Lecciones de Vida

Sebastián Godoy, primer contagiado del Saint George: “Pagué el noviciado”

Contrajo Covid-19 y estuvo 51 días sin ver a su hijo. "Lo más duro de este virus es la soledad", dice en sus lecciones de vida.

Por: María José Gutiérrez | Publicado: Domingo 9 de agosto de 2020 a las 04:00 hrs.
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Cuando el lunes 9 de marzo sentí los primeros síntomas de resfrío, pensé que se trataba de una influenza. Había muchos profesores con licencia y me llamó la atención que este año los virus respiratorios se habían adelantado. Jamás se me pasó por la cabeza que era Covid-19. Sigo sin saber cómo me contagié, pero tiene que haber sido en las primeras reuniones de apoderados y funcionarios. Me acuerdo que ese martes no me podía el cuerpo, y el miércoles fui a la Clínica UC San Carlos. Me hicieron un panel viral y “por si acaso” el test de coronavirus. Ese día, por precaución por una posible influenza, mi mujer y mi hijo de un año se fueron a vivir a la casa de mis suegros. No volví a ver a mi hijo hasta 51 días después. 

El jueves, aun no me informaban el resultado y me sentía peor por lo que fui donde un segundo médico en la UC. Cuando vio el informe “positivo” en línea me acuerdo cómo le cambió la expresión de su cara. “Tengo que ir a tomar medidas protección y vuelvo”, me dijo. Volvió con mascarilla y traje especial, me recetó jarabe y paracetamol –yo no representaba una población de riesgo: cumplí 40 años en julio y no tengo enfermedades de base– y me ordenó cuarentena por 14 días mientras esperábamos la muestra del ISP. Cuando llegó el resultado, el colegio se reunió con el Ministerio de Salud y decretó la primera cuarentena de Santiago. 

Ese viernes me sentí ahogado y partí otra vez a la clínica. Tenía un pequeña neumonía. Me mandaron de vuelta otra vez con jarabe y remedios. Como fui de los primeros casos, pienso que pagué el noviciado. No debieron haberme mandado a la casa porque cuando regresé a la clínica cinco días después ya tenía los dos pulmones comprometidos. “Lo más probable es que te intubemos por 48 horas para ayudarte a respirar”, me dijeron. Era el 18 de marzo –y según supe después, ese día le dijeron a mi mujer que podía no pasar la noche–. Volví a despertar el 3 de abril con escaras en la cabeza y 12 kilos menos. No podía caminar solo, comer solo, ni tomar agua. Recuerdo la sed –¡era brutal!– y lo que sentí cuando me dieron esos primeros 50 cc. No sé por qué pero se me repetía en la cabeza una frase –además en inglés y mal dicha–: “One, no more”. 

Apenas abrí un ojo me permitieron ver a mi mujer a través de una ventana un par de minutos. Eso es lo más duro de este virus: la soledad. Hay una nueva composición física y afectiva después de una experiencia así, de sentir profundamente lo frágiles que somos. Salí con la obsesión de alertar y educar -como buen profe- a otros. ¡Por favor cuídense! Me llama la atención que hoy se hable de los muertos como si fueran un dato. Detrás de esos 10 mil fallecidos hay al menos 30 mil personas que están sufriendo: sus familias.

Me fui de la clínica a hacer cuarentena a mi casa con kinesiología respiratoria y muscular. Mi señora me iba a ayudar porque me agotaba muy rápido. Esos días conversamos, nos abrazamos y lloramos. Todavía no veo a mi mamá, que tiene más de 70 años, porque no me atrevo a exponerla, porque si bien me salieron muy altos los anticuerpos, no hay claridad de cuánto tiempo duran, ni certeza de que no volveré a contagiarme. A los 14 días decoramos la casa con globos y volví a ver mi a mi hijo. ¿Papá? Preguntó cuando me vio, y corrió a abrazarme. Estaba tan grande. 

Ya recuperé el peso, me quedan todavía algunos calambres a nivel muscular y nervioso, y a veces tengo sueños muy raros. Por un buen rato no me quiero volver a sentir mal física ni emocionalmente. Prefiero mantener la distancia y no sufro con el encierro en mi departamento. Hace una semana volví a mi trabajo de manera remota. Yo llevaba años trabajando en el área digital del colegio, ¡y justo cuando pasó esto de las clases remotas no estoy! Si hay que volver presencialmente voy a hacerlo, aunque tenga miedo. Porque la educación en línea nunca va a reemplazar a la presencial.

Fui el primero al que diagnosticaron en un colegio en Chile, pero no se sabe quién fue el primer contagiado. Nunca me sentí responsable, lo que sí lamento mucho es que este contagio en otras instancias se haya llevado a personas familiares del colegio: maridos, mamás, abuelos, tíos. Y eso siempre duele. 

Siento que tenemos que repensar nuestras prioridades. Poner nuestro autocuidado y a nuestras familias antes. Estuve a punto de morir y no lo tenía en mis planes. Me encantan las motos, pero no voy a volver a andar en una. No voy a tentar al destino”. 

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