Visitación de María
Aún lo sobrellevaba fácilmente al comienzo,
pero a veces, cuesta arriba, sentía ya
el peso de su maravilloso vientre,
y entonces se detuvo, tomando aliento, sobre las altas montañas de Judá. Mas no era la promesa de la tierra,
sino la plenitud que por su cuerpo se había dilatado;
al andar la sentía: jamás se sobrepasa
la grandeza que ahora experimentaba.
Y se apresuró a poner su mano
sobre el otro vientre, más distendido ya,
y ambas mujeres se inclinaron vacilando,
rozando el cabello y los vestidos.
Cada una, llena de su propio santuario,
buscaba el amparo de la otra.
Ay, el Salvador era aún en ella flor,
pero el Bautista, poseído de alegría,
dio saltos en el seno de Isabel.
Sospechas de José
Y el ángel habló y se dio el trabajo
de persuadir al que así crispaba los puños:
«Pero tú no ves en cada uno de sus pliegues
que es fría como la mañana de Dios».
Pero el otro le miraba con el ceño fruncido,
murmurando sólo: «¿Qué es lo que así la ha cambiado?»
Pero entonces gritó el ángel: «Carpintero,
¿no te das cuenta que es obra de Dios?
Porque tú haces tablas, en tu orgullo,
¿quieres pedir realmente cuentas a Aquel
que, con modestia, de esa misma madera,
hace brotar las hojas y abultar los capullos?»
Comprendió. Y como ahora levantase la vista,
asustado de verdad, para mirar al ángel,
éste ya no estaba. Entonces se quitó lentamente
la boina y entonó alabanzas al Señor.
Aparición a los pastores
Alzad la vista, vosotros, los que estáis en torno al fuego;
vosotros, que conocéis la inmensidad del cielo;
astrólogo, acércate aquí. Mira, yo soy una nueva
estrella que asciende. Toda mi esencia arde
y refulge con tal fuerza y está tan prodigiosamente
llena de luz que el profundo firmamento
ya no es bastante para mí. Dejad que mi brillo
penetre en vuestra existencia. Oh, las miradas oscuras,
los oscuros corazones, destinos bajo la noche
que en vosotros se colman. Pastores, qué solo
estoy en vosotros. De pronto se hace para mí espacio.
No os maravilléis: el árbol frondoso del pan arroja una sombra.
En esta fuerte luz sucederá mucho. Os lo revelo confidencialmente,
pues vosotros sois callados; a vosotros rectos creyentes,
habla aquí todo. Habla la lluvia y el ardiente estío,
el vuelo de los pájaros, el viento y lo que seáis,
nada de todo eso degenera en vanidad, haciendo
alarde de peso y crecimiento. Vosotros no retenéis
las cosas en la comisura de vuestros pechos
para atormentarlas. Al igual que la alegría fluye
a través de un ángel, así se propaga por vosotros
lo terrenal. Y cuando una mata de zarzas
empezó de pronto a arder, aún le era dado
al Eterno llamaros desde allí, y los Querubines,
cuando se dignaban encaminar sus pasos
al lado de vuestros rebaños, no os sorprendían:
os dejabais caer sobre vuestro rostro,
adorabais y llamabais a esto la tierra.
Pero eso fue. Ahora debe ser un Nuevo,
por el que el orbe con más esfuerzo se ensanche.
¿Qué son para vosotros unas zarzas?: Dios se identifica
en el regazo de una virgen. Yo soy el resplandor
de su intimidad, la estrella que os guía.
Nacimiento de Cristo
Si tú no hubieras sido sencilla, ¿cómo podría
tener lugar en ti lo que ahora ilumina la noche?
Mira, el Dios que retumba en las nubes
se hace benigno y viene en ti al mundo.
¿Te lo has representado más grande?
¿Qué es grande? A través de todas las medidas,
que Él recorre, va la magnitud de su destino.
Ni siquiera las estrellas tienen un curso parecido.
Ves, estos reyes son grandes,
y arrastran sus tesoros para ponerlos en tu regazo.
los tesoros que ellos tienen por más grandes,
y tú quizá te deslumbras también con ese tóxico:
pero contempla en los pliegues de tu vestido
cómo Él sobrepasa ya ahora todo eso.
Todo el ámbar que de lejanas tierras se trae,
todo ornamento de oro y la volátil especería,
que disipándose nubla los sentidos:
todo eso fue de muy breve duración,
y al final no ha quedado más que pesadumbre.
Pero (tú lo verás): Él irradia alegría.
Descanso en la huIda a Egipto
Ellos que todavía sin aliento acababan
de huir de en medio de la matanza de los niños:
ay, con qué grandeza imperceptible
supieron sobreponerse a su peregrinación.
Apenas se había disipado la causa del terror
que aún se reflejaba en ellos al mirar atrás sobresaltados,
cuando ya, al paso de la mula gris que cabalgaban,
ciudades enteras se sintieron en peligro;
porque no bien, insignificantes en el inmenso país,
-casi cual grano de arena- se acercaban a los poderosos
templos, se derrumbaban desconcertados todos
los ídolos y perdían por completo la razón.
¿No es, pues, imaginable que todo lo así
por su presencia conmovido se irritara?
Y aun ellos sintieron miedo de sí mismos,
sólo el Niño permanecía infinitamente confiado.
De todos modos hubieron de hacer un alto
en el camino. Mas entonces sucedió,
mira: el árbol que silencioso pendía
sobre ellos, con reverente cortesía,
se inclinó. Aquel mismo árbol,
con cuyas guirnaldas muertos faraones
tejían su frente para la eternidad,
se inclinó. Sentía florecer nuevas coronas.
Y ellos reposaban allí como en un sueño.