- ¿Qué destacaría del pontificado de Francisco I?
- Primero, me llama la atención que en un mundo tan secularizado y en Chile, donde hay una polarización bastante grande, haya una mirada que valora lo que hizo el Papa Francisco, que es más amplia de los católicos y es más compartida de lo que habría esperado.
No es casualidad que los canales de televisión y, en distintas partes del mundo, le hayan dado tanto espacio a reflexionar sobre el legado del Papa Francisco. Los canales se mueven por rating, entonces, hay un interés de la gente por conocer y una valoración de lo que él hizo.
“El Papa convocaba a una Iglesia en que las personas que tienen riqueza o poder tomen en cuenta en sus decisiones la dignidad y el cuidado de la naturaleza”.
En ese sentido, no hay vuelta atrás en algunas de las cosas que el Papa realizó. Por ejemplo, la manera en que concibió el rol del papado. Es un Papa muy cercano a la gente, lejos de la distancia de una autoridad casi religiosa o una autoridad casi cercana a la divinidad que existía antes, de la infalibilidad del Papa.
Este Papa se equivocó al decir cosas, pidió perdón. Habló mucho y, cuando uno habla mucho, también dice cosas que a veces hieren a los demás. Esa cercanía la gente la va a demandar y no veo cómo se puede restablecer esa autoridad religiosa tan cercana a la divinidad que existía antes.
- Sus mensajes eran de temas contingentes. ¿Logró motivar a las personas y a los líderes mundiales?
- Su mensaje fue muy moderno al tomar temas tan difíciles como el del calentamiento global y hacer un planteamiento a la humanidad. Me parece que tiene una influencia, el peso de una mirada equilibrada, pero también adelantada, es una advertencia y una advertencia de urgencia que resuena en las personas que están preocupadas, especialmente los jóvenes, por el futuro del mundo.
Y eso tuvo el Papa Francisco, se hizo cargo de los dolores, de las preocupaciones de la gente común. También no hay una vuelta atrás, por ejemplo, en cómo el Papa le dio un espacio a todos los que antiguamente eran considerados pecadores dentro de la Iglesia, como a los divorciados, como a las personas homosexuales. Dio pasos que fueron muy significativos y que a la Iglesia le había costado mucho dar.
Y en el tema de los abusos también se plantea desde una posición nítidamente en defensa de las víctimas, de transparencia también y de informarse.
La venida a Chile, en ese sentido, fue muy significativa. Él llegó de una manera y se fue de otra, entonces es un Papa que tocó el corazón de la humanidad, de moros y cristianos.
- También realizó una crítica al capitalismo y al crecimiento, que tenían que preocuparse de la desigualdad...
- En eso sigue bastante la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, Juan Pablo II, que era un Papa mucho más conservador, también abogó y la Iglesia durante la segunda mitad del siglo XX fue muy impulsadora de una mirada que superara ese capitalismo salvaje que pisa, que pisotea finalmente la dignidad de las personas.
Creo que también cuando él hace un llamado a los privados los está incorporando en esa mirada de una Iglesia de todos, una Iglesia de los pobres, una Iglesia de los que sufren especialmente, pero también una Iglesia en el que las personas que tienen riqueza o poder son invitados a participar mirando que sus decisiones tomen en cuenta a los seres humanos y que tengan el cuidado de la naturaleza, de la dignidad de las personas.
En eso siento que el Papa fue un continuador de la doctrina social de la Iglesia, que también se ha diluido en el mundo moderno.
- Ahora mucha gente se va a interesar por lo que escribió el Papa Francisco. ¿Qué enseñanzas cree que dejó?
- Sí, a mí me queda por leer la biografía de él. Creo que es un tiempo en el cual hay que recoger aquello que es más esencial de su mensaje o aquello que más repitió, aquello que caracteriza la esencia de su mensaje en las distintas encíclicas que hizo.
Yo me quedo fundamentalmente con la encíclica Laudato Si’, que habla del cuidado de la casa común, creo que sería bueno que se pudiera difundir en sus partes más esenciales y también lo que toca fundamentalmente para construir una Iglesia donde todos caben, en que no hay buenos y malos, sino que todos los seres humanos conviven con sus miserias y con sus alegrías.