Por PHILIP STEPHENS
La muerte de Osama bin Laden le da a los estadounidenses la victoria que necesitaban en la lucha contra Al Qaeda. Para Barack Obama es un triunfo que abre camino a un momento de oportunidad estratégica. El presidente de EEUU nunca tendrá una posibilidad mejor de buscar una solución política para la guerra en Afganistán.
Tal vez Obama ha exagerado su rol personal en acorralar a Bin Laden. Las fuerzas de EEUU buscaban al líder de Al Qaeda desde antes del ataque terrorista en Nueva York y Washington de septiembre de 2001. Más de una vez estuvieron cerca; era hora de que tuvieran algo de suerte.
Pese a esto, será Obama quien aproveche el dividendo político. El caos que siguió a la invasión de Irak y el tembladeral de Afganistán parecían hablar de un poder de EEUU disminuido. Ahora, ese país mostró que conserva la capacidad y la resolución para atacar a sus enemigos con efecto letal. En esto hay tanto simbolismo como sustancia. Si los helicópteros se hubieran estrellado o los hubieran derribado, el mundo estaría trazando paralelos con el fallido intento del ex presidente Jimmy Carter por rescatar los rehenes estadounidenses en Irán.
Los opositores republicanos de Obama lo han acusado con frecuencia de ser blando con los adversarios de EEUU. Ahora, a comienzos de la campaña por la reelección, las multitudes que festejaron en Nueva York y frente a la Casa Blanca, desarman a los críticos.
El presidente debería usar el espacio político que esto le brinda para intensificar los esfuerzos por promover la reconciliación política en Afganistán. Bin Laden ya no está y EEUU tiene una opción invaluable para separar la insurgencia de la lucha contra Al Qaeda. Puede hablar con los talibanes sin deshonrar la memoria de las víctimas del 11 de septiembre.
Cuando los comandantes militares norteamericanos pidieron en 2009 decenas de miles de tropas adicionales para enviar a Afganistán, Obama inicialmente vaciló. Como candidato presidencial había hecho una distinción entre una guerra “mala” en Irak y una “lucha buena” contra Al Qaeda y sus amigos talibanes, pero no estaba en sus cálculos una gran expansión de la presencia militar de su país en Afganistán.
Su instinto fue correcto. Salir de Irak era una cosa; negarle a los jefes militares los refuerzos que pedían para luchar contra los talibanes parecía demasiado riesgoso. En última instancia, el presidente decidió que lo máximo que podía hacer era insistir en que la expansión de tropas fuera seguida por una retirada antes de las elecciones de 2012.
Ante la muerte del líder de Al Qaeda, la secretaria de Relaciones Exteriores Hillary Clinton dijo que ahora los talibanes pueden romper con Al Qaeda y unirse a las negociaciones sobre el futuro de Afganistán. Pero el proceso necesita toda la energía diplomática norteamericana para asegurar el compromiso por parte de los vecinos de Afganistán.
Nada será fácil. La administración del presidente Hamid Karzai, de Afganistán, está plagada de corrupción y su capacidad de sostener la seguridad sigue en duda. Pero Occidente está en una guerra que no puede ganar. Con Bin Laden muerto, Obama al menos tiene la posibilidad de buscar un cierre.