Dan por sentado que las herramientas de gestión habituales en las economías occidentales también servirán en China. Pero esto es ignorar el hecho de que sus fundamentos económicos son muy diferentes.
Por: Nancy Qian | Publicado: Jueves 2 de enero de 2025 a las 04:00 hrs.
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Foto: Reuters
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Lo que suceda con la economía mundial y con la geopolítica global en 2025 dependerá en gran medida de China, mayor exportador del mundo y segundo mayor mercado de consumo. Pero las evaluaciones predominantes sobre la salud de su economía son muy deficientes.
Los indicadores de 2024 presentan un panorama mixto. El Producto Interno Bruto (PIB) de China crece, aunque la tasa exacta siempre es motivo de debate. El desempleo juvenil, que sorprendió a las autoridades cuando alcanzó un máximo de 21,3% en junio de 2023, ha disminuido a 17,6%. Y la crisis del mercado inmobiliario parece por fin estar cediendo, ahora que aumentan las transacciones tras la audaz intervención del Gobierno en apoyo de un sector que, en forma directa o indirecta, representa un tercio de la economía china.
Aun así, el dinamismo que caracterizó a esta economía durante las últimas tres décadas parece ausente. El crecimiento del consumo está frenado, porque los preocupados hogares chinos mantienen altas tasas de ahorro. Y la confianza de los inversionistas extranjeros está en un “mínimo histórico”. La caída de precios alienta temores a una espiral deflacionaria, similar al largo estancamiento que afectó a Japón desde la década de los ‘90. En este contexto, hay quien sostiene que el mejor momento de la economía china ya pasó.
Permitir una mayor participación del mercado en la asignación de la tierra, del dinero y de la mano de obra daría a más de 1.000 millones de personas la oportunidad de ser más productivas y ganar más. El resultado sería un aumento del consumo y de la inversión, más confianza y, lo más importante, una mejora de la calidad de vida.
Pero estas evaluaciones no son particularmente fiables. Para empezar, reflejan ante todo la visión de multinacionales preocupadas por sus ganancias o de empresas y gobiernos extranjeros que ven el crecimiento chino con una mirada adversaria. Esto ayuda a explicar por qué los observadores tienden a centrarse en sectores específicos (por ejemplo los bienes suntuarios o los vehículos eléctricos) que constituyen una pequeña parte de una economía vasta y compleja, y están desconectados de los desafíos que enfrentan la mayoría de los 1.400 millones de personas residentes en China y el Gobierno que gestiona sus vidas.
Un segundo problema de gran parte del análisis de la economía china es que no se basa en la evidencia empírica. Por ejemplo, los funcionarios internacionales tienden a obsesionarse con el consumo, que es bajo en China, a pesar de que el supuesto de que el consumo interno impulsará el crecimiento es muy discutible. De hecho, el bajo nivel de consumo puede deberse a una amplia variedad de problemas, que no se resolverían automáticamente si se indujera a los chinos a consumir más.
Asimismo, la obsesión con los riesgos deflacionarios se basa en el supuesto de que la deflación perjudica el desempeño económico. Pero los investigadores no han conseguido hallar pruebas rigurosas de que la deflación sea causa (y no síntoma) de desaceleración económica, o de que una política monetaria antideflacionaria impulse el crecimiento. Tanto en China como en Japón, lo más probable es que la deflación y el estancamiento económico sean producto de otros problemas, por ejemplo el veloz envejecimiento poblacional.
Nancy Qian, profesora de Economía en la Northwestern University, es codirectora del Laboratorio de Investigación de la Pobreza Global en la Northwestern University y directora fundadora del China Econ Lab.
Confundir las causas y los efectos de las tendencias económicas puede llevar a tomar medidas equivocadas e incluso contraproducentes. Piénsese por ejemplo en reducir los tipos de interés que se pagan por los depósitos bancarios: la idea es que al restarles rentabilidad, los hogares chinos ahorrarán menos y gastarán más. Pero lo que ocurrirá en realidad es que la mayoría de los chinos terminarán siendo más pobres. Si a esto se le añade la desvalorización de los inmuebles (principal instrumento de ahorro alternativo), el resultado es que en vez de gastar más, tal vez los hogares chinos se sientan motivados a aumentar el ahorro. O que se lo piensen dos veces antes de tener más hijos, lo que agravará la profunda crisis demográfica de China.
Otro problema de las evaluaciones de la salud económica de China es que tienden a tratar a este país como una economía moderna “normal” y dan por sentado que las herramientas de gestión habituales en las economías occidentales también servirán en China. Pero esto es ignorar el hecho de que sus fundamentos económicos son muy diferentes. Un ejemplo es la falta de instrumentos de ahorro. Otro es la propiedad de la tierra: el 55% de la superficie terrestre total de China es tierra agrícola y está bajo control directo de los gobiernos locales o arrendada a los agricultores. Y las viviendas urbanas de propiedad privada no incluyen el terreno sobre el cual están construidas; este pertenece al gobierno local, que lo arrienda al dueño de la casa.
A esto hay que sumar otras restricciones. En la mayoría de los países la gente puede elegir dónde vivir, teniendo en cuenta las oportunidades laborales y las preferencias de estilo de vida. En China los estrictos controles a las migraciones internas vuelven muy difícil para la mayoría de las personas (excepto las más ricas y educadas) mudarse a otra parte del país. En algunas zonas de Shanghái, una vivienda solo se puede vender a un ciudadano chino con permiso de residencia local conforme al sistema de registro de hogares hukou.
Además, mientras que en la mayoría de los países de ingresos medios y altos los estudiantes pueden descubrir sus talentos e intereses en forma gradual y esperar a terminar la secundaria antes de decidir si pedirán ingreso a una universidad, los estudiantes chinos no pueden darse ese lujo; el sistema educativo competitivo y centralizado los obliga a invertir y comprometerse con los estudios mucho antes. Estas restricciones (y muchas más) dictan la vida económica de la población china. También limitan el crecimiento del PIB agregado, porque reducen la eficiencia de la asignación de capital y mano de obra.
En lugar de enfrentar la falta de consumo o las presiones deflacionarias con herramientas “normales” (por ejemplo, las tasas de interés y el gasto fiscal), China necesita reformas fundamentales que resuelvan las cuestiones estructurales que subyacen a esos problemas. Permitir una mayor participación del mercado en la asignación de la tierra, del dinero y de la mano de obra daría a más de 1.000 millones de personas la oportunidad de ser más productivas y ganar más. El resultado sería un aumento del consumo y de la inversión, más confianza y, lo más importante, una mejora de la calidad de vida.
Son reformas muy complejas, lo que subraya la necesidad de diseñarlas e implementarlas con mucho cuidado. Pero si salen bien, los dividendos serán enormes. Cuando China pasó de una economía dirigista a un sistema de cuasimercado, consiguió mantener niveles de crecimiento notables por varias décadas. Eliminar los remanentes de la restrictiva economía planificada puede llevar a otra ola de alto crecimiento.