentido de urgencia de los líderes en la mesa de conferencia era un deseo desesperado de conseguir un acuerdo antes de que comenzara la temporada de vacaciones.
Juzgado en estos términos limitados, el acuerdo de la cumbre podría ser considerado exitoso. Ciertamente no resolvió la crisis en la eurozona. Pero los líderes de la Unión Europea creyeron haber hecho suficiente para asegurar que no hubiera un llamado a más cumbres de emergencia hasta después del regreso de vacaciones a comienzos de septiembre.
Cuando pasa algo realmente drástico en el mes de agosto, pilla desprevenidos a los líderes europeos. En agosto de 2008, cuando los tanques rusos entraron a Georgia, David Miliband, entonces secretario de relaciones exteriores del Reino Unido, tuvo que lidiar con la crisis a través de un celular desde una residencia de veraneo en España.
Pero de hecho, un estudio de la historia sugiere que los líderes europeos se engañan a sí mismos si piensan que agosto es un mes seguro para ir a las montañas o a la playa.
Cuando Miliband asumió el cargo, se había maravillado al pensar que su inmensa oficina era desde la cual Sir Edward Grey miró hacia fuera, en la víspera de la primera guerra mundial, y pronunció las famosas palabras: “Las luces se están apagando en toda Europa, no las veremos encendidas de nuevo en nuestro tiempo”. Grey hablaba, por cierto, un anochecer a comienzos de agosto de 1914 - el mes en el cual se desencadenó la guerra.
25 años después, en agosto de 1939, Europa iba de nuevo a la guerra. El 21 de agosto, se anunciaba el pacto Molotov-Ribbentrop entre la Unión Soviética y la Alemania nazi a un mundo conmocionado - haciendo inevitables la invasión de Polonia y una guerra general. La noche del 31 de agosto, Adolf Hitler ordenó al ejército alemán que atacara Polonia.
La tendencia de las crisis internacionales a reventar en agosto ha persistido en la era moderna. La Primavera de Praga en Checoslovaquia fue aplastada cuando la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieron en agosto de 1968.
El presidente George H.W. Bush ciertamente notó que había algo raro en el calor del verano. Los tres primeros años de su presidencia se caracterizaron por turbulencia en agosto. En agosto de 1989, se abrió la primera grieta en la Cortina de Hierro cuando Hungría abrió su frontera a Austria, iniciando la cadena de eventos que llevaron a la caída del Muro de Berlín unos meses después.
En agosto de 1990, el Irak de Saddam Hussein invadió Kuwait, y en semanas el presidente Bush encabezaba una coalición para lanzar la primera Guerra del Golfo. Un año después, en agosto de 1991, se informó a Bush que había un golpe en la Unión Soviética y que Mijail Gorbachev estaba arrestado. En cosa de días, la Unión Soviética comenzó a desmembrarse.
Para esta fecha, el presidente había empezado a ver un patrón. “¿Qué pasa con agosto?”, preguntaba en voz alta.
Es una buena pregunta. Una posibilidad es que el hecho de que el mundo democrático tiende a estar medio dormido, o en la playa, en agosto lo hace el mes ideal para que dictadores y autócratas muevan sus fichas. Puede que no sea coincidencia que tanques nazis en 1939, tanques soviéticos en 1968, tanques iraquíes en 1991 y tanques rusos en 2008, todos empezaran a rodar en agosto.
Aunque parece ser una práctica estándar que las guerras hagan erupción en agosto, sería una suerte de alejamiento protagonizar una crisis financiera mayor durante la pausa veraniega. Algunos de mis colegas más eruditos dicen que hay precedentes. La especulación contra la libra obligó a Inglaterra a salir del mecanismo cambiario europeo en agosto de 1992, y el baht tailandés colapsó en agosto de 1997, montando el escenario para la crisis financiera asiática subsiguiente.
Pero, en el mundo occidental, las grandes crisis financieras han tendido a esperar hasta el otoño (boreal). El crash de 1929 en Wall Street y su versión miniatura en 1987, tuvieron lugar en octubre. Cierto, la primera señal de la crisis actual llegó a través de una crisis de liquidez del Banco Central Europeo en agosto de 2007. Pero el colapso de Lehman Brothers, a menos que el lector lo haya olvidado, no llegó hasta septiembre de 2008.
Tal vez la actual generación de políticos estadounidenses quiso cambiar este patrón histórico y provocar una crisis financiera genuina este mismo mes. La crisis del euro parece haber revivido mucho más pronto que lo anticipado por los políticos de Europa.
Pero con todo, se necesita cierta perspectiva.
Empacado en mi maleta para Francia está Guns of August, la obra clásica de Barbara Tuchman acerca de la erupción de la primera guerra mundial. En la ciudad en la que me quedaré, el monumento a los caídos entre 1914 y 1918 tiene los mismos apellidos tallados en la piedra una y otra vez, resaltando el hecho de que las mismas familias perdieron un hijo en cada año de la guerra.
Es un recordatorio de que otros agostos en Europa han visto eventos que de verdad ameritan palabras manoseadas como tragedia y crisis. En comparación, algunas pataletas en el Congreso de EEUU parecen algo muy menor.