Por John Authers
Si los inversionistas alguna vez necesitaron un recordatorio para ser humildes, la semana pasada lo proporcionó. Fue el segundo aniversario de una de las mayores alzas de alivio en la historia, que ha visto duplicarse el precio de las acciones en dos años. Pero hizo sonar alarmas sobre Medio Oriente y la eurozona, temores a que el rally del mercado pueda acarrear las semillas de su propia destrucción - y el viernes, las tristes noticias de Japón.
Incluso antes del terremoto un inversionista legendario, Bill Gross de Pimco, hizo una advertencia a los mercados con el anuncio de que había vendido todos sus bonos del Tesoro de EEUU, mientras que otro gran inversionista, Carl Icahn, anunció la devolución del dinero a sus accionistas. “Aunque no estamos proyectando otra dislocación del mercado”, dijo, “esta posibilidad no puede desestimarse. Dada la veloz escalada en el mercado en los dos últimos años y nuestras preocupaciones presentes sobre el panorama económico y las recientes tensiones políticas en Medio Oriente, no quiero ser responsable ante los socios limitados de otra posible crisis en el mercado”.
¿Cuán grande es ese riesgo? El terremoto no necesariamente aumenta el riesgo de un verdadero colapso del mercado. Tales eventos tienen más que ver con la conducta previa del mercado que con eventos en el mundo real que los rodea. El Crash de 1929 en Wall Street, el Lunes Negro de 1987, y los colapsos del mercado bursátil de Tokio en 1990 y del Nasdaq en 2000, todos comenzaron con escaso o ningún estímulo del mundo real. El tema común es que los mercados estaban groseramente sobrevaluados.
Hay excepciones. Por ejemplo, las convulsiones del mercado tras el terremoto de Kobe terminaron con Barings Bank y un mercado bajista siguió al embargo petrolero de la OPEP en 1973. Pero la situación tendría que deteriorarse mucho más en Medio Oriente como para acercarse a la severidad de 1973. Veronique Riches-Flores de Société Générale sugiere que el crudo tendría que llegar a unos US$ 200 por barril para tener un efecto tan devastador sobre la economía occidental como en 1973.
Entonces, al evaluar las consecuencias de la semana pasada para las perspectivas financieras, la pregunta sigue siendo: ¿hay excesos?
El pesimismo era tan extremo hace dos años que un gran rally, incluso duplicarse en dos años, no resulta sorprendente. Hubo un
rally
aún mayor tras el punto bajo de 1932. Las utilidades empresariales han repuntado mucho más rápido que lo que cualquiera creyó posible. Faltan muchos síntomas de una burbuja a punto de estallar. Ian Harnett de Absolute Strategy apunta que las burbujas suelen ser alimentadas por inversionistas minoritarios inyectando dinero prestado al mercado. Eso no está pasando. Los grandes máximos en el mercado suelen estar marcados por compras y fusiones. Aunque en alza, siguen a un cuarto de los niveles de 1999.
Lo más crítico es la valuación. Las métricas de largo plazo, comparando los precios de las acciones con sus utilidades a lo largo del ciclo de negocios, sugieren que las acciones estadounidenses están tan caras como en 1901 y 1966, la víspera de grandes caídas. No están baratas. Pero hay una diferencia entre un mercado caro y uno a punto de estallar. Las acciones estadounidenses ahora se venden a 24 veces sus ganancias cíclicas. Se vendían a casi el doble de eso en 1999.
¿Qué le preocupa a Icahn? Los precios del dinero, y de los recursos se están moviendo. El alza de los ‘80 comenzó con tasas de base sobre 15%. Los recortes le dieron más combustible al mercado. Eso no puede pasar esta vez, con las tasas efectivamente en cero. Una vez que las tasas comienzan a subir, las burbujas pueden estallar.
Más allá de las tasas, están los commodities. A lo largo de la historia, grandes alzas en los precios de los recursos se han sobrepuesto al mal desempeño de las acciones. Son un impuesto sobre el crecimiento económico. En los dos últimos años, incluso fuera del alza reciente en los precios del crudo, los precios agrícolas casi se han duplicado, y los metales industriales se han más que duplicado.
Por último, las tasas de largo plazo las fija el mercado de bonos. Gross apuesta a que no habrá nuevos compradores una vez que la Reserva Federal deje de comprar bonos del Tesoro, lo que ocurrirá en los próximos meses. De ahí que el alza en los rendimientos de los bonos -que subiría el costo de financiamiento y afectaría los mercados accionarios- parezca una posibilidad real.
Puede que la carta de Icahn no sea todo lo que parece. No está vendiendo las acciones en su fondo.
Pero el desastre japonés sin duda incrementa el riesgo de nuevos temblores financieros. El efecto inicial es enviar dinero a Japón, haciendo subir el yen. Eso podría afectar a los exportadores nipones y pillar mal parados a inversionistas sistémicamente importantes.
La situación fiscal de Japón ya era mala. A pesar de las esperanzas iniciales de que el daño económico sea relativamente moderado, la tragedia del viernes ha acrecentado el riesgo de una dislocación en el mercado.