Por S. Pfeifer y C. Thompson
El centro de Nuuk en una tarde lluviosa de julio tiene el aire de un pueblo que quisiera estar en otra parte. Los autos esperan pacientemente en los dos semáforos del pueblo mientras adolescentes en bicicletas pasean incesantemente en torno al distrito comercial. La temperatura ronda los 10 grados, el cielo nublado tiene tonos desvaídos del sol de medianoche. Es verano en la capital de Groenlandia, a 150 millas al sur del Círculo Ártico.
A unos 750 kilómetros al noroeste de Nuuk, hacia el mar, una empresa escocesa busca petróleo. Groenlandia, la isla más grande del mundo, con su pequeña población de 56 mil personas, está al borde de una fiebre del petróleo. La riqueza potencial frente a sus costas está convirtiendo el país en un campo de batalla. La industria petrolera global, deseosa de satisfacer el hambre de energía del mundo, está embarcada en una lucha contra grupos ambientales que creen que este delicado paisaje ártico debe seguir sin tocar.
En 2008, un estudio de las cuencas del Ártico por el Servicio Geológico de EEUU estimó que tres provincias frente a la costa de Groenlandia podrían, en conjunto, rendir hasta 52 mil millones de barriles de equivalentes de petróleo (lo que incluye el gas natural) - lo mismo que se ha extraído del Mar del Norte en los últimos 40 años. Esto captó la atención de empresas como ExxonMobil y Royal Dutch Shell, y es la razón por la que la escocesa Cairn Energy está haciendo prospecciones allí.
Las cifras también permanecieron en la mente de Kuupik Kleist, primer ministro de Groenlandia y líder del partido Inuit Ataqatigiit. Kleist ve el petróleo como una posible vía para lograr finalmente la independencia económica de Groenlandia. Aunque se autogobierna desde 2009, el país sigue siendo una región de Dinamarca.
Cada año, la isla recibe un subsidio anual de US$ 617 millones de Dinamarca, que ayuda a financiar servicios sociales. Las exportaciones de pescado generan ingresos de unos US$ 386 millones.
La posible riqueza por hidrocarburos del país “tiene un enorme potencial económico”, dice Kleist. No da la impresión de un hombre agobiado por lo que sus críticos describen como un pacto faustiano con la industria petrolera. Para él, el argumento es claro: el gobierno quiere diversificar la economía, y el petróleo y gas presentan una oportunidad enorme.
El futuro no se ve tan claro para los habitantes, en su mayoría Inuits, del país. Los Inuit son casi 85% de la población de Groenlandia (el resto son daneses) y si bien parece haber un apoyo local amplio para la industria petrolera, en particular sus ingresos, muchos son reacios a moverse demasiado rápido. Henrik Leth, gerente de la Asociación de Empleadores de Groenlandia, está de acuerdo, pero también quiere ver nuevas oportunidades para los habitantes locales. Los líderes del país, dice, deberían obligar a las petroleras internacionales a hacer una inversión duradera en la fuerza laboral local.
Un mes antes, en junio, 18 activistas de Greenpeace intentaron abordar la plataforma de exploración Leiv Eiriksson, una de las contratadas por Cairn Energy, en busca del “plan de respuesta a derrames”, un documento obligatorio que establece los procedimientos que deben seguirse en caso de un derrame.
Muchos de los riesgos, por supuesto, siempre han estado allí. La fiebre del petróleo ártico ha estado latente hace tiempo. Desde 1945, se han perforado más de 10.500 pozos, en tierra y mar, dentro del Círculo Ártico.
Groenlandia entregó sus primeras licencias offshore ya en los ‘70. Pero no hubo éxito y el interés se secó. El gobierno presentó un nuevo plan y el resultado (un mapa con las 20 licencias concedidas desde entonces) está desplegado en su Oficina de Minerales y Petróleo en Nuuk. El atractivo ahora es tal que en mayo, cuando la ansiedad sobre los peligros de la exploración marítima alcanzaba un máximo durante el derrame de BP en el Golfo de Méxio, Groenlandia recibió más de 17 solicitudes de licencias en el área de Baffin Bay.
Y lo que está ocurriendo en Groenlandia es sólo parte de la historia. La alianza que BP buscaba con la estatal rusa Rosneft era para que el grupo pudiera entrar al Ártico ruso. Shell espera abrir pozos exploratorios en el Mar de Beaufort en Alaska el próximo año. Statoil, la estatal noruega, ya tiene un proyecto en el Mar de Barents.
Los desafíos físicos son inmensos. La perforación sólo se puede realizar en el verano, cuando el hielo se ha derretido. Hay escasa infraestructura y los pozos son caros. Pero la fiebre de hoy se apoya en precios del crudo de más de US$ 100 por barril.
El sol finalmente atraviesa las nubes y Nuuk muestra su lado brillante. Pero el debate acerca del futuro petrolero de Groenlandia sigue adelante. En su oficina sobre la bahía, Alfred Jakobsen, director de la Organización de Pescadores y Cazadores del país, dice que sus miembros se oponen al desarrollo petrolero offshore, porque “no se pueden controlar las condiciones ambientales” y le preocupa lo que un derrame le haría a las vidas de sus miembros.
Carl Christian Olsen, presidente del Inuit Circumpolar Council (ICC), la organización no gubernamental internacional que representa a unos 150.000 Inuits de Alaska, Canadá, Chukotka (Rusia) y Groenlandia, es más optimista. Dice que el gobierno reconoce que debe tomar en cuenta “la visión de la sociedad pública”.
Estas son las varias demandas en conflicto que debe acomodar la nueva administración de Groenlandia. El primer ministro Kleist sigue siendo pragmático y es uno de los pocos que advierte que los sueños petroleros de Groenlandia siguen siendo sólo eso. Los ejecutivos en las grandes petroleras, en tanto, esperan la próxima licitación de licencias, prevista para comienzos de 2012.
Lo que sea que pase, dice Kleist, Groenlandia jugará un rol muy significativo en dar forma a la política en el Ártico, que, si nada más, debe poner a las personas en el extremo norte al centro de su mundo cambiante. “Ahora nos estamos enfocando con más fuerza en las personas”, dice. “Siempre tuvimos que gritar ‘somos la gente que vive en el Ártico’. Hoy, creo que el mensaje fue recibido y entendido”.