Opacada por los eventos en Libia, la gira de Barack Obama por América Latina no fue, como sugieren sus críticos en EEUU, “unas vacaiones en Rio”. Tampoco una abdicación del liderazgo, a pesar del presupuesto empantanado en casa. Acertó al viajar. De hecho, el presidente estadounidense fue a Brasil, Chile y El Salvador por dos razones, ambas de interés nacional.
La primera era económica, EEUU y China se juegan las dinámicas economías de América Latina. Pero aunque China es hoy el principal socio comercial de Brasil y de Chile, la región aún absorbe tres veces más exportaciones estadounidenses que China. Más aún, Brasil va rumbo a convertirse en un gran productor de crudo. Como admitió Obama, dados los eventos en Medio Oriente, EEUU “no podría estar más feliz con el potencial de una nueva, estable, fuente de energía”. Esta, por tanto, es una región que EEUU no puede permitirse ignorar, aunque la región es cada vez más capaz de ignorarlo.
La segunda razón complementa a la primera: revigorizar las relaciones en una región que EEUU con frecuencia ha tratado de manera arbitraria. Con tanto bagaje histórico, los resultados inevitablemente son mixtos. No hubo gran disculpa en Chile por el rol de EEUU en el golpe militar contra Salvador Allende en 1973. Pero hubo un reconocimiento tácito. Asimismo, en El Salvador Obama visitó la tumba de Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo que denunció la brutal represión del ejército salvadoreño, respaldado por EEUU, durante la guerra civil. Lo más decidor de todo, sin embargo, fue el desempeño de Obama en Brasil. Él no endosó su deseo de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Después de todo, hace sólo un año ambos países estaban enfrentados por Irán. Pero ahora Obama puede presentarse en público al lado de la presidenta Dilma Rousseff y pueden estar de acuerdo en no estar de acuerdo, entre otras cosas sobre Medio Oriente.
Esta fue la “alianza de iguales “ emergente que América Latina ha buscado hace tiempo. También refleja el disminuido poder relativo de EEUU. Que EEUU ya no tenga los recursos o influencia que una vez tuvo no es del todo malo. Para empezar, significa que algún poder emergente, como Brasil, no siente instintivamente que siempre tiene que decir “No” a EEUU.
Por accidente o diseño, el coqueteo de Obama con la región mostró también que los días en que podía contarse con que un país siempre diría que “Sí” han terminado. A medida que América Latina toma su lugar en la escena mundial, los intereses duros importarán más que las palabras melosas.