En enero de 1959 un barco experimental recorrió el trayecto entre Lake Charles -una ciudad pequeña del estado de Luisiana, Estados Unidos- y el puerto británico de Canvey Island. Ese buque, un carguero de la Segunda Guerra Mundial reconvertido con novedosos tanques y rebautizado como Methane Pioneer, se convirtió en el primer metanero de la historia. Y con su viaje (que al final fueron un total de siete durante algo más de un año) demostró que el transporte marítimo del Gas Natural Licuado (GNL) era posible.
Ese barco fue el primer paso para una revolución en el transporte y la energía que hoy en día está haciendo posible la globalización del mercado del gas natural. La distribución sigue haciéndose mayoritariamente, en torno a un 90%, a través de gasoductos, pero el uso del barco para su comercialización entre puntos separados por largas distancias está ganando terreno. Y tanto los países productores como los países compradores han iniciado una auténtica carrera para contar con las infraestructuras necesarias para llevar el gas a todo el mundo.
El Methane Pioneer tenía una capacidad que hoy parece ridícula: transportó en cada uno de esos siete viajes 5.000 metros cúbicos de GNL. Hoy, los barcos que realizan esa labor tienen una capacidad que oscila entre los 130.000 y los 180.000 m3. Pero los buques de mayor tamaño, integrados en la familia de los Q-Max, son mastodontes flotantes con capacidad para transportar 266.000 m3 de GNL, 53 veces más que en ese trayecto pionero.
Hoy son 393 los metaneros que surcan los océanos, y ya se han cerrado pedidos entre astilleros y compañías distribuidoras para construir otros 113, según datos del último informe anual del Grupo Internacional de Importadores de Gas Natural Licuado (GIIGNL).
El rol que juega el frío
El GNL es gas natural que ha sido procesado para convertirlo en líquido y así poder transportarlo en buques. El gas natural pasa por una central de licuefacción (situada en el país de origen) que lo enfría hasta una temperatura de 162 grados bajo cero para transformarlo en líquido, y que así ocupe hasta 600 veces menos que en su estado gaseoso. El gas ya líquido se traslada a los tanques de los barcos metaneros, que los mantienen a esa temperatura durante el viaje. De los buques, el GNL pasa a una central de regasificación (en el país de destino), que devuelve el hidrocarburo a su estado gaseoso y lo distribuye por una red de tubos convencional.
Las infraestructuras necesarias para desarrollar este proceso requieren inversiones cuantiosas: un metanero con una capacidad de 160.000 m3 tiene un costo de US$ 200 millones y la cifra alcanza los US$ 300 millones en el caso de los Q-Max; la inversión necesaria para levantar una central de licuefacción que convierta el gas natural en líquido se sitúa en US$ 20.000 millones, aunque depende de su capacidad de producción; y la construcción de una central de regasificación cuesta entre US$ 400 millones y US$ 1.000 millones.
A pesar de las inversiones, a partir de determinadas distancias el transporte en barcos metaneros resulta más rentable que la distribución mediante gasoductos: si la longitud del gasoducto necesario supera los 3.500 kilómetros, en caso de un tubo terrestre, y los 1.200 kilómetros, cuando el gasoducto es marino.
El 90% del consumo global aún pasa por tubos
Durante 2013 el transporte marítimo de GNL rozó las 237 millones de toneladas, según los datos del GIIGNL. El peso del GNL en el mercado global del gas natural es, no obstante, aún muy menor. Según las estadísticas de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), hasta dos tercios de la demanda mundial de gas natural se consume dentro de los propios países productores, y del otro tercio restante que se destina a exportaciones la gran mayoría se distribuye mediante gasoductos.
Sin embargo, organismos internacionales y consultoras auguran una creciente implantación a escala global. La relativa mayor facilidad para extraer el gas natural, ser menos contaminante que los otros combustibles fósiles, su eficacia en producción de energía y la flexibilidad que muestran las centrales eléctricas que lo utilizan, tener tradicionalmente precios más bajos que el petróleo... son factores que están conduciendo a una mayor gasificación de la economía.
Según un estudio de Citi, el gas natural irá ganando terreno al petróleo gracias a su utilización en cada vez más sectores económicos: la industria petroquímica, la generación de energía, los autos y el transporte. Primero en las economías más desarrolladas, con EEUU a la cabeza, para luego trasladar la tendencia a los países emergentes. En esta segunda parte del proceso, las economías asiáticas jugarán un papel principal. Y, de hecho, es precisamente Asia la región que ya concentra hoy el 75% del consumo del GNL global.
El incremento de la exportación mundial de GNL en los próximos años se puede dar por segura. Según las previsiones que maneja la AIE, el comercio global de gas licuado crecerá más de un 40% en los próximos cinco años, desde 320.000 millones de m3 en 2013 a 450.000 millones de m3 en 2019.