Reducir la desigualdad se está convirtiendo en una demanda cada vez más explícita en la agenda de reivindicaciones sociales y de los gobiernos. Pero más allá del valor que tiene una sociedad más equitativa en términos absolutos, la comparación de las cifras puras de desigualdad y las condiciones generales de las economías deja de manifiesto también la relevancia de las distintas estrategias usadas por los gobiernos para alcanzar esta meta.
En nuestra región, por ejemplo, el caso de Venezuela es ilustrativo. La República Bolivariana es la economía menos desigual de Latinoamérica, gracias a las políticas implementadas por el fallecido Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, que destinan casi 60% de los ingresos fiscales a los segmentos de menores ingresos. Así, con un coeficiente Gini de apenas 0,39, Venezuela ha logrado reducir la pobreza a la mitad.
Sin embargo, la estrategia usada por Caracas ha tenido un alto costo sobre el total de la economía. El país registra la mayor inflación a nivel mundial, cercana a 60%, desabastecimiento de productos básicos, destrucción de la base productiva, estrictos controles cambiarios y una altísima polarización. La inflación, por otra parte, es también una forma de empobrecimiento, al reducir el poder adquisitivo de los hogares.
El fondo y la forma
Muy distinto es el caso de Noruega, la economía menos desigual del mundo, con un coeficiente Gini de 0,25. Sin embargo, las políticas aplicadas por Oslo para reducir la brecha entre ricos y pobres han tenido un costo mucho menor sobre la economía.
Con un sexto de la población de Venezuela y menos de la mitad del territorio, el PIB de Noruega es 36% mayor. Y más importante, el PIB per capita (a Paridad de Poder de Compra) en el país nórdico más que cuadruplica al de la nación caribeña, con casi US$ 60 mil. Y la conflictividad social en Noruega es también mucho menor.
En ese sentido se puede suponer que el camino de Oslo para combatir la desigualdad ha sido más eficientes desde el punto de vista económico. Es interesante señalar que ambos países son productores de petróleo y han usado los recursos generados por el auge del commodity para financiar políticas redistributivas. La diferencia es que las políticas noruegas no han alienado a la inversión privada, de modo que el aporte estatal a la sociedad se complementa con el de los privados.
Visto de este modo, aunque avanzar hacia una sociedad más igualitaria es un bien en términos absolutos, la manera de hacerlo no es indiferente.