Por Guy Dinmore
Debía ser una demostración pública de unidad partidista, desde ministros en el gabinete hasta alcaldes de pequeños pueblos, con ovaciones de pie y encendidos discursos de apoyo.
Tras un año de traspiés electorales y escándalos personales, un cansado pero desafiante Silvio Berlusconi acababa de instalar a su leal ministro de Justicia como secretario del partido Gente de Libertad, poniendo en marcha lo que debía ser una transferencia de poder gradual y ordenada tras liderar la centro derecha italiana por los últimos 17 años.
Pero el despliegue de unidad no era lo que parecía. Entre quienes se pararon a aplaudir en ese centro de conferencias en Roma el 1 de julio había un grupo de veteranos del partido trabajando para desalojar más pronto que tarde al septuagenario primer ministro – y pasar por alto su elección del maleable Angelino Alfano, de 40 años, como aparente sucesor.
“Si el mercado va contra nosotros, está claro que este gobierno no puede durar mucho”, razona uno de los rebeldes, quien pide el anonimato. “Tenemos que persuadir a Berlusconi de renunciar”, agrega, apuntando a un gobierno que ha perdido credibilidad en sus esfuerzos por evitar que la tercera mayor economía de la eurozona, con una deuda de 120% del producto interno bruto, se contagie de los griegos.
La rebelión interna contra Berlusconi ha cobrado impulso, guiada por una profunda desilusión entre los italianos con su elite política. Ha llevado a títulos de “final de una era” y comparaciones con 1993, cuando los partidos establecidos fueron barridos por una ola de escándalos de corrupción en medio de una crisis económica.
Con su riqueza y carisma populista, Berlusconi ha sobrevivido a numerosos escándalos en la pasada década. Pero su entendimiento con el pueblo italiano –que ignorarían sus tonterías mientras todos compartían una mayor prosperidad- se vinieron abajo tras años de estancamiento económico coronado por los “sacrificios” que se les piden bajo su programa de austeridad.
Esta vez es la crisis de deuda soberana de la eurozona y el aumento en los costos de endeudamiento de Italia los que han impulsado a los veteranos a pensar en una alternativa a Berlusconi – incluso en estos meses. “Berlusconi está ocupando mucho tiempo en leyes para protegerse a sí mismo, demasiado enfrascado en sus problemas personales, incapaz de pensar en la imagen mayor de la modernización del país que había prometido”, explica el rebelde en su oficina parlamentaria.
El hacha caería también sobre Giulio Tremonti, ministro de Hacienda. Su presupuesto de austeridad, apurado a través del parlamento este mes, es considerado inadecuado. Los críticos dicen que el paquete carece de reformas genuinas para poner en marcha una economía casi estancada e impone sacrificios a la gente común mientras la elite política bien remunerada flota en interminables escándalos de corrupción.
Que hay planes de remover a Berlusconi es un secreto a voces – incluso partes de su imperio mediático lo están informando, sin mencionar nombres, con cada semana proporcionando nueva evidencia de la vulnerabilidad y aislamiento del primer ministro, quien enfrenta tres juicios separados por corrupción, fraude tributario y sexo con una prostituta menor de edad.
Enfurecido por un fallo que obliga a su empresa Finivest a pagar 560 millones de euros a su rival CIR en el caso Mondadori, que se arrastraba por más de 20 años, Berlusconi desapareció de la visión pública por una semana y pasó el 11 de julio, cuando Italia enfrentó su mayor ataque en los mercados, con su familia y abogados lidiando con Fininvest. Tras el rechazo público, abandonó los esfuerzos por insertar una cláusula en el presupuesto que habría permitido a Fininvest demorar el pago hasta el resultado de la segunda (y final) apelación.
Berlusconi sólo puede mantener a raya a los magistrados (y a sus rivales) permaneciendo en el poder, aunque su capacidad de proteger a los suyos ha disminuido. La semana pasada, por primera vez un parlamentario fue despojado de su inmunidad para ser arrestado en un caso de corrupción. La votación en el parlamento expuso las divisiones entre Berlusconi y sus aliados en la Liga del Norte, que se alinearon con la oposición.
Se están trazando paralelos con la situación de comienzos de los ’90, cuando acciones judiciales destruyeron el establishment político, haciendo necesaria en 1993 la instalación de un gobierno interino liderado por Carlo Azeglio Ciampi, entonces gobernador del Banco de Italia. En esos días, como ahora, Italia enfrentaba una crisis financiera: tuvo que devaluar la lira y salir del mecanismo cambiario europeo, junto con la libra.
Hoy, según datos de La Repubblica, un diario de centro izquierda, al menos 84 parlamentarios (casi 10% del parlamento) son investigados, esperan juicio o ya fueron condenados. De ellos, 49 son del partido de Berlusconi. Pero la oposición no es inmune a los escándalos de corrupción.
Como en 1993, Berlusconi y sus aliados temen su caída y reemplazo por un gobierno de tecnócratas. Una administración de esa naturaleza podría recibir un mandato del jefe de Estado, Giorgio Napolitano, para implementar reformas económicas y una nueva ley electoral antes de las elecciones en 2013. El hombre más mencionado como posible primer ministro es Mario Monti, un economista y presidente de la universidad Bocconi, quien fue comisionado europeo durante dos períodos.
Monti parece dispuesto a asumir el desafío. Pero muchos observadores creen que el gobierno interino es improbable. Para que haya un gobierno de Monti, este tiene que caer – y no hay nadie que lo haga caer, dicen.
Los cercanos al primer ministro dicen que él no es de los que renuncian. Berlusconi insistió el viernes en que el gobierno “seguiría adelante” y que su coalición con la Liga del Norte está intacta. El resultado es parálisis, según el diario Corriere della Sera, notando que Italia tiene un gobierno que sobrevive a votos de confianza en el parlamento porque nadie quiere arriesgarse a las elecciones, pero no tiene la fortaleza para implementar leyes significativas.