¿Por qué los sindicatos españoles ya no logran paralizar el país?
El desarrollo de los servicios ha inutilizado la huelga general como herramienta.
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Más allá del rechazo o el apoyo que puedan suscitar las medidas de austeridad o las reformas, la huelga del miércoles en España deja claro que los sindicatos ya no tienen capacidad para parar el país. Si en el año 88, la demanda de electricidad caía 34%, en esta apenas se redujo 11%. Los sindicatos defienden que esta baja se ha concentrado en la industria. Pero, lejos de respaldar su tesis de que la huelga ha sido un triunfo, apunta hacia cambios sociales que han dejado obsoletas a las centrales sindicales.
Los huelguistas dependen de la coacción para impedir que el paro sea un fracaso, por lo que se tienen que concentrar en puntos clave: industria y transportes. Sin embargo, el peso de la primera en el PIB se ha reducido desde 28% en los años 80 hasta menos de 18% en la actualidad.
Y, como apunta Rafael Pampillón, profesor del Instituto de Empresa, “cada vez hay más actividades que se externalizan, más gente que trabaja desde su casa y más gente dedicada a los servicios”.
Además, “muchos trabajadores tienen que recuperar lo que han dejado de hacer al día siguiente y las ventas también se retrasan, así que el efecto es más limitado”, explica.
Si a todo esto se junta la crisis, ¿qué puede sentir un trabajador que apenas llega al fin de mes y al que le obligan a perder un día de sueldo? ¿El autónomo que se encuentra con silicona en la cerradura o al que le increpan por abrir? ¿El empleado que tiene que madrugar una hora más para llegar a tiempo a su puesto?
Sindicatos del siglo XXI
Si la actuación de los sindicatos de clase podía tener sentido en el siglo XIX, con un estrato social más cohesionado, queda cada vez más deslegitimada en el XXI, cuando suponen un enfrentamiento de unos trabajadores con otros. “Es sorprendente que todavía tengan apoyo”, apunta Francisco Cabrillo, catedrático de Economía Aplicada en la Complutense y vicepresidente del think tank Civismo. “Tienen mucho peso en la función pública y se ve claramente que están defendiendo sus propios intereses, aunque hablen por todos. En realidad, quienes quieren hacer huelga son muy pocos”, agrega.
En marzo, sólo el 26% de los trabajadores hizo huelga voluntariamente o quiso hacerla, según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de abril.
No obstante, apenas el 7,7% cree que puede tener alguna influencia, frente al 82,9% que piensan que es poco o nada probable.
Cabrillo explica que, cuanto más se usa, la huelga general pierde efectividad. Pone Grecia como ejemplo. “Los sindicatos saben que no funciona, pero no tienen otra herramienta”, apunta.
De acuerdo con Lorenzo Dávila, jefe del departamento de Investigación del IEB, “los sindicatos están lastrados por el doble rasero (estándar) que mostraron en la pasada legislatura, pero además se enfrentan a un problema de representatividad”. Apenas el 16,4% de los empleados está afiliado a algún sindicato, la menor tasa desde 1990.
“Por eso -señala Dávila-,
cada huelga supone un examen para los sindicatos, ver si su discurso cuadra con las necesidades de los trabajadores”.
Sin embargo, cada vez es más difícil que logren convencer a una mayoría amplia. Al desarrollo de los servicios se unen cambios estructurales en las empresas, con trabajadores especializados que pueden mejorar su salario sin depender del grupo y temporales que se ven excluidos por los convenios.
Frente a esto, los expertos insisten en que los sindicatos se autofinancien, lo que mejoraría su representatividad.