Líderes latinoamericanos atrapados en el pasado tendrán dificultades para lograr un mejor futuro
Utilizar a EEUU como chivo expiatorio ha sido una táctica común para algunos políticos
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Podemos escoger: Cien Años de Soledad o El Amor en los Tiempos del Cólera. Ésas fueron en esencia las dos visiones globales reveladas durante la Cumbre de las Américas, donde el acercamiento entre EEUU y Cuba iluminó la división.
La primera visión mira a la historia – el mundo mítico de la más famosa novela de Gabriel García Márquez. A menudo también está llena de atavismos, desbordando con tabúes ideológicos.
Ésa fue la visión de Nicolás Maduro, el presidente venezolano, que arremetió contra las sanciones de EEUU hacia los siete oficiales acusados de abusos contra los derechos humanos. "Nunca más una invasión de EEUU a América Latina", dijo Maduro, que se lamentó "por cien años de miseria y neoliberalismo". Aparentemente fue también la visión de Rafael Correa, presidente de izquierda en Ecuador, que casi faltó a la reunión para protestar por la presencia de EEUU.
En contraste, la otra visión trata de enterrar el hacha de un pasado a menudo lleno de odio y cólera. Ésta era la visión de Juan Manuel Santos, que lleva dos años en pláticas de paz con las guerrillas marxistas, tratando de terminar la insurgencia rebelde más larga del hemisferio en la actualidad. "Demasiadas veces la región está atrapada en el pasado", dijo el presidente de Colombia.
Un deseo de avanzar también fue compartido por Raúl Castro y Barack Obama, que quieren pasar la página de medio siglo de enemistad y guerra fría. El presidente de EEUU dijo que no estaba interesado en "seguir con batallas que iniciaron antes que yo naciera (...) estamos mirando hacia el futuro".
Castro siguió de la mano. Después de un largo discurso acerca de las quejas históricas, el octogenario líder cubano cambió de carril y llamó a Obama un hombre honesto, no responsable del embargo contra la isla y se disculpó por la emoción de sus comentarios anteriores.
Por supuesto, mucha de la retórica – una parte apuntando hacia el pasado, otra hacia el futuro – fue teatro político de interés particular.
Obama quiere terminar con el embargo en parte para quitar una de las irritaciones más profundas y de más tiempo de América Latina con EEUU. Es también de menor controversia que las pláticas de Washington e Irán. Castro, a su vez, necesita la inversión extranjera que impulsará la economía de Cuba con el fin del embargo. Eso es especialmente importante considerando que la crisis económica de Venezuela amenaza el apoyo que Caracas proporciona a La Habana.
La conveniencia política ciertamente dio forma al lenguaje de los líderes que se adhieren a puntos de vista antiguos en cuanto a las relaciones hemisféricas. Después de todo, utilizar a EEUU de chivo expiatorio es una táctica vieja para los líderes latinoamericanos que sufren de baja popularidad en casa – como les sucede a Maduro y Correa. "Siempre he disfrutado las lecciones de historia que recibo", comentó secamente Obama en cierto momento.
Aún así, si las incitaciones a la autocompasión de América Latina por culpa de abusos estadounidenses funcionan bien domésticamente, suele ser por razones históricas válidas. Pero la historia también puede ser una trampa si sirve como excusa para negar los problemas del presente. Y hay muchos en la región, desde una corrupción galopante y violencia excepcional a economías que se paralizan y la erosión de las libertades civiles en Venezuela. Sin embargo, muy pocos de estos problemas se discutieron en la cumbre de manera importante.
"Los seres humanos no nacen una vez", nos dice el narrador de El Amor en los Tiempos del Cólera. "La vida les obliga una y otra vez renacer". Ese proceso de renovación caracteriza el calentamiento de las relaciones EEUU-Cuba aun cuando el proceso, que inició en diciembre, será lento.
"Obviamente seguirán habiendo diferencias profundas y significantes", advirtió Obama. "Nadie debe hacerse ilusiones", añadió Castro. "Tenemos muchas diferencias (...) hay que ser pacientes, muy pacientes".
La alternativa, sin embargo, es regresar a un pasado de aislamiento y repetir ideas antiguas y caducas. Si esto es muy aparente ahora en Venezuela, García Márquez capturó elocuentemente sus peligros en uno de los más famosos finales de la literatura: "las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra".