Por Quentin Peel
En el curioso juego de culpas políticas que es el pan y mantequilla de cada día en la Unión Europea, parece que hay un país que nunca puede ganar: Alemania.
El país más poblado y económicamente poderoso de Europa puede ser lejos el mayor garante de un fondo de rescate para sus socios de la eurozona. Pero eso no ha librado a Berlín de los tiros de Grecia, Irlanda y ahora Portugal, donde el sentimiento popular es que la mezquindad alemana -no la generosidad- es culpable en parte de los programas de austeridad que se han visto obligados a adoptar.
Es la última manifestación de un dilema visible desde la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial.
“La primera ley acerca de Alemania es que siempre están equivocados, como los estadounidenses para los franceses”, dice Gérard Errera, ex secretario general del Ministerio francés de Relaciones Exteriores. “Si son asertivos, los acusan de construir el Cuarto Reich. Si se oponen a la guerra en Libia, son inútiles”.
Los últimos doce meses han agravado este dilema. La crisis de la eurozona ha acelerado el surgimiento de Alemania como socio dominante en la UE, un proceso que ha molestado a muchos de los otros miembros. Berlín ha sido acusado de arrogante y avaro, de imponer su modelo de disciplina presupuestaria estricta mientras ignora sus propias faltas.
El vuelco ha cambiado el equilibrio de poder en Bruselas. Los funcionarios en la Comisión Europea, la rama ejecutiva del bloque, bromean diciendo que lo primero que se pregunta sobre cualquier legislación es “¿Cuál es la posición de Berlín sobre esto?”
Más importante, Francia se ha visto forzada a un rol secundario. Para todos los miembros de la UE, la ascendencia de Alemania es un desafío de adaptación al que recién se están ajustando. Para Alemania, el líder reluctante, también es una posición desconocida e incómoda.
El modo en que Berlín y sus aliados manejen el cambio decidirán el futuro de la UE y la supervivencia del euro. Alemania ha sido hace tiempo uno de los impulsores más apasionados de la integración europea. Algunos analistas alemanes temen que si el país se halla a sí mismo dominante y rechazado, abandone ese compromiso.
Más de 20 años después de que la reunificación restaurada la soberanía nacional, Alemania sigue insegura de su rol internacional. Mientras tanto, desde Washington a Beijing, mientras la prominencia económica de Alemania no se discute, su influencia política es cuestionada.
Así como dominó las decisiones en la crisis de la eurozona, Berlín se abstuvo en Libia y se negó a participar con sus aliados de la OTAN en la zona de exclusión aérea sancionada por la ONU. El mes pasado, la marcha atrás de la canciller Angela Merkel en energía nuclear tras el terremoto japonés sorprendió a vecinos como Francia y mostró que Berlín pone primero las prioridades internas. Enojó a los países fuera de la eurozona al lanzar con Francia un “pacto de competitividad” basado en la unión monetaria de 17 miembros, y no la UE de 27.
Desde que la crisis de deuda griega detonó un debate fundamental sobre el futuro del euro, ha sido Berlín quien determina el foco y el ritmo de la gestión de la crisis. Fue Merkel quien aplazó el rescate hasta que se negociara un programa de austeridad, Y fue ella quien puso luego la mayor cantidad de dinero sobre la mesa. En la cancillería, rechazan la idea de que la “vocación” europea de Alemania (y la de Merkel) estén en duda. “Todos criticaron a la canciller por demorar el rescate para Grecia. Pero fue Merkel quien salvó a Europa”, dice uno de sus asesores.
Problemas de adaptación
El país que enfrenta más problemas para adaptarse a la nueva realidad alemana es Francia, cuya reconciliación postguerra con su ex enemigo siempre ha estado al centro del proyecto de la UE.
“La obsesión en Francia no es por el poder alemán en la diplomacia y su posición mundial. No lo tienen”, dice Errera. “La preocupación francesa es económica. La obsesión es el décrochage - desacople. Hace diez años las cifras, empleo, crecimiento, comercio exterior, todo, estaban a nuestro favor. Hoy es al revés”.
El problema con los alemanes, cree, es que se sienten “torpes”. “No saben cómo salir de sus contradicciones. Siempre han resentido y envidiado el modo en que se comportan los franceses”.
La política alemana es otra complicación. “Se nos olvida que es un país federal con un gobierno de coalición. Si el primer ministro británico o nuestro presidente dicen que haremos algo, esa suele ser la política. Si Merkel dice algo, aún tiene que consultar a sus socios de coalición y al tribunal constitucional”.
El desafío para los socios de Alemania es decidir qué tipo de nación quieren: dudosa o asertiva. El desafío para Alemania es reconciliar su provincianismo instintivo con su rol global.