El presidente boliviano Evo Morales celebró el 1 de mayo con su marca de nacionalismo izquierdista expropiando a los dueños españoles de TDE, operador de la mayoría de la transmisión eléctrica del país. Más importante que las jugadas previsibles de Morales, sin embargo, es si los votantes en Latinoamérica distinguen entre políticas prudentes de recursos y los cantos de sirenas cargados de símbolos, pero económicamente auto-hirientes del aprovechamiento de recursos.
Sería un error restar importancia a la relevancia política de la propiedad de los recursos en Sudamérica. La historia de la región de un colonialismo dirigido por los recursos, así como recuerdos más recientes de abusos de compañías de recursos del mundo más rico, explican un escepticismo natural al capital extranjero, especialmente entre los predispuestos a lecturas izquierdistas del pasado y eventos actuales.
Actualmente, además, los inversionistas extranjeros en los recursos de la región no siempre se escapan de la culpa. Repsol permitió ser pintado como un villano antes de que la presidenta Cristina Fernández nacionalizara su filial argentina YPF en abril.
Incluso en países que reciben capital extranjero con los brazos abiertos, las sensibilidades locales deben ser manejadas. Las protestas contra el proyecto hidroeléctrico de Endesa en Aysén son un ejemplo.
Pero incluso si el resentimiento refleja problemas reales, las expropiaciones no son la solución.
Esto es particularmente claro en el caso de YPF, donde Fernández se apropió de las acciones de Repsol, pero dejó intactos los títulos de los accionistas argentinos. Esto apesta al tradicional populismo Peronista, no a un deseo de que YPF sea administrado mejor.