Durante las últimas cuatro décadas, la desigualdad de los ingresos en distintas partes del mundo, incluido Chile, ha experimentado una tendencia al alza, pero por diversas razones el problema no había sido tema de conversación.
Sin embargo, tras la crisis financiera de 2008, las diferencias entre los más privilegiados y los más desposeídos se han acentuado, lo que ha provocado una mayor demanda pública para redistribuir los ingresos. A casi tres años del surgimiento de los indignados en España y del movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos, la discusión sobre este fenómeno se ha instalado en diversas naciones y organismos internacionales.
En su encuentro de este año, el Foro Económico Mundial de Davos catalogó a la disparidad de ingresos como el riesgo global más probable. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) han advertido que la creciente inequidad no sólo amplifica el riesgo de nuevas crisis, sino que también tiene el potencial de generar inestabilidad social y política.
Quizás el suceso que más ha influido en el nuevo impulso que ha tomado el tema fue la publicación en marzo del best seller “Capital en el siglo XXI”, libro en el que el economista francés Thomas Piketty argumenta que la riqueza en las economías desarrolladas, particularmente en Estados Unidos, está altamente concentrada en un grupo muy selecto de personas.
Cifras de la base mundial de datos de máximos ingresos, elaborada por expertos de la Escuela de Economía de París –entre ellos, Piketty–, corroboran esta afirmación. Entre 2000 y 2012, la proporción de los ingresos del 10% más rico aumentó en quince de 20 naciones analizadas.
El país donde el decil más privilegiado obtiene la mayor cantidad de los ingresos es Estados Unidos, con 48,16%. La primera economía del mundo también se lleva el título por anotar la mayor variación dentro de este grupo en el período estudiado, con un alza de 5,05 puntos.
Si sólo se toma en cuenta el período de recuperación después de la última recesión, la brecha entre el 1% más rico y el resto de la población estadounidense es mucho más notoria. En la actualización publicada en septiembre de su informe “Haciéndose más rico”, el profesor de economía y director del Centro para el Crecimiento Equitativo de la Universidad de California en Berkeley Emmanuel Saez detalló que los ingresos del percentil con mayor poder adquisitivo se incrementaron 31,4% entre 2009 y 2012, mientras que para el 99% restante sólo crecieron 0,4%. “Por lo tanto, el 1% capturó 95% de las ganancias de ingresos en los primeros tres años de la recuperación”.
Los cambios tecnológicos, el surgimiento de la mano de obra barata en países como China e India, el aumento explosivo en los salarios del segmento con mayores ingresos, los sistemas tributarios menos progresivos y la pérdida de poder de negociación de los sindicatos son algunos de los factores que ayudan a explicar el creciente distanciamiento entre lo que ganan los ricos y los pobres.
Crecimiento vs. desigualdad
El hecho que la dispar distribución de los ingresos haya sido un asunto prácticamente ignorado en las esferas económicas y políticas desde mediados de los ‘70 podría deberse en buena parte a Arthur Okun. Hace casi 40 años, el asesor económico jefe del ex presidente Lyndon Johnson publicó su libro “Igualdad y Eficiencia: La Gran Disyuntiva”, en el que sostenía que la redistribución de los ingresos tiene un efecto negativo sobre el crecimiento.
Sin embargo, nuevos análisis refutan esta visión. En el informe “Redistribución, Desigualdad y Crecimiento”, tres economistas del FMI concluyeron que una disparidad excesiva probablemente debilitará el crecimiento, que los bajos niveles de desigualdad están fuertemente correlacionados con una aceleración más rápida y duradera y que las medidas redistributivas parecen ser benignas para la expansión.
Esta renovada perspectiva podría servir de base para abordar lo que el Papa Francisco describió hace unos días como “la raíz del mal social”.
Posibles soluciones
En marzo, el FMI presentó el reporte “Política Fiscal y Desigualdad de Ingresos”, en el que plantea que la redistribución puede ser pro crecimiento y pro igualdad. Entre las sugerencias del Fondo destaca la idea de hacer más progresivos los sistemas tributarios.
Una visión similar tiene la OCDE, que en un reporte publicado la semana pasada llamó a reformar los códigos impositivos para eliminar las deducciones y exenciones que favorecen a los más ricos, gravar formas de remuneración como las acciones igual que los salarios, aumentar los tributos sobre las propiedades, las herencias y los ingresos de capital.
Figuras como Larry Summers, Robert Shiller y Warren Buffet también han propuesto modificar los actuales sistemas tributarios para que los ricos efectivamente contribuyan lo que les corresponde.
En el lado del gasto, los expertos del FMI proponen mejorar el acceso de las familias de bajos ingresos a la educación y a los servicios de salud. Además, defienden expandir los programas de transferencias sociales condicionales. Estas medidas fueron probadas exitosamente en Brasil y México, donde un quinto de la reducción en la desigualdad entre 1995 y 2004 se debió a estos planes.
Las pensiones también juegan un rol importante en disminuir las diferencias entre los extremos y por eso los países deberían considerar elevar las edades efectivas de jubilación. En el caso de las economías emergentes, una opción viable es extender las pensiones no contributivas. El estudio destaca que en Chile ya existe este tipo de pensión.
Otra manera de reducir la desigualdad es a través de recortes en los sueldos de los ejecutivos. El columnista de Reuters Edward Hadas estima que este mecanismo es mejor que demandar un alza de impuestos, planteamiento que no genera consenso.