Por Alan Beattie
Temiendo que la audiencia estuviese aburrida después de más de dos años sin una crisis financiera, Europa y EEUU, ese veterano dúo cómico, decidieron montar un show de variedades. En Europa, la eurozona anunció un segundo rescate a Grecia, después de darse cuenta tarde de que estaba dirigiéndose a un default; mientras tanto en EEUU, el Congreso se esfuerza por hacer que un gobierno solvente se parezca a Grecia.
Todas las políticas funcionales se parecen, pero cada gobierno disfuncional lo es a su manera. Las crisis gemelas muestran cómo los dos sistemas políticos se han desarrollado de modo inconveniente.
En el caso de Europa el problema implica un modelo de políticas, en cierto modo exitoso, aplicado en un ambiente cada vez más inapropiado. Desde que comenzó como un cartel de carbón y acero de seis naciones en 1951, la Unión Europea desarrolló una forma iterativa y complicada de legislar. Ésta supone relaciones consensuadas entre múltiples polos de poder -estados miembros, la Comisión, el parlamento- cuyas interacciones se han vuelto más complejas que nunca. Se aprueba otro tratado constitucional; se unen nuevos estados miembros; el parlamento tiene más que decir; otro conjunto de intereses infinitamente diferentes tiene que asimilarse.
Los holandeses le dieron a este acercamiento el nombre agradable de “política pólder”. Tradicionalmente, las villas que ocupaban el mismo “pólder”, o terreno bajo el nivel del mar, tenían que ponerse de acuerdo para construir diques o todos se inundarían. El proceso de llegar a un consenso podría ser postergado moderadamente, incluso prolongadamente, pero no indefinidamente.
Sin embargo, aunque está bien tomar meses para discutir cuotas de pesca, o acordar estándares ambientales para las ampolletas, las discusiones iterativas no funcionan muy bien cuando la Unión Europea aborda tareas como emitir moneda o combatir crisis de deuda.
En la crisis griega, la eurozona se ha movido dolorosamente lento desde el comienzo, armando en mayo del año pasado un préstamo de rescate que debería haber sido aprobado en febrero.
En meses recientes, a medida que se ampliaban los spreads de crédito de Grecia, las autoridades han vacilado y discutido a nivel nacional, intergubernamental y paneuropeo. Las iteraciones que produjo el anuncio del rescate del jueves pasado, incluyeron a la canciller alemana, Angela Merkel, en desacuerdo público con su propia coalición de gobierno; Alemania peleando con el resto de los estados miembros de la eurozona y a esos gobiernos discutiendo con el Banco Central Europeo.
Las autoridades de EEUU dicen que podían mantenerse al tanto de los últimos sucesos sólo por la prensa. La lectura de diarios (y aplicaciones de iPad) por supuesto debe fomentarse, pero uno podría esperar que la eurozona hubiera desarrollado sus propias formas de comunicación.
El martes, Merkel observó amablemente que “el gobierno y yo en particular, recibimos gran cantidad de buenos consejos, a veces bastante contradictorios”. ¿En serio?. La política pólder está bien para los problemas de movimiento lento, pero no cuando las olas ya rompieron las defensas y el agua está entrando.
Al otro lado del Atlántico, Washington está convulsionado por el espectáculo extraordinario de una crisis de deuda soberana voluntaria y, en el caso de EEUU, un sistema político construido especialmente para forzar el compromiso, está siendo llevado por políticos que hacen de la intransigencia una virtud.
Aunque quejarse del partidismo en Washington es tan innovador como alegar por veranos bochornosos, una medida de unidad partidista del Congressional Quarterly que data de medio siglo, confirma que los republicanos y demócratas en el Capitolio se han polarizado mucho más. He oído varias veces el epíteto “parlamentario” lanzado peyorativamente a la Cámara de los Representantes. Obligar a los legisladores a votar en línea con el partido es algo tradicional en una autocracia electoral al estilo británico, donde por definición el Ejecutivo comanda una mayoría en la legislatura; pero puede invalidar un sistema donde los poderes están separados y se requiere compromiso.
Añada a eso que la facción republicana Tea Party, muchos de los cuales tienen poca o ninguna experiencia en lograr acuerdo en políticas nacionales o incluso ciudadanas, y el juego inofensivo tradicional del Congreso de pretender resistir el aumento del límite de la deuda ahora podría dejar a alguien sin ojos.
Para darle a EEUU lo que merece, Washington ha demostrado una habilidad no-europea para superar las divisiones rápidamente en una crisis financiera seria. En octubre de 2008, el Programa de Alivio para Activos Tóxicos, el rescate financiero de US$ 700.000 millones, fue aprobado por la Cámara (en realidad en un segundo intento, después de que los mercados cayeran aún más) pocas semanas después de que Lehman Brothers colapsara.
Esta vez, no obstante, el problema es autoinfligido e intentar invocar fuerzas externas hasta ahora no ha funcionado. A fines de la semana pasada, la Casa Blanca y John Boehner, el vocero republicano de la Cámara, hicieron intentos relativamente transparentes de crear una atmósfera de crisis, advirtiendo de la necesidad de llegar a un acuerdo sobre el techo de deuda antes de que abrieran los mercados financieros en Asia el lunes. Pero los corredores asiáticos desobedecieron y no cayeron en pánico a la hora señalada.
Es bastante posible -de hecho probable- que tanto las crisis del techo de deuda y Grecia cedan, al menos temporalmente. La eurozona prometió suficiente dinero oficial para lidiar con las necesidades de financiamiento griegas por ahora, y aún resulta increíble pensar que el Congreso de EEUU lleve a cabo una acción tan espectacularmente idiota como un incumplimiento voluntario de los Treasuries estadounidenses.
Pero estos problemas, y otros como ellos, se repetirán; y Europa y EEUU responderán mal mientras existan fallas profundas en las estructuras de sus gobiernos que convierten desafíos en crisis.