“Tal vez en el futuro los historiadores consideren a Maastricht un paso decisivo hacia el surgimiento de un poder europeo amplio, estable. Pero hay otra posibilidad, más sombría (…) El esfuerzo por unir estados puede llevar en cambio a un enorme incremento en las fricciones entre ellos. Si es así, el evento se ajustaría a la definición clásica de tragedia: orgullo (arrogancia), locura (tontería), némesis (destrucción).
Escribí eso en Financial Times hace casi 20 años. Mis miedos se hacen realidad. Esta crisis ha hecho más que demostrar que el diseño inicial de la eurozona tenía defectos, como la mayoría de los analistas inteligentes sabían entonces; también ha revelado (y en el proceso, exacerbado) una falta de confianza fundamental, para qué decir el sentido de identidad compartida, entre los pueblos encerrados juntos en lo que se ha convertido en un matrimonio de inconveniencia.
La extensión de la ruptura no fue evidente para mí en la renuncia del alemán Jürgen Stark del directorio del Banco Central Europeo, ni por el amenazante default de Grecia, ni en las nuevas limitaciones impuestas por el tribunal constitucional alemán. Lo que me lo dejó claro fue una visita a Roma.
Esto es lo que oí de una autoridad italiana: “Cedimos las viejas válvulas de seguridad de inflación y devaluación a cambio de tasas de interés más bajas, pero no tenemos siquiera las bajas tasas de interés. Luego: “Algunas personas parecen pensar que nos incorporamos a un sistema de tipo de cambio fijo, pero Italia no es Letonia”. Y, no menos, “Sería mejor dejarlo que soportar 30 años de dolor”. Esos comentarios reflejan una pérdida de fe en el proyecto y en los socios.
En su última conferencia de prensa, Jean-Claude Trichet, presidente saliente del Banco Central Europeo, apuntó al estelar registro antiinflacionario del banco, mucho mejor que el del Bundesbank. Pero la baja inflación escondió el surgimiento de desequilibrios profundos dentro del bloque y la falta de medios (o voluntad) para resolverlos. Como resultado, el incumplimiento de un gobierno grande, una ruptura de la eurozona, o ambos, ahora son concebibles. El vuelo consiguiente a la seguridad, que debe incluir esfuerzos por cubrir la exposición transfronteriza en un área cambiaria supuestamente integrada, amenaza un colapso. Somos testigos de un intercambio letal entre los temores a una insolvencia soberana, la iliquidez soberana emergente y el estrés financiero.
Como fue diseñada, la eurozona carecía de instituciones esenciales, la más importante un banco central capaz y dispuesto a actuar como prestamista de última instancia en todos los mercados importantes, un fondo de rescate suficientemente grande como para asegurar la solvencia en los mercados de bonos soberanos y maneras efectivas de gestionar una red interconectada de insolvencias soberanas y crisis bancarias.
En ausencia de instituciones fuertes, las actitudes y políticas del país central se han vuelto cruciales. Junto con todos los demás, admiro la reconstrucción política y económica de Alemania tras la segunda guerra mundial y de nuevo tras la unificación, el compromiso con la estabilidad económica y sus exportaciones manufactureras de primera clase.
Desafortunadamente, son insuficientes. Las autoridades alemanas insisten en ver al mundo a través del cristal de una economía relativamente, pequeña y muy competitiva. Pero la eurozona no es una pequeña economía abierta; es grande y relativamente cerrada. El país central de tal unión debe ser un mercado floreciente para países menos dignos de crédito cuando los últimos ya no puedan financiar sus déficits, o tiene que financiarlos. Si el sector privado no proporciona el financiamiento necesario, el sector público tiene que hacerlo. Si el último no actúa, habrá una ola de incumplimientos en el sector privado y público. Estos sin duda dañarán al sector público y las exportaciones del mismo país central.
El fracaso de los líderes de Alemania en explicar estos hechos en casa hace casi imposible resolver la crisis actual. En cambio, se solazan en la fantasía de que todos pueden ser un acreedor, simultáneamente. Para pequeñas economías abiertas como Letonia e Irlanda, recuperar competitividad y crecimiento a través de la deflación puede funcionar. Para un país grande como Italia, es demasiado doloroso para ser creíble. Wolfgang Schäuble, ministro de Hacienda de Alemania, puede pedir tal austeridad. No va a pasar.
Hay que parar el fuego cruzado. Sólo entonces podrán comenzar los esfuerzos por construir una eurozona más incombustible. La opción menos mala sería que el BCE asegurara liquidez suficiente para gobiernos e instituciones financieras solventes, sin límite. No debería, de hecho, ser intelectualmente difícil argumentar que la compra de bonos es compatible con una estabilidad monetaria continua, ya que el dinero amplio ha estado creciendo a un mero 2% al año. Ciertamente será políticamente difícil, sin embargo, en particular para Mario Draghi, el presidente italiano entrante del BCE. Pero es lo que hay que hacer dado el tamaño inadecuado el mecanismo europeo de estabilidad financiera si fuera llamado a ayudar a miembros de la eurozona de mayor tamaño. Los políticos deben atreverse a apoyar tales acciones.
¿Qué pasaría si el gobierno alemán decidiera que no puede apoyar tal paso? El BCE debería seguir adelante de todos modos en lugar de permitir el desarrollo de una serie de colapsos. Entonces dependería de Alemania decidir si se va, tal vez con Austria, los Países Bajos y Finlandia. Debe advertirse a la gente de Alemania que el resultado incluiría una moneda disparada, una enorme declinación en la rentabilidad de las exportaciones alemanas, un enorme shock financiero y una brusca caída en el producto interno bruto. Todo esto, además del fracaso de dos generaciones de esfuerzos por construir un marco europeo fuerte en torno a la misma Alemania. Alemania posee un veto vinculante sobre los esfuerzos por expandir el apoyo fiscal oficial. Pero está perdiendo control sobre su banco central. En una crisis tan amenazadora para Europa y el mundo, la única institución europea con la capacidad de actuar en la escala requerida debería atreverse a hacerlo, ya que el costo de no actuar sería devastador. Eso ciertamente creará una crisis política, pero esto sería mejor que la crisis financiera desencadenada por no intentarlo.Al final, Alemania debe elegir entre una eurozona perturbadoramente diferente de la Alemania más grande que esperaba, o ninguna eurozona. Reconozco lo mucho que sus líderes y pueblo deben odiar verse forzados a una posición en la que tienen que hacer esta elección. Pero es lo que enfrentan. La canciller Angela Merkel debe atreverse a tomar la decisión, clara y abiertamente.