Doscientos años después, la batalla decisiva de las guerras Napoleónicas sigue dividiendo a los europeos. Para los británicos, ningún superlativo es lo suficientemente florido para aclamar la victoria del Duque de Wellington sobre Napoleón en 1815 cerca de Waterloo, un pueblo al sur de Bruselas. Robert Southey, laureado poeta, lo llamó quizá "la mayor liberación que una sociedad civilizada ha experimentado desde la derrota de los moros por Carlos Martel", una batalla francesa en el año 732 comunmente considerada a principios del siglo XIX como el evento que evitó una conquista islámica de Europa Occidental.
Lord Castlereagh, secretario de exteriores británico que planeó la diplomacia que ayudaría a la caída de Napoleón, está inscrito en el registro oficial del parlamento británico diciendo: "Fue un logro de gran mérito, de preminente importancia, como quizá nunca se ha escrito en los anales de la historia de este o de ningún país hasta ahora".
Dos siglos después, la conmemoración de Waterloo este 18 de junio está en auge en Reino Unido y en el lugar de la batalla en Bélgica. La celebración es tributo al apoyo militar de Prusia y otros estados en la coalición anti-francesa, sin la cual Wellington no habría logrado la victoria y ubicarse como uno de los héroes británicos más reverenciados de su época. Sin embargo, se ha dado poco espacio a recordar el hecho de que en el momento de la victoria, no todos, ni siquiera en Inglaterra, estaban en éxtasis con la victoria de Wellington.
Un ejemplo es Lord Byron, poeta romántico campeón de las causas radicales, que al conocer el triunfo dijo "siento una condenada lástima... Esperaba vivir para ver la cabeza de Lord Castlereagh en una pica. Pero supongo que no lo veré". En la misma línea, su discípulo William Cobbett, sostenía 20 años después de la batalla que Waterloo había llevado a una oscura era de represión y dificultad económica, trayendo "más vergüenza, deuda, estrés a la clase media y más miseria a la clase obrera, amenazas a las antiguas instituciones, las leyes y las libertades del país" de lo que cualquier derrota británica haya provocado.
La visión de que Waterloo fue un triunfo para los reaccionarios encuentra una memorable expresión en la larga divagación de Víctor Hugo sobre la batalla en su novela "Los Miserables" (1862). Mientras los británicos veían a Napoleón como un advenedizo que merecía su exilio, el escritor y otros liberales franceses veían la caída del emperador como un retroceso que permitió la restauración de la monarquía Borbónica y otras reacciones en regímenes europeos.
Frente a este contexto, es fácil entender por qué persiste la sensibilidad francesa con el tema de Waterloo. En marzo, Francia presionó a Bélgica para que retire un lote de 180.000 monedas de dos euros acuñadas con motivo de la batalla por considerar que contenían un "simbolismo negativo" para una parte de los europeos.
Reino Unido, que no es miembro de la eurozona, está acuñando monedas de 5 libras por su cuenta.
El historiador británico de la Universidad de Cambridge Brendan Simms, sostiene que los alemanes también merecen mayor reconocimiento. En The Longest Afternoon, su relato sobre la historia del Segundo Batallón Ligero de la Legión Alemana del Rey, una formación de exiliados de Hannover. Entonces vinculado a una unión dinástica con Gran Bretaña, el territorio del norte de Alemania fue invadido por los ejércitos franceses en 1803 y pasó la mayor parte de los siguientes once años bajo dominio napoleónico.
Wellington dio a la unidad hannoveriana la tarea de defender La Haye Sainte, una casa de campo en el centro de la línea Aliada. Llevaron a cabo su función tan obstinadamente que retuvieron a las fuerzas de Napoleón durante el tiempo suficiente para permitir la llegada del comandante prusiano para cambiar el rumbo de la batalla.
Brian Cathcart, profesor de periodismo de la Universidad de Kingston, es más conocido en algunos círculos como el fundador de Hacked Off, el grupo de presión que hizo campaña para desenterrar la verdad sobre las escuchas telefónicas ilegales por parte de elementos de la prensa británica. Pero en The News from Waterloo, explica que en la batalla no hubo corresponsales extranjeros y los periódicos de Londres en general recurrieron al gobierno y sus agentes para sus informes.
Cathcart cuenta cómo varios rumores engañosos barrieron Londres antes de que el Mayor Henry Percy, mensajero de Wellington, llegara, después de un agotador viaje, con despacho oficial del duque, así como dos águilas napoleónicas capturadas para asentar un punto incuestionable. Sin embargo, la primera información auténtica sobre la victoria británica en llegar a Londres vino de un misterioso viajero volviendo de Gante, cerca de Bruselas, conocido en la historia como "Mr C". Cathcart dice que no hay suficiente evidencia para estar seguro de su identidad. Donde rompe moldes es al explotar el mito de que Nathan Rothschild, un banquero prominente, recibió la noticia de la victoria de Wellington antes que nadie y la utilizó para hacer una gran ganancia en la Bolsa de Valores de Londres.
Una generación tras otra, historiadores de renombre han caído en esta falsedad, cuyos orígenes se remontan a un panfleto antisemita publicado en 1846 en París.
En Went The Day Well?, David Crane relata la historia de Jack Shaw, un amado guerrero británico que se desempeñó en Waterloo, supuestamente eliminando soldados franceses a diestra y siniestra antes de sucumbir a lo inevitable en La Haye Sainte. Las leyendas tejidas en torno a soldados como Shaw ayudan a explicar por qué Waterloo todavía hace que los británicos se sientan orgullos de su país.