Maite Alberdi, directora de El agente topo: “Nunca dejo de tener miedo, hasta tener la película terminada”
Fue la película chilena escogida para representar a Chile en los premios Oscar y un nuevo título que consolida el sello de Alberdi como realizadora. Aquí habla sobre los desafíos del género documental y cómo ella los aborda: "Hacer documentales es como el jazz: tienes una pauta de improvisación y luego todo se va moviendo. O como un partido de fútbol: te preparas, practicas, armas jugadas, pero en la cancha van a pasar otras cosas".
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"Uno siempre arriesga cuando hace una película, entonces me sigue sorprendiendo la buena llegada que han tenido las mías, pero al mismo tiempo la carrera se construye paso a paso y con mucho trabajo. Nada ha sido casual. Yo estoy muy metida en todo el proceso de producción, no lo he dejado a mano del destino. Antes de tener a mi hijo trabajaba de sol a sol, y ahora hago malabares.
Detrás de cada película hay un equipo muy consciente de lo que queremos lograr, en el caso de El agente topo (2020) un objetivo era llegar a los premios Goya y al Oscar. Nos interesa que la película la vea más gente y también ganarnos la posibilidad de seguir filmando. Mientras más impacto tenga una cinta, te asegura tu pega y la de tu equipo, para una próxima.
Yo no podría haber hecho El agente topo sin las películas anteriores porque era una apuesta muy arriesgada. Tenemos coproductores internacionales porque les gustaron los títulos anteriores y apostaron por el proyecto incondicionalmente.
Siempre voy a hacer más de lo mismo y no tengo rollo con eso. Siento que a veces las filmografías de los directores son todas una gran película. Pueden ser distintas pero tienen cosas en común. La once (2014) funciona mejor para un público y Los niños (2016) para la televisión europea. Son audiencias distintas, pero hay una forma de filmar a la que no quiero renunciar.
Aunque a veces me canso de ciertas cosas y busco lo contrario. Hice El salvavidas (2011), donde estaba luchando con la multitud de la playa y después pasé a La once que era una producción ultra controlada.
Nunca dejo de tener miedo, hasta tener la película terminada. En el caso de El agente topo era extremo porque lo podían descubrir. La sensación de abismo durante el proceso creativo la tengo siempre, pero no siento una autoexigencia de superarme porque ninguna de mis películas es parámetro de la otra.
Hacer documentales es como el jazz: tienes una pauta de improvisación y luego todo se va moviendo. O como un partido de fútbol: te preparas, practicas, armas jugadas, pero en la cancha van a pasar otras cosas. Planifico, diseño, investigo, y luego me dejo llevar.
El agente topo (2020).
No quiero hacer ficción, me lo preguntan mucho. Lo he pensado, pero me encanta lo que hago. A los cineastas consagrados nadie les pregunta cuándo van a hacer un documental. Son materialidades distintas. No sé dirigir a un actor pero sí sé observar a las personas y trabajar con ellas dentro de su realidad. Si el cine es un gran museo, yo hago esculturas pero no tengo idea de cómo pintar con óleo.
Antes me tenía que detener un montón a responder las dudas sobre el género de mis películas. La gente quiere saber qué es real o qué no. Aspiro a hacer un documental donde nadie me pregunte sobre eso. Después de mucho darle vuelta, lo importante es que trabajo con la realidad y con personajes a los que no les puedes inventar una historia, porque es su vida. El compromiso ético que uno tiene como documentalista es que lo que se cuente sea real, pero las técnicas que usaste para llegar a ese resultado, son libres.
Los niños (2016)
La realidad es inverosímil y eso me fascina porque no tengo que andar justificando nada narrativamente, por azaroso o extraño que resulte: así es. Uno tiene muchas libertades en el montaje, puedes hacer asociaciones temporales, pero tienes que cuidar la narrativa general de la historia.
Por ejemplo en La once hay diálogos construidos con frases de años distintos, pero eso es porque la conversación era como un loop. Ni ellas se dieron cuenta que habían tiempos alterados porque el contenido era fidedigno. El montaje permite una construcción que es una síntesis de la realidad.
La once, 2014.
En el mundo del documental la brecha de género ha sido menor, en parte porque siempre ha funcionado al margen de la industria cinematográfica. Ha sido el campo para que muchas mujeres pueden desarrollarse en lo audiovisual. Pero desde que soy mamá, cuando me toca viajar a festivales, la pregunta de aterrizaje es cómo lo hice con mi hijo, con quién se quedó. A los directores hombres no les preguntan eso.
A nivel de industria todavía no se generan las condiciones para ser mamá y cineasta. Nos llenamos la boca con el rol de la mujer pero no partimos por lo mínimo. Te invitan a festivales pero no te dan la opción de viajes con tu guagua. Si después de la pandemia, hay que viajar como antes, no sé si puedo.
Tengo cierta trayectoria y he logrado un lugar por mi obra, pero también porque tengo la suerte de que las temáticas que me interesan no sacan ronchas. Políticamente generan consenso, no es algo intencional, se da de manera natural, pero estoy consciente que transversalmente no molestan".