El accidente de la semana pasada que involucró a dos trenes chinos de alta velocidad es sobre todo una tragedia humana. Muchas vidas se perdieron, y la nación ha sido conmovida por las terribles historias de los sobrevivientes.
Más allá del sufrimiento humano, el accidente arroja una luz sobre algunas de las fallas que desfiguran la rápida modernización de China y también aumenta las dudas respecto a la durabilidad de su extraordinario crecimiento.
China puede haber adquirido los relucientes símbolos de una economía industrial moderna, pero no ha desarrollado los sistemas de gobierno que los igualen. El poder, ya sea el productivo o el del Estado, aún carece de los controles de libertades públicas como las de expresión y asociación. Hay un responsabilidad limitada a través de los medios; a través de las urnas sigue siendo inexistente.
Esto merma el bienestar del pueblo chino. Piense en el escándalo de la leche infantil contaminada o el colapso de tantas escuelas durante el terremoto de Sichuan en 2008, atribuido a una construcción de mala calidad debido a la corrupción municipal.
Los mismos males parecen haber plagado el vasto programa de trenes de velocidad. El ministro responsable fue despedido por lo que se llamó eufemísticamente “violaciones disciplinarias” a comienzos de este año en medio de rumores de sobornos sistémicos. Funcionarios y ejecutivos extranjeros habían advertido que la tecnología ferroviaria desarrollada internamente en China no estaba a la altura de la tarea, basada en versiones simplificadas de diseños foráneos de las que se esperaba que operaran a velocidades para las que no estaban diseñadas. Abundaban historias sobre grandes sumas extraídas por los contratistas durante la construcción.
Las fallas de seguridad y la corrupción ocurren en países occidentales también, pero estas sociedades tienen mecanismos institucionales para corregir errores - sistemas que Beijing aún es reacio a animar. El proyecto de ferrocarriles no era una aventura aislada, sino parte de un boom avivado por el estado para mantener la expansión económica tras la crisis financiera. El accidente plantea preguntas respecto de lo bien que fue invertido el dinero.
Cuando los escépticos dudaron de la sabiduría de los exorbitantemente caros viajes en trenes de alta velocidad en una sociedad aún pobre, o de instalar las estaciones fuera de los límites de las ciudades existentes, se les dijo que China construía para el futuro. Esas aseveraciones se ven más huecas ahora, lo mismo que la idea de que China puede desafiar las leyes de gravedad económica, saltando sobre otros estados, y subiendo en la cadena de valor más rápido que otros países antes.