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Promesa de la Fed puede traer nuevas guerras cambiarias


Qué pena los suizos, y eso no se dice con frecuencia...

Por: | Publicado: Jueves 11 de agosto de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por Alan Beattie en Washington


Qué pena los suizos, y eso no se dice con frecuencia. Hay desventajas en ser una economía pequeña, estable, rica y con una moneda de reserva, y Suiza las está descubriendo.

La promesa de la Reserva Federal de EEUU el martes de mantener las tasas de interés bajas por dos años provocó un movimiento extraordinario en el franco suizo, que en cierto momento saltó más de 6% frente al dólar. Japón, sufriendo de un problema similar, vio al yen retornar a los niveles que provocaron una intervención coordinada en el mercado cambiario por el G7 en marzo.

Las guerras cambiarias que dominaron las discusiones económicas internacionales a fines del año pasado en gran medida se han disipado. Este año, la Fed indicó que terminaría el QE2, la política monetaria relajada a la que los mercados emergentes culpan de hacer bajar el dólar y avivar los flujos de capitales especulativos a sus economías. Y aunque el renminbi se ha apreciado menos de 2,5% frente al dólar este año, ambas monedas han caído en términos de intercambio comercial.

Así que el problema derivó a los socios comerciales de EEUU y China. Un euro más fuerte no es lo que necesitan los países deficitarios en demanda de la eurozona. Pero con el anuncio el martes, la Fed prometió dinero fácil para el futuro cercano y dio a entender que estaba lista para relajar más. Así, las condiciones son peligrosamente propicias para que las guerras cambiarias resurjan.

Un pánico cambiario, con medidas desestabilizadoras en las tasas de cambio reforzando el colapso en los mercados de activos, es uno de los pocos problemas de los que la economía global se ha librado a lo largo de la crisis financiera. Incluso en los extraordinarios movimientos de esta semana, hay pocas señales de que los grandes mercados cambiarios se hayan desordenado. Los inversionistas parecen estar respondiendo a temores (justificados) acerca de la fortaleza subyacente del crecimiento en EEUU más que apostar a un colapso del mercado o compartir la visión de Standard & Poor’s sobre la solvencia fiscal de EEUU.

Pero, aunque es difícil imaginar que las grandes economías del mundo estén teniendo buena suerte, está ocurriendo en las monedas. Si hay un resurgimiento de tensiones políticas serias por los tipos de cambio, tal vez una huida del euro haciendo subir al dólar, el orden económico global aún no tiene un medio creíble de coordinar la gestión de la moneda.

Los lectores más viejos pueden recordar una organización llamada G20, que se elevó a nivel de jefes de gobierno durante la crisis financiera global para actuar como grupo que timoneara la economía mundial. Pero sus pretensiones de dar paso a un rebalanceo global, con ajuste de tasas de cambio como elemento clave, han resultado, en el mejor de los casos, aspiracionales.

Cuando es necesario hacer algo en serio, es el tradicional G7 y no el G20 el que da el paso al frente. Pero el grupo más pequeño no sólo está asediado por conflictos sobre las tasas de cambio, claramente no es una agencia creíble para abordar un realineamiento significativo u operación que calme al mercado. Para eso el G20, en particular China, debe involucrarse (los suizos no son miembros de ningún grupo).

Enfrentado a la crisis de la deuda soberana de la eurozona y la volatilidad en los precios de las acciones, lo último que la economía mundial necesita es otro mecanismo de transmisión en la forma de dislocaciones en los tipos de cambio. Que se haya evitado hasta ahora se debe sobre todo a la buena suerte, cuya continuidad no puede garantizarse.



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