Los ladrillos de China modelan una nueva sociedad
Millones de personas se han mudado a viviendas propias...
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Xie Jia piensa que acaba de ganar una pequeña pero importante batalla por la democracia. Esta profesora de química de 41 años que vive en la ciudad de Chongqing encabeza una comisión local de propietarios que recientemente organizó elecciones y expulsó a la compañía que administraba su complejo de viviendas. Este ejercicio en activismo cívico no es lo que tenían en mente los bloggers chinos inspirados por las multitudes árabes que pedían libertad. En realidad, 22 años después de que los estudiantes se congregaran en la plaza Tiananmen y sufrieran la represión subsiguiente, los llamados online para una Revolución del Jazmín quedaron, en general, sin respuesta.
Pero el auge en el sector inmobiliario, y las tensiones resultantes, plantearán a Beijing algunas de las mayores amenazas a la estabilidad política en la próxima década.
Desde muchos puntos de vista, la propiedad es el foco de la historia china moderna. El crecimiento económico a tasas de dos dígitos de la década pasada fue impulsado, en parte, por la explosión inmobiliaria en más de 100 ciudades que acompañó el proceso de industrialización. También está en la raíz de un aparente “superciclo” de aumentos en los precios de los commodities que ha durado varios años.
Algunos observadores consideran que el sector inmobiliario es el punto más vulnerable del país por la potencial aparición de una burbuja. Pero, pase lo que pase, el impacto sobre la sociedad ha sido profundo. Decenas de millones de personas se han mudado de viviendas del gobierno a departamentos que son de su propiedad. Este ha sido un ejercicio en movilidad social masiva porque les permitió unirse a la clase media urbana y escapar al control social que es propio de los edificios estatales.
Sin embargo, la propiedad inmobiliaria ha sido foco de una serie de conflictos políticos; desde el activismo tranquilo de Xie a las violentas protestas que involucran a granjeros pobres expulsados de sus tierras, o a inquilinos echados de sus casas, para hacer lugar a nuevos desarrollos inmobiliarios o parques industriales.
En la actualidad estos eventos son un fenómeno de alcance nacional. En los últimos años hubo una epidemia de confrontaciones violentas por demoliciones forzosas porque el afán urbanizador, que se aceleró en la última década se extendió de las zonas costeras hacia el interior. Estas demoliciones explican al menos 65% de grandes protestas en áreas rurales, según investigaciones de la Academia China de Ciencias Sociales.
Estos conflictos se han convertido en uno de los principales símbolos de la creciente desigualdad, tanto dentro de las ciudades, como entre las zonas urbanas y las rurales. La carrera por la tierra tiene usualmente dos motivaciones: dejar lugar para nuevas fábricas o para complejos de rascacielos para la clase media urbana. Pero cuando se construyen los complejos, también surgen formas más sutiles de presión política.
El complejo Xinyijing, en un suburbio de Chongqing, donde vive Xie, consta de una docena de rascacielos de 30 pisos que alojan a 2.180 familias. En muchos de estos complejos se están formando juntas de propietarios que representan los intereses de una nueva clase y son muy distintos de los antiguos comités de barrio, que son el nivel más bajo del gobierno local en las ciudades y los ojos y los oídos de la burocracia del Partido Comunista.
Hasta fines del año pasado, Xinyijing estaba administrado por una filial de la empresa que lo construyó, una compañía estatal políticamente poderosa. Pero los residentes empezaron a quejarse por la seguridad, el estado de los ascensores y el que los espacios verdes fueran más chicos de lo prometido. De modo que Xie y otros miembros de la comisión de propietarios decidieron aprovechar las nuevas normas en la ciudad que les permiten votar para deshacerse de la firma administradora.
Hubo muchas discusiones, pero el resultado de las elecciones fue que 65,5% de los hogares votaron contra la administradora. “La democracia puede ser un proceso lento y difícil, pero lo que hemos hecho aquí es un símbolo del progreso que está haciendo la gente en China”, expresó Xie.
En la mayoría de estas disputas, las quejas son locales. Xie y los miembros de la comisión están muy lejos de atacar al gobierno. Cuando se les pregunta qué piensan de Bo Xilai, el jefe partidario de Chongqing que ha alentado una revitalización del maoísmo, todos levantan el dedo pulgar en aprobación. Su promesa de perseguir la corrupción en la ciudad lo ha convertido en un favorito de la nueva clase media.