El equipo de respuesta rápida de Japón fue sobresaliente. Apenas horas después del terremoto, el banco central desembolsaba muchísimo efectivo: el martes de esta semana, los depósitos de los prestamistas habían alcanzado el máximo de todos los tiempos. El ministerio de economía, en tanto, concertó un infrecuente consenso internacional sobre intervención cambiaria y contribuyó a estabilizar el yen.
Para los manufactureros, los daños causados a las redes de energía y distribución a lo largo de siete prefecturas es mucho peor que los problemas, mucho más localizados, provocados por el terremoto de Kobe, después del cual el comercio se frenó por algunos trimestres. Los cálculos de Morgan Stanley MUFG sobre la contracción del producto bruto interno (un 12% anualizado durante el segundo trimestre) no parecen demasiado estrafalarios. Para las aseguradoras, las repercusiones son de importancia, si bien se las puede manejar. Las aseguradoras que no se dedican a los seguros de vida tienen reservas por siniestros generados por catástrofes que son casi el doble que la suma que arroja la mayoría de los primeros cálculos de las pérdidas.
Sin embargo, las finanzas públicas sentirán un impacto mayor. La reconstrucción y la inversión precisan imperiosamente que haya una caída en la tasa de ahorro corporativo, que sobre la base de los cálculos UBS era del 8,4% del PBI durante el cuarto trimestre, cercano al máximo anual de varias décadas. Sí, es un proceso gradual y, e incluso una subida abrupta en la rentabilidad de los bonos públicos podría tardar varios años en llegar a una tasa de interés significativamente más alta. Pero la última línea es que cada yen que gasten las empresas para reemplazar la capacidad que se perdió es uno que no se invierte en un Bono del Estado Japonés. Al igual que lo que ha sucedido con anterioridad, parece difícil apostar a Japón en el largo plazo sin entrar en una posición corta con el gobierno.