Por Francisca Orellana
Le importa más construir edificios emblemáticos, que sólo generar ganancias. Esa es la filosofía de vida del empresario Abraham Senerman, arquitecto con más de 50 años de trayectoria que ha destacado por ser el artífice de construcciones que se han convertido en íconos de su época, como el Edificio de la Industria, el desarrollo del centro de negocios conocido como “Sanhattan” en Las Condes o, más recientemente, el Edificio Titanium La Portada, que con 56 pisos es el segundo más alto de Chile.
Invitado al ciclo de conversación “Mi nombre es... Historias de emprendedores”, el empresario fue entrevistado por Roberto Sapag, director de Diario Financiero, y compartió con estudiantes universitarios su historia de vida, su incursión como empleado público y las claves para sacar adelante un emprendimiento.
“Uno tiene que imaginar dónde quiere ir, cuál es su meta, y luego trazar el camino para lograrla. Hay que descubrir la necesidad, analizar cómo satisfacerla y tratar de hacerlo lo mejor posible. Hay que soñar, pero sin perder el sentido de la realidad”, aconsejó el empresario.
De hecho, así nació el Edificio de la Industria: buscando un lugar más cercano a su domicilio para trabajar. En ese tiempo, Senerman trabajaba en el centro y pensó que muchas personas tenían la misma necesidad que él.
“Por formación profesional, siempre he estado atento a las necesidades reales. Hacía falta tener edificios de oficinas de otra calidad y en esa búsqueda empezamos a pensar en grande”, confidenció.
En ese sentido, Senerman subrayó la importancia de creer en lo que se hace.
“Si logran hacer que la gente crea en lo que están haciendo, van a tener asegurado el éxito. El éxito viene solo, si uno lo busca con trabajo, un buen equipo, cariño y vocación”, aseguró.
Retribuir
El empresario inició su carrera en el sector público, trabajando en el Servicio Médico Nacional de Empleados (Sermena) y, paralelamente, armó su oficina privada de arquitectura. En el Sermena, sin embargo, ejerció durante casi tres décadas con el ánimo de retribuir lo que había recibido del Estado.
“Trabajar ahí era como una responsabilidad social puesto que, profesionalmente, el Estado me dio todo: en la Universidad de Chile pagamos muy poco y me sentía con la obligación de retribuir lo que había recibido. No obstante, siempre quise hacer más de lo que estaba haciendo en ese momento. Mi ambición era contribuir con algo distinto, surgir con algo que fuera propio”. Así, en 1972 ya había hecho sus primeros edificios y en 1980 inició la década con un edificio de 26 pisos en Viña del Mar, el más alto de la época.