En una solemne ceremonia, Felipe VI fue ayer proclamado Rey de España en el Palacio de las Cortés de Madrid. En su discurso, el nuevo rey expuso las ideas principales de su reinado. Al respecto, el historiador Juan Pablo Fusi fue entrevistado por Fernando de Haro para Páginas Digital.
-Usted ha escrito que “la Familia Real ha sabido crear una monarquía discreta y popular, no cortesana ni aparatosa, con gran sensibilidad hacia el sentir y las reacciones espontáneas de una gran mayoría de españoles”. ¿Esa cercanía es el gran mérito?
-Desde luego, una monarquía cortesana para la cultura democrática de cualquier país europeo occidental actual sería totalmente inadmisible e inaceptable. Pero además de eso, efectivamente, por un lado el talante campechano del Rey, la impecable discreción de la Reina, y luego algo que ahora se nos olvida por los escándalos que han venido posteriormente, pero aquellas bodas tan populares de las infantas, etcétera, todo ello contribuyó a acercar la monarquía a muchos sectores de la sociedad. De hecho, la monarquía no ha estado seriamente cuestionada en ningún momento durante todas estas últimas décadas.
-En este momento, algunas encuestas reflejan que está en un punto bajo de popularidad, pero tenemos una monarquía mucho más consolidada que en el 31 ó que en el 79.
-Si se me permite, como historiador yo diría que la monarquía constitucional, parlamentaria y democrática que se crea a partir de 1978 es como la solución al gran problema de democracia que ha impregnado toda la vida política española a lo largo de los siglos XIX y XX. A partir de 1978 la alternativa ya no es monarquía o república sino verdadera democracia y, en todo caso, ampliación, profundización, regeneración del sistema democrático, pero una democracia como la reflejada en la Constitución del 78, que nadie tenga la menor sombra de duda, es muchísimo más perfeccionada, muchísimo más social y avanzada que por ejemplo la democracia de 1931.
-Hay un momento clave en la vida del Rey, que es cuando él decide dar la espalda, por decirlo suavemente, al proyecto que tenía Franco. Franco había hecho que Don Juan Carlos jurara lealtad a las Leyes Fundamentales. ¿Cuándo madura esa intención de Don Juan Carlos de dar la espalda al proyecto de Franco?
- Para ser justos y claros, yo no podría precisar si desde el 73, 74, etc. Lo que yo sí creo es que hay una convicción en la figura del entonces joven todavía príncipe y enseguida joven rey Juan Carlos, desde luego es en la figura de su padre, aunque hubiera un cierto distanciamiento desde el año 69 entre ellos, en muchos círculos monárquicos, y me refiero a ellos por ser los más cercanos a Juan Carlos, de que era imposible el franquismo después de Franco, que era absolutamente un anacronismo, que era innecesario y contrario a los intereses de España. España ya tenía que ser una democracia moderna, un país europeo, y por tanto en el momento en que se produce la sucesión, en la que el Rey Juan Carlos hereda un inmenso poder de Franco, eso que se dijo tantas veces del piloto, el motor del cambio es literalmente cierto. Sin su impulso no se hubiera puesto en marcha la Transición.
-Parece que es Don Juan el que le da el consejo de que gobierne para todos los españoles, pero Don Juan está fuera de España, no conoce realmente cómo vive España en esos años.
- Eso es cierto, y por tanto evidentemente el protagonismo fundamental de la Transición en lo que respecta a la Jefatura del Estado corresponde exclusivamente al Rey Juan Carlos. Lo que también es cierto es que muy inteligentemente Don Juan, a partir del 43-45, se separó radicalmente, aun cuando mantuvo siempre el contacto y personalidades franquistas estaban en su consejo, pero él evidentemente se separó y se divorció claramente del régimen de Franco, y proclamó la idea de que una monarquía tenía que ser necesariamente una monarquía de todos, una monarquía democrática.
-Hay quien distingue dos períodos fundamentales en el reinado. Un primer período desde la muerte de Franco hasta el 81-82, hasta que llegan los socialistas al poder, periodo en que el Rey tiene un papel de piloto, bombero... las metáforas son múltiples. Y a partir del 82 entra ya en la fase más constitucional, de jefe de Estado, donde su papel es menor. ¿Se puede hacer esa distinción?
- No puede ser de otra forma. El Rey es un Rey constitucional. Desde el momento en que se aprueba la Constitución, el Rey pasa a ser el jefe del Estado, con una función más representativa y más mediadora que evidentemente ejecutiva. El Rey no tiene poder ejecutivo a partir de la aprobación de la Constitución. Otra cosa es que el Rey exprese su opinión, influya sobre la opinión y sobre la clase política, sus discursos -que supongo que son siempre pactados necesariamente con el gobierno correspondiente- indiquen formas de actuación y de profundización en la política. Todo eso es verdad. Y luego le correspondía siempre al Rey en todo momento, y yo creo que ha sido un papel muy importante, la jefatura de las Fuerzas Armadas. Una cláusula que se puso en la Constitución precisamente para encauzar al ejército hacia el orden constitucional.
-¿Sigue siendo la monarquía la forma de la jefatura de Estado para una España que tiene la historia que tiene?
- Yo diría dos cosas al respecto. Reabrir la cuestión monarquía-república sería un grave error pero, lo que es peor, un error absolutamente innecesario. Decía, creo que en 2011 en una encuesta que hizo una publicación inglesa, un historiador tan conocido en España y hombre de izquierda radical como Eric Hobsbawm que las monarquías liberales habían resultado ser un marco muy solvente para la democracia en muchos países, y citaba cinco o seis, uno de ellos era España. Yo creo que la monarquía es un marco solvente para la democracia, a mi generación, y creo que a la siguiente también, lo que nos ha obsesionado y preocupado siempre es la democracia en España, la monarquía es hoy ese marco solvente para la democracia y cualquier intento de reabrir un pleito histórico de esa magnitud sobre la forma del Estado sería un disparate.
-Se va a producir una sucesión que no se producía en España desde hace mucho tiempo. Si no recuerdo mal, Alfonso XII a Alfonso XIII vía regencia de María Cristina. Eso está ya muy lejano. Es difícil establecer los retos que tiene por delante la monarquía, Felipe VI. Pero si usted tuviera que hacer una pequeña lista de retos, ¿qué seleccionaría?
- Tendría que seleccionar los que se va a encontrar, el mismo 20 por la mañana, que son los mismos problemas que existen ahora, que son algunos de más calado y profundidad que no simplemente los episodios dramáticos que pueden suceder aquí y allá en la calle. Seguimos teniendo un problema evidente de organización territorial del Estado por el desafío independentista de Cataluña o de gran parte de la clase política catalana. Hay una crisis económica que es duradera y cuya salida, aun cuando se está superando, no nos va a llevar a una situación igual que la de antes. Por lo tanto, viviremos en un entorno económico y social más complicado que digamos de 1985 a 2005. Tenemos en toda Europa problemas de inmigración clandestina y dolorosísima, con unas situaciones verdaderamente espinosas y trágicas, por toda la inmigración que viene de África y por tanto los problemas de integración social son complicadísimos y sumamente difíciles. Tenemos problemas de incorporación de jóvenes generaciones a la vida pública, a la vida laboral, que se están haciendo con enorme dificultad y con parte de esas generaciones, y sobre todo profesionales muy cualificados, que están emigrando fuera de España. Por tanto, tenemos problemas de tipo político-constitucional, tenemos problemas de tipo generacional, tenemos problemas de tipo económico-social. Eso no son problemas menores, son problemas posiblemente permanentes, y por tanto el futuro jefe del Estado, Felipe VI, tendrá que presidir sobre situaciones políticas sin duda alguna complejas y difíciles.
Un impreciso pero irresistible deseo de cambio
Cambio de Rey. No tendría por qué haber sorpresas. Tras 39 años de monarquía constitucional "el alma republicana" de los españoles, aunque ha tenido un cierto repunte, sigue dormida. La Constitución de 1978 otorga unas competencias al monarca que van poco más allá de lo simbólico. Son mucho menores que las de cualquier presidente de las repúblicas vecinas (Italia, Portugal, Francia).
Don Juan Carlos pasó a segundo plano tras la estabilidad democrática conseguida al hacer fracasar el intento del golpe de Estado de 1981-último estertor de las asonadas militares del siglo XIX y XX, expresiones de la falta de un sujeto consistente que mantuviese en pie la democracia liberal-. Su labor ha sido, desde entonces, relevante como embajador en el exterior.
¿Y entonces a qué tanta agitación tras el anuncio de la abdicación? El relevo pacífico no se producía en la Corona de España desde hace más de cien años cuando Alfonso XIII heredó el trono de su padre Alfonso XII a través de la regencia de María Cristina. La proclamación de Felipe VI el próximo 19 de junio supone la consolidación de la segunda restauración. La falta de ejemplaridad de la familia real (caso Urdangarín) y el desafecto hacia las instituciones han provocado un incremento del republicanismo de izquierda. El nacionalismo secesionista en Cataluña y en el País Vasco no se reconoce, como es lógico, en el símbolo de la unidad nacional. Es natural que con este cuadro haya cierta inquietud.
Pero las incertidumbres no son muy relevantes. Ya no se puede contar con los comunistas, que fueron en la época de la transición los primeros monárquicos. Pero mientras siga existiendo la intelligentisia de centro-izquierda que ha defendido a la monarquía desde los años 80 para evitar a un presidente de república de derechas, los temores son infundados.
Y a pesar de ello hay una especie de inquietud y de deseo inconfesado de que con Felipe VI algo cambie. El reinado de Don Juan Carlos ha sido un buen reinado. Su labor en la transición a la democracia, decisiva. Su neutralidad constitucional exquisita. A los españoles les han preocupado poco los desórdenes de su vida privada. Y sin embargo el Rey se marcha con la peor valoración en las encuestas que ha tenido en los 40 años que ha estado en el trono. Es un mal general. El suspenso afecta a todo lo que tiene que ver con la vida pública. Por supuesto, a los partidos.
Se le puede echar la culpa a la gente. Se les puede regañar por no poner las cosas en sus justos términos. Ya dice John Gray que "la política es el arte de idear remedios temporales para males recurrentes: no es un proyecto de salvación sino simplemente una serie de recursos".
Podríamos pensar que los españoles, los europeos en general, andan enfadados porque han vuelto a realizar esa transferencia de sacralidad que pone la esperanza de la salvación en las instituciones. Habría vuelto, podría decirse, si no el pensamiento, sí el sentimiento utópico de los años 70 del pasado siglo, expresado en un marxismo hedonista. La reacción sería la propia de un pensamiento liberal coherente.
Pero poner a la política en su sitio no significa encogerse de hombros ante la insatisfacción que provoca en muchos la sensación de que la vida pública está alejada de la vida real, de la necesidad de lo auténtico. Y no es tanto por los casos de corrupción. Es más bien por un formalismo, una inercia, una insinceridad y un predominio absoluto de la gestión que provocan hastío y escepticismo. No será la ética la que nos saque de esta deriva cansina. Porque se repiten los viejos valores y vuelve su eco sin que hayan sido escuchados por las nuevas generaciones. Están en un código indescifrable para los más jóvenes y para los que no lo son. Se ha roto la cadena de la tradición. Celebramos, por ejemplo, los 70 años del desembarco de Normandía y los nuevos europeos solo se ven en fotos en blanco y negro. El irrefrenable deseo de un cambio para que la vida pública reciba aunque sea solo la sombra de lo verdadero está expresado con la gramática de siempre. Hay que volver a aprender a leer. Luego podremos empezar a escribir. Páginas digital