Opinión
Una oportunidad para la defensa europea
Ex alto representante para la Política Exterior y de Seguridad Común y ex secretario general de la OTAN. Es presidente del Centro Esade para la Economía Global y la Geopolítica.
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 31 de diciembre de 2010 a las 05:00 hrs.
Por Javier Solana
MADRID En vista de los actuales presupuestos excepcionalmente restrictivos en Europa, han ido aumentando las preocupaciones por la defensa europea. Sin embargo y paradójicamente, algunas novedades de 2010 infunden esperanzas para el futuro.
El acuerdo de defensa firmado en noviembre por Francia y el Reino Unido se compone de dos tratados, que comprenden el despliegue conjunto de sus fuerzas armadas, la disuasión nuclear y unos equipos y comunicaciones mejorados. Esa iniciativa cuenta con el firme respaldo político de los dirigentes de los dos países y expresa una clara determinación de unirse contra las amenazas comunes.
Si se aplican correctamente, esos tratados podrían llegar a ser un precedente esperanzador para toda la Unión Europea. Al trascender los límites estrictamente nacionales, trazan la vía futura de la defensa europea y contribuirán a determinar el rumbo de las relaciones de Europa con los Estados Unidos y la OTAN.
Para apreciar mejor el valor de esos tratados, debemos recordar el marco en que fueron concebidos. En 1998, la Declaración de Saint Malo por parte del presidente de Francia, Jacques Chirac, y del primer ministro de Gran Bretaña, Tony Blair, indicaba la determinación por parte de los dos países de reforzar las capacidades de defensa y seguridad de la UE. El Reino Unido, en un principio reacio a aceptar una capacidad militar autónoma, había aprendido las enseñanzas que se desprendían de la intervención en Kosovo, en el sentido de que la UE debe poder reaccionar rápida y eficientemente ante las crisis.
La Declaración de Saint-Malo indicó que las principales potencias militares de la UE estaban dispuestas a formular su propia política de defensa, si bien no sería totalmente autónoma respecto de la OTAN. De hecho, mediante los acuerdos de Berlín Plus, que facilitan la utilización de los recursos de la OTAN para misiones emprendidas con arreglo a la Política Europea de Defensa y Seguridad Común (PDSC), la OTAN reconoció la maduración de dicha política a lo largo del pasado decenio. De hecho, la UE ha emprendido 24 misiones en Europa, Africa y Asia, que difirieron en naturaleza, alcance y objetivos y contaron con medios civiles y militares combinados.
En la actualidad, se está pidiendo a la UE que lleve a cabo misiones complejas en circunstancias adversas. Al hacerlo, Europa debe aprovechar las enseñanzas que se desprenden de sus éxitos pasados. Nosotros, los europeos, debemos reaccionar favorable, rápida y eficazmente. Las misiones de defensa deben ser más adaptables, expedicionarias, multinacionales y multiinstrumentales. Deben centrarse en la estabilidad y la seguridad, independientemente de la situación en materia de seguridad o de la naturaliza del conflicto.
Aun así, está claro que ahora la defensa europea tiene que lidiar con las finanzas públicas. Además, el más reciente Eurobarómetro muestra que la defensa es la última cosa que preocupa a los europeos.
A ese respecto precisamente, el acuerdo franco-británico reviste importancia decisiva. Los tratados constituyen un intento de equilibrar la acción y la ambición en una situación de crisis económica, consolidación fiscal, grandes transformaciones en materia de defensa, interdependencias en aumento y amenazas mundiales desde el terrorismo y la proliferación nuclear hasta el cambio climático, la escasez de recursos y las epidemias que resulta imposible abordar unilateralmente. También sienta un precedente para el Reino Unido, al preparar el terreno para que futuros primeros ministros logren avances en esa dirección.
El fortalecimiento de las capacidades militares de los dos países refuerza indirectamente las de la UE. La búsqueda de sinergias y eficiencia que entraña el acuerdo podrían servir para dar un impulso a la Agencia Europea de Defensa. Ahora los británicos pueden considerar la ADE un gasto para la defensa, pero, cuando esté bien concebida, podría representar un ahorro para todos los países de la UE.
Además, el acuerdo prevé la cooperación en materia de ciberseguridad, terrorismo, comunicaciones por satélite y seguridad marítima, que también son elementos fundamentales del Tratado de Lisboa. Asimismo, las fuerzas expedicionarias conjuntas establecidas por los tratados podrían propiciar la creación en su momento de una estructura más amplia, pues ya disponen la cooperación bilateral con la OTAN, la Unión Europea, las Naciones Unidas u otras operaciones.
La solidaridad y el acuerdo sobre los objetivos políticos son las necesidades apremiantes de nuestra época. El nuevo pacto entre Francia y el Reino Unido podría ser un avance sin precedentes hacia la racionalización del gasto para la defensa y no para la desmilitarización de Europa. Todo depende de la vía que se siga.
En momentos de crisis financiera, no es probable que los Estados miembros de la UE aumenten el gasto para la defensa, pero, si Francia y el Reino Unido entienden hasta qué punto la proyección de su poder está vinculada con la de Europa, si dan carácter recíproco a la cooperación y la amplían a otros países europeos, conforme a la fórmula que permiten los tratados, podríamos ver a largo plazo una UE con la capacidad para desempeñar el papel en materia de defensa que espera de ella la comunidad internacional. Al empeñarse en conseguir una eficacia y una colaboración mayores, se puede hacer de la adversidad virtud.
Esa vía puede también sosegar las preocupaciones de los Estados Unidos por la reducción del gasto europeo para la defensa. Los tratados franco-británicos no abordan un mayor compromiso con la OTAN, aspecto de interés decisivo para los EE.UU., porque una reducción en el número de tropas europeas desplegadas en el extranjero entrañaría inevitablemente una carga económica mayor para los EE.UU.
Sin embargo, el acuerdo franco-británico sí que entraña un avance hacia las actuaciones conjuntas en Europa y hacia una mayor presencia europea en el escenario internacional, cosa que aliviará a los EE.UU., como también que se trate de una iniciativa de las dos mayores potencias militares de Europa, que tienen puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y cuyo gasto militar combinado representa la mitad del total dedicado a la defensa en toda Europa.
Todo esto forma parte de la continua transformación de la comunidad transatlántica de una organización concebida para la defensa del territorio contra un enemigo conocido a otra más flexible y dinámica. La creación de la gestión conjunta y la transformación de las capacidades de defensa convencional serán un reto de doble naturaleza: funcional, por los esquemas tradicionales de las organizaciones de defensa, y político, porque supone una cesión de soberanía estatal.
Otro reto igualmente importante será la cooperación entre la OTAN y Rusia, después de que Rusia aceptara en la cumbre celebrada en Lisboa el pasado mes de noviembre colaborar en el sistema de antimisiles de la OTAN.
Esa relación deberá estar basada en una cooperación beneficiosa para ambas partes que respete ciertos principios comunes de funcionamiento y no injerencia, pero la coordinación y la puesta en común de las capacidades pueden ayudar a los dos socios a afrontar la nueva naturaleza de los conflictos. A este respecto, la UE puede ejercer su capacidad de dirección, pues se trata de un proceso político que tan sólo acaba de comenzar.
Como dijo el primer ministro británico, David Cameron, del acuerdo con Francia: Es el comienzo de algo nuevo, no un fin en sí mismo, palabras que recuerdan las pronunciadas por Jean Monet, uno de los padres fundadores de la Unión, sobre la cooperación en Occidente: Esto no es un fin en sí mismo, sino el comienzo de la vía hacia un mundo más ordenado que debemos alcanzar, si queremos escapar de la destrucción. El acuerdo franco-británico de 2010 ha sido una señal esperanzadora para 2011 y más adelante: un paso adelante por el arduo, pero necesario, sendero hacia una mayor seguridad europea.