Viejo Pascuero: "Ahora los niños me piden sus regalos por Zoom"
Ashley Uribe, el hombre detrás del personaje cuenta que "la experiencia de mirarlos, en vivo, ilusionados es irremplazable".
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"Esta Navidad ha sido distinta a todas las que he vivido en mis más de 20 años ejerciendo como Viejo Pascuero. Navidad a Navidad, solía instalarme en un mall de la capital para escuchar los deseos de fin de año de los niños. Mi trabajo actual consiste en estar sentado en una oficina de una multitienda a cientos de metros del pino, donde está ubicado mi sillón. Desde un escritorio me conecto a Zoom para conversar de manera virtual. Veo a los menores en un tremendo sillón sin mí, pero conmigo a la vez. Ahora los niños me piden sus regalos por Zoom.
La experiencia de mirarlos, en vivo, ilusionados es irremplazable. Llegan ansiosos a contarme que se portaron bien en el año. Aunque hay algunos muy honestos que reconocen que les costó. La bicicleta es el regalo que más piden. Los tablets ahora le hacen la competencia, pero ni tanto.
Antes este trabajo duraba 24 días de corrido y con un sueldo millonario, de millones pesos. Este año apenas serán diez días y, con las cuarentenas los sábados y domingos, no hay permiso para tantas horas.
Yo llegué a esto en busca de una oportunidad. De joven me dediqué a vender repuestos y un día leí en el diario que necesitaban un viejo pascuero con barba natural y de puro copuchento fui a chuchoquear para ver si la pega era buena porque diciembre, por lo general, no era un mes bueno para mí. Quedé seleccionado y a partir de ese momento nunca más dejé de serlo. Me cuido la barba los 12 meses y mi traje lo tengo impecable para usarlo en esta época. Es bien curioso, pero este año no me he tenido que recortar mucho la barba, me crece más lento. Quizás es porque estoy más viejo.
No me imaginé que íbamos a seguir con esto del coronavirus. Los más jovencitos no tienen tanta noción de la pandemia, pero los más grandes sí. Una niña el otro día me pidió que estuviera ahí, con ella, y no a través de la cámara. Yo le respondí que estaba ahí, pero ella sabía que no era lo mismo.
Así como esa, tengo historias para una vida entera. Jamás me voy a olvidar de una menor de unos 11 años que me pidió que salvara a su mamá de una enfermedad. “Viejito, tú tienes contacto directo con Dios, pídele por favor que no se la lleve”, me dijo. La abrace y la tranquilicé. Esto demuestra que uno no es sólo el personaje que trae regalos, para ellos somos pura ilusión, magia y capacidad de hacer milagros.
Una anécdota graciosa es la de una señora que todos los años iba con sus perritos a sacarse la foto de Navidad porque para ella, sus cachorros eran sus hijos.
En este tiempo he visto no sólo cómo los niños han cambiado. Los adultos también y no tiene que ver con la pandemia solamente. Antes las mamás venían más tranquilas, hoy las veo apuradas y cansadas. La mayoría debe trabajar y tiene menos tiempo de ser mamá, como las que tuvo uno.
Luego, con los casos de pedofilia, los papás no dejaban que los más chiquititos se sentaran en mi rodilla para evitar el contacto con un señor mayor. Eso lo recuerdo con mucha pena y una sensación de injusticia porque metieron a todos en el mismo saco.
El año pasado con el estallido me gritaban por las escaleras del mall “¡capitalista!”, y otras barbaridades que ni se imagina. Pero yo me río, no les hago caso. Los jóvenes se han vuelto groseros, violentos y menos obedientes.
A estas alturas de mi vida, vivo con una pensión baja -de no más de $150 mil-, pero menos mal me llega una renta que me da una casa que me compré con los ahorros de la vida. Durante el resto del año me dedico a mis hijos, los ayudo a hacer trámites y a estar con mis nietos.
Menos mal que con esto del Zoom, no tengo que usar mascarilla: no es necesario porque no estoy cara a cara con los niños. Eso sí que no va con mi rol de Papa Noel.
Igual, no tengo miedo a que se me pegue este virus, incluso creo que ya lo tuve en marzo porque anduve un poco resfriado y me costaba respirar.
Hace un par de días estuve afuera de una municipalidad a las 10 de la noche, vestido de Viejo Pascuero, y de un minuto a otro se repletó de pequeños. Mi nuera que me acompañaba se puso nerviosa, se preocupó de que no me fuera a contagiar. Jamás pensé que a esa hora me iba a topar con tantos chiquillos. Todos con mascarilla hacían fila para contarme lo que querían para esta Navidad. Pensé que me iban hablar de las vacunas o de los contagios, pero no fue así. Los niños siguen viviendo la Navidad de la misma manera.
Ahora, si yo tuviera que pedirle algo al Viejito sería toneladas de amor para todos. Eso es lo que hace falta. Que nos queramos, que nos tratemos bien, que seamos amables y que nos ríamos más".