Por Tony Barber
Los consejeros de François Hollande, el contendor socialista que está a punto de ganar la elección presidencial francesa, están corriendo la voz de que las empresas no tienen nada que temer de su victoria. Verdad, él le declaró la guerra al “mundo de las finanzas” y juró elevar la tasa tributaria a empresas, elevar los impuestos sobre ganancias de bancos e introducir un impuesto de tasa máxima de 75% para el impuesto a la renta. Pero, ¿qué importa un poco de retórica electoral entre amigos?
La perspectiva de una presidencia de Hollande inspira dudas en vez de pánico en la comunidad empresarial gala. La incertidumbre sobre el futuro explica por qué los ejecutivos de compañías están retrasando sus inversiones hasta después de la elección. Las firmas tienen tristes recuerdos de dos períodos en la historia moderna de Francia cuando la izquierda dominó la arena política; la era del Frente Popular de 1936-38 y la presidencia de François Mitterrand de 1981 a 1995.
Como el primer presidente socialista de la Quinta República, Mitterrand nacionalizó conglomerados industriales, bancos y compañías de seguros, impuso un impuesto a los ricos, redujo la semana laboral a 39 horas y elevó los salarios y los beneficios sociales. En dos años, su “socialismo en un país” experimental colapsó en el caos.
Entonces adoptó políticas radicalmente distintas, basadas en un franco fuerte y un alineamiento con Alemania, lo que finalmente condujo a la unión monetaria Europea.
Entre el equipo presidencial de Mitterrand estaba el joven François Hollande. Aunque él abrazó el panorama pro-europeo de los últimos años de Mitterrand y no está identificado con el ala más izquierdista del partido socialista, un olor a intervencionismo invade la filosofía de Hollande. Las áreas a observar, en caso de que gane, serán el sector financiero y el energético.
En noviembre, Hollande prometió recortar la energía nuclear en la producción eléctrica de Francia de tres cuartos a la mitad para 2025, un paso acompañado del cierre de 24 de los 58 reactores franceses. Esto se tradujo en una ola de ventas en las acciones de EDF, el grupo estatal que es el mayor operador nuclear y que gastó miles de millones de euros en mejorar su seguridad.
Todo junto hace sospechar que Hollande hizo su promesa en gran parte para apaciguar al partido Verde de izquierda. La incertidumbre es si Hollande reemplazará al formidable Henri Proglio como CEO de EDF.
Para los bancos franceses, las señales sugieren que el ladrido de Hollande será peor que su mordida. Sus consejeros de campaña, como Michel Sapin, ex ministro de Finanzas, dicen que su propuesta de separar las unidades de inversión y retail de los grandes bancos no irá tan lejos como la explícita “muralla” delineada por la comisión Vickers para los bancos británicos.
La cautela será justificada. Las ruedas de la economía francesa están aceitadas por los bancos universales que utilizan los depósitos minoristas en parte para financiar actividades corporativas. Separar a los grandes bancos podría hacer más daño que bien a las empresas francesas con problemas de crédito.
Con todo, un cambio izquierdista radical no será el sello de la presidencia de Hollande. Los ejecutivos franceses entienden esto. Lo que quieren de él, o de Sarkozy de ser electo sorpresivamente, son reformas estructurales pro-empresas como las aprobadas hace una década por el ex canciller demócrata socialista alemán, Gerhard Schröder, para ayudar a las firmas a ser más competitivas.
Quienquiera que gane, este es el verdadero desafío para Francia después de la votación del domingo.