El espectáculo surrealista de los Juegos Olímpicos del Covid-19 en Tokio
El gobierno de Japón está gastando miles de millones en un evento al que nadie puede asistir.
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Leo Lewis
Mientras los mejores atletas del mundo comenzaban a confluir a través del aeropuerto y un Tokio amenazado por el Covid-19 entraba en la cuenta regresiva final para los Juegos Olímpicos, este viernes, una inmensa cabeza humana se elevó sobre la ciudad para inaugurar la Olimpiada Cultural.
Los méritos del globo aerostático gigante como obra de arte pueden ser debatidos. Como una pieza de mega-disonancia, está en algún lugar entre la gárgola voladora en la película de culto Zardoz y la madre judía en los cielos de Historias de Nueva York, de Woody Allen. Pero, aunque no parece para nada un símbolo claro del esfuerzo atlético global, un despliegue de US$ 25 mil millones nunca se trata solo del deporte.
La singularidad de la enorme cabeza de Tokio se ve amplificada por la sensación prevalente de anormalidad que marca estos juegos, un evento que ha polarizado la diferencia entre el éxito y el fracaso como ningún otro y ahora se tambalea en algún lugar entre ambos.
Si hubiera decenas de miles de despreocupados espectadores extranjeros unidos a una multitud local aún mayor, la cabeza flotante asentiría con fuerza sobre un festival de la humanidad. Pero tal como están las cosas ahora, con Tokio en estado de emergencia, los contagios en un máximo de seis meses, un delegado olímpico extranjero hospitalizado con Covid-19, un brote entre los atletas y el público excluido de casi todos los eventos, la cabeza parece resaltar aún más las dificultades de montar un espectáculo increíble y rogarle al mismo tiempo a la gente que no se reúna para contemplarlo en asombro.
Si reconciliar esa paradoja es difícil para los organizadores de los juegos y los eventos circundantes, se está volviendo casi imposible para el gobierno del primer ministro Yoshihide Suga. El respaldo para su gabinete se encuentra ahora en un mínimo histórico (según una encuesta del viernes realizada por Jiji), con un índice de aprobación inferior a 30% y el gobernante tiene claro que en un par de meses deberá responder por todo esto, pero sin su guardaespaldas del Comité Olímpico Internacional.
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Venta de alcohol
Un excelente ejemplo de este creciente caos son las numerosas disculpas que ha debido ofrecer Suga por su política sobre la venta de alcohol en bares y restaurantes, lo que sugiere que, ante la actual brecha entre sus deberes en conflicto como anfitrión y protector, su gobierno ha perdido toda capacidad de organización.
El problema se centra en el cuarto Estado de Emergencia de Tokio, que cubrirá el período antes y después de los Juegos Olímpicos. Al igual que con los tres anteriores, se permite que los bares y restaurantes abran hasta las 08:00 PM, pero solicita que no vendan bebidas alcohólicas. Con cada sucesiva declaración, tanto los proveedores como los consumidores se han vuelto más audaces en desafiar el "bluff" del gobierno, luchando en una rebelión común por el derecho a beber y seguir en el negocio. Ya desde el segundo Estado de Emergencia, el comercio de bebidas alcohólicas continuó bajo el manto de códigos verbales como “jugo de uva” y “té de cebada”. Ahora, en el cuarto, con el sol brillando y las vacunas subiendo, los comensales directamente piden vino y cerveza.
Aunque las autoridades podrían simplemente haber mostrado cierto grado de tolerancia, el ministro que encabeza la campaña contra la pandemia, Yasutoshi Nishimura, es sumamente sensible a una infracción tan descarada de las reglas debido a los juegos y los crecientes contagios. En el espacio de aproximadamente una semana, Nishimura ideó dos esquemas para hacer cumplir las reglas. El primero decretó que el gobierno debía contactar a los bancos de la nación y pedirles que presionaran a los bares y restaurantes (posiblemente con amenazas de retiros de préstamos) para que siguieran las pautas. Tras un día de sorda indignación y al borde de la rebeldía declarada, el plan fue abandonado.
La segunda idea fue que la Agencia Nacional de Impuestos escribiera a los mayoristas pidiéndoles que dejaran de suministrar alcohol a los bares y restaurantes que fueron sorprendidos incumpliendo la prohibición. Efectivo, quizás. Pero a la Asociación de Comerciantes de Licores de Japón, cuyo brazo político ha sido un socio incondicional del gobernante Partido Liberal Democrático y que sabe que hay elecciones en el horizonte, no le hizo ninguna gracia. Su rechazo generó un espectáculo de tres pistas en tiempo real, con el gobierno de Suga cediendo a los intereses comerciales, disculpándose por tratar de hacer cumplir sus propias reglas y sin ideas nuevas sobre qué hacer ahora.
Crisis de credibilidad
La credibilidad, como quedó expuesto por este doble tropiezo y las disculpas que siguieron, es un recurso finito. A largo plazo, el gobierno sabe que tiene un suministro sólido; su problema inmediato es que durante las próximas semanas, los Juegos Olímpicos seguirán vaciando sus reservas de formas cada vez más absurdas.
Una inmensa cabeza flotante, lanzada a los cielos sobre uno de los parques más populares de Tokio en una soleada tarde, siempre atraerá a una gran multitud de espectadores; el gobierno que da el visto bueno para inflarlo durante un estado de emergencia no puede sorprenderse en verdad si sus decretos sobre la venta de alcohol no son tomados en serio.