Los errores de la élite son responsables de desatar a Donald Trump
Trump es misógino, racista y xenófobo. Se vanagloria de su propia ignorancia e inconsistencia. La verdad es la que a él le parezca conveniente.
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Donald Trump será el candidato republicano para la presidencia. Incluso podría convertirse en el presidente de Estados Unidos. Es difícil exagerar la importancia y peligro de este hecho. EEUU fue el bastión de la democracia y libertad en el siglo XX. Si eligiera a Trump, un hombre con actitudes fascistas hacia la gente y hacia el poder, el mundo sería transformado.
Trump es misógino, racista y xenófobo. Se vanagloria de su propia ignorancia e inconsistencia. La verdad es la que a él le parezca conveniente. Sus ideas sobre política pública son ridículas y algunas hasta atemorizantes. Sin embargo, sus actitudes e ideas son menos perturbadoras que su carácter: es un narcisista, un matón y un diseminador de teorías conspirativas. Es aterrador considerar cómo un hombre así podría usar los poderes de los que dispone el presidente.
Andrew Sullivan, columnista conservador, recientemente escribió: “en los términos de nuestra democracia liberal y orden constitucional, Trump es un evento al nivel de la extinción”. Tiene razón.
Podría ser sorpresivamente fácil para el presidente Trump encontrar personas dispuestas a ejecutar órdenes tiránicas o a convencer a los indispuestos a hacerlo. Exagerando las crisis o creándolas, un déspota en potencia puede pervertir sistemas políticos y judiciales. Los presidentes de Rusia y Turquía son ejemplares hábiles. EEUU tiene un orden constitucional atrincherado. Pero incluso éste podría torcerse, particularmente si el presidente disfrutara de un apoyo a prueba de impugnación en el Congreso.
Sullivan cita a Platón, el mayor filósofo anti democracia. Platón, nos recuerda, creía que mientras más igualitaria fuera una sociedad, menos aceptaría a la autoridad. En su lugar, vendría el demagogo que ofrece soluciones simples para problemas complejos.
Trump es el flautista líder de los enojados y los resentidos. Se ha alzado, dice Sullivan, como el hombre que enfrentará “a las élites cada vez más despreciadas”. Es más, la revolución mediática ha facilitado ese ascenso borrando “casi cualquier moderación de la élite o control de nuestro discurso democrático”.
La demagogia es el talón de Aquiles de la democracia. Sin embargo, la democracia ateniense, en la que vivía Platón, no abrió las puertas a la tiranía doméstica, sino que nació de una. Fue el rey de Macedonia el que la terminó en el año 338 a.C.
Sobre todo, Sullivan subestima el rol de las élites. En el caso de EEUU, él argumenta que la riqueza no tiene forma de comprar la presidencia. Obama venció a Mitt Romney, por ejemplo. Pero el dinero compra influencia en los niveles más bajos de la política. Más importante aún, las élites dan forma a la economía y a la sociedad. Si una franja de personas está iracunda, las élites tienen responsabilidad.
La justa adhesión de los demócratas a los derechos de las mujeres, y aún más, la causa de las minorías, definidas por raza, orientación sexual e identidad, transfirieron el apoyo de las clases medias blancas masculinas, particularmente en el viejo sur, a los republicanos. El elemento racial en el “Síndrome de locura por Obama” es bastante claro.
Entonces los republicanos entregaron a estos votantes un cebo con señuelo. Necesitaban estos votos para lo que sus donantes deseaban: bajos impuestos, regulación débil, comercio libre e inmigración liberal. Para hacer estas causas objetivos del Partido Republicano, las élites tenían que transformar al gobierno en el enemigo. También tenían que seducir a los culturalmente conservadores con promesas de cambio que no tenían probabilidades de cumplirse.
Adicionalmente, las élites en ambos lados promovieron cambios económicos que terminaron por destruir la confianza en su competencia y probidad. En esto, la crisis financiera y los consiguientes rescates fueron decisivos.
Aún así, para entonces, las clases medias habían sufrido décadas de estancamiento de ingresos y relativa baja de ingresos. La globalización ha traído grandes beneficios para muchos de los pobres del mundo, pero hay perdedores domésticos significativos. Hoy, estos últimos creen que los que manejan la economía los empobrecen, los explotan y los odian.
Incluso las élites republicanas se han vuelto sus enemigos y Trump se ha vuelto su salvador. No es sorpresa que sea un billonario. El César, líder aristocrático del partido popular, puso sobre la mesa el “Cesarismo”, el gobierno del hombre fuerte y carismático que Trump quiere ser.
Una república sana no requiere igualdad, lejos de eso. Sí requiere un grado de simpatía mutua. La riqueza repentina por nuevas actividades -como las conquistas en la antigua Roma, la banca en la Florencia medieval- pueden corroer los vínculos sociales. Si la virtud cívica se desvanece, una república se vuelve madura para su destrucción.
Los cambios económicos, sociales y políticos han llevado a EEUU a un punto en el que una parte significativa de la población busca a un hombre fuerte. Debe ser aleccionador para las élites republicanas que su base eligiera a Trump por sobre Ted Cruz y a Cruz por sobre todos los demás. La élite del partido jugó juegos populistas, su negativa a cooperar con el presidente fue la más notable. Aquellos que son mejores en ese tipo de juegos los han vencido.
Trump se da cuenta de que su base de apoyo no tiene interés en el estado limitado que aman los conservadores. El deseo de ellos es más la restauración de estatus económico, racial y sexual perdidos. La respuesta de él es prometer bajas de impuesto masivas, gasto sostenido y deuda reducida. Pero no necesita consistencia lógica. Eso queda para los odiados medios tradicionales.
Hillary Clinton es una candidata débil, manchada por los fracasos de su esposo y su posición en el establishment, y carente de talento político. Debería ganar, pero puede que no lo haga. Incluso si lograra ganar, eso no pondría fin a esta historia.
Trump ha pedido nuevas posibilidades políticas, pero no es un exceso de democracia el que ha traído a EEUU a este punto. Son los errores de las élites con poca visión de futuro. Parte de lo que ha ocurrido está bien y no debió haber sido evitado, pero mucho podría haberlo sido. Las élites, particularmente las republicanas, iniciaron este fuego. Será difícil apagar la llama.
Martin Wolf, Financial Times