La confianza se esfumó y los inversionistas ven el contagio extendiéndose por la eurozona, una renovada debilidad en la economía estadounidense y la perspectiva de que el emisor de la moneda de reserva del mundo caiga en default en los próximos días. Este no es el telón de fondo para la temporada de las vacaciones de verano en el hemisferio norte que inversionistas y funcionarios querían.
A medida que se aproxima el período de escaso volumen en los mercados financieros, ya no resulta impensable que pueda repetirse un pánico de agosto similar a los que se produjeron en 2007 y 2008. Sólo que esta vez la economía global está mucho peor equipada para lidiar con el problema.
Los funcionarios están preocupados. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, dijo este mes que un posible default estadounidense sería una “calamidad financiera”, y Guilio Tremonti, el ministro de Finanzas de Italia, comparó la crisis de la eurozona con el Titanic, donde “ni siquiera los pasajeros de primera clase pudieron salvarse”.
La crisis europea tomó nuevo impulso cuando los temores llegaron a Italia. Con una economía esclerotizada desde hace mucho y cargada con una deuda del sector público que supera el ingreso nacional, Italia hasta ahora había escapado al escrutinio en el mercado de bonos porque no compartía los problemas de otras economías de la eurozona. A diferencia de Grecia, su gobierno no tenía deudas ocultas. A diferencia de Portugal, su déficit estaba bajo control. A diferencia de Irlanda, sus bancos no se habían embarcado en préstamos enloquecidos y, a diferencia de España, no había tenido una burbuja inmobiliaria que había estallado.
Pero con una carga de deuda de 120% del PIB, Italia era vulnerable a cualquier cambio en el humor de los mercados y eso se produjo cuando el primer ministro Silvio Berlusconi atacó públicamente a su ministro de Finanzas por el manejo de un plan de austeridad propuesto por el gobierno.
Del otro lado del Atlántico, lo que asustó a los inversionistas sobre la economía estadounidense fue la revelación de que los empleadores habían creado sólo 18.000 puestos de trabajo en junio, una cifra que quedó muy por debajo de las expectativas.
Por otra parte, el temor a la política disfuncional no está reservado para Europa. Por lo menos, en ese continente los funcionarios que deben tomar decisiones simulan respetarse entre sí. En EEUU, el FMI y la mayoría de los economistas han recomendado que el país produzca un plan creíble para recortar el gasto y elevar impuestos a mediano plazo, pero limitando la austeridad en lo inmediato. Pero, a menos que se logre subir el techo de la deuda ocurrirá lo contrario: una inmediata retracción que golpeará la economía estadounidense. Una recesión de doble caída en EEUU es algo que no le interesa a ningún país del mundo.
Los legítimos temores por la deuda soberana en dos regiones económicas dominantes son explicación suficiente para el actual clima sombrío. Es una posibilidad innegable que pueda producirse otro brote de la crisis económica que empezó en 2007, y los países simplemente no tienen los fondos para compensar otro pánico en el sector privado.