Va camino a convertirse en una de las imágenes permanentes de la presidencia de Barack Obama: apretados en la sala de control de la Casa Blanca, el presidente y sus encargados de defensa, inteligencia y política exterior escudriñan pantallas con detalles de la operación para matar a Osama bin Laden a miles de kilómetros en Pakistán. El nerviosismo de sus expresiones es palpable. El video no era una representación en tiempo real de la muerte del líder de al-Qaeda, pero es probable que siga siendo el símbolo del fin de la mayor cacería humana en la historia.
En lo inmediato, el mundo se enfocó en las implicaciones para la jihad global, las relaciones entre EEUU y Pakistán y el impulso a la posición doméstica de Obama.
Pero la operación va más allá. Es una ilustración, la más impactante hasta ahora, del modo en que EEUU está involucrado en una forma de guerra cada vez más sofisticada: una que combina servicios de inteligencia y especialistas militares muy sofisticados. Se realiza en gran medida a través de espías, fuerzas especiales y ataques de aviones no tripulados (drones) en campos de batalla como Pakistán y Yemen.
“Hay un cambio sorprendente en la naturaleza de la guerra”, dice John Nagl, experto en contrainsurgencia y ex teniente coronel de ejército, quien dirige el Center for a New American Security en Washington. “A medida que la tecnología sigue avanzando y la gente como al-Qaeda usa esa tecnología contra nosotros, un sistema de seguridad nacional diseñado para enfrentar a otros estados cada vez más tiene que adaptarse a un mundo en el que nuestras amenazas más probables no son estados, sino individuos y grupos pequeños”.
En el corazón de esta nueva guerra está la cooperación de alta tecnología entre agencias de inteligencia y los militares que, en palabras de un funcionario de defensa de EEUU, “usa la revolución IT para avanzar la capacidad de usar datos hasta el borde del campo de batalla”. El nuevo enfoque usa grandes cantidades de información reunida por drones y señales de inteligencia de satélites. Una meta es escribir algoritmos que permitan que la cara o ubicación de un sospechoso de terrorismo sea identificado tal como un iPad puede identificar una canción.
A medida que los recortes en el gasto en defensa en EEUU y el resto del mundo, una de las grandes preguntas es si el énfasis en guerra de alta tecnología contra actores no estatales finalmente será una manera más efectiva en costos para mantener la seguridad estadounidense.
Pero aunque las viejas técnicas pueden parecer frustrantes en comparación -aún hay 140.000 tropas de la OTAN luchando contra un rival esquivo en Afganistán- las normas del nuevo tipo de conflicto no están claras.
Además, hay que tomar grandes decisiones estratégicas respecto de cómo seguir con los conflictos actuales. En las próximas semanas, la administración Obama debe decidir cómo reducir rápidamente el número de tropas en Afganistán y si dar más énfasis a ataques lideradas por Fuezas especiales contra el Taliban que a los esfuerzos intensivos en personas para conservar el territorio ganado a los insurgentes.
Es el último capítulo en un prolongado debate entre los seguidores de la doctrina de Colin Powell, ex secretario de Estado, de aplicar fuerza arrolladora, y la de Donald Rumsfeld, ex secretario de Defensa, en cuanto a que EEUU debe recurrir a las Fuerzas Especiales y a la tecnología para hacer más con menos.
Hay que aclarar otros aspectos de la guerra del futuro. La ciberguerra se ha vuelto más importatne, en particular a la luz del virus Stuxnet del año pasado, visto en general como un ataque occidental contra el programa nuclear iraní. El Pentágono estableció un Comando Cibernético. Pero los oficiales reconocen que el dominio es incierto, sin doctrina militar definida y con la consiguiente dificultad para disuadir a potenciales enemigos.