La visión de Dominique Strauss-Kahn, director gerente del Fondo Monetario Internacional y posible candidato a la presidencia francesa, haciendo el desfile de los acusados fue pasmosa. Si los cargos son ciertos, este hombre capaz es un loco. Pero, a menos que el caso colapse, el evento proyectará una larga sombra.
Strauss-Kahn, resultó ser el hombre adecuado en el puesto adecuado en el momento adecuado. Al principio, tuve dudas sobre el nombramiento de otro francés y un político, para dirigir una institución internacional tan central. Me equivoqué. Strauss-Kahn demostró ser un ejecutivo audaz, un político eficaz y un economista competente. Esta combinación es muy rara. No es probable que ninguno de los candidatos en discusión haga el trabajo tan bien como él lo hizo durante lo peor de las crisis financieras global y luego de la eurozona.
Por supuesto, se esperaba ampliamente que Strauss-Kahn dejara el FMI en breve, para competir por la presidencia francesa. Pero si hubiera ganado, habría transformado la capacidad de la eurozona para manejar su actual crisis interna. Ciertamente, habría traído a esta tarea habilidades de las cuales el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy, carece: por encima de todo, peso intelectual y credibilidad con las autoridades en Alemania, la potencia de Europa.
Strauss-Kahn era una de las pocas autoridades europeas a las que la dirigencia alemana, en especial la canciller Angela Merkel, prestaba atención. En momentos cruciales, fue capaz de unir a los europeos. De hecho, incluso parecía capaz de reunir a un gobierno alemán dividido. No puedo imaginar quién podría reemplazarlo. Cuando existen tantas divisiones dentro de Europa y las decisiones que tenemos por delante son tan complejas y tensas, su ausencia se sentirá mucho.
Inevitablemente, ya hay mucha discusión sobre quién podría reemplazar a Strauss-Kahn en el FMI. Es fácil pensar en tecnócratas capaces en todo el mundo. También es posible pensar en personalidades políticamente eficaces. Nadie combina estas dos facetas tan bien como él. También surgirá la cuestión de la nacionalidad. Los europeos, sospecho, insistirán en que debe ser otro europeo, posiblemente Christine Lagarde, actual ministra francesa de finanzas. Los países emergentes presentarán sus propios candidatos. Sin embargo, dado el papel central que ahora juega el FMI en la zona del euro, como fuente de financiamiento y, más aún, de pericia, es difícil imaginar que los europeos cedan. Sospecho que EEUU los respaldará, en cuyo caso tendrán los votos. Ciertamente, nadie no europeo podría desempeñar el papel que Strauss-Kahn tuvo en la eurozona.
La caída de Strauss-Kahn llega en un momento importante. Como dije la semana pasada, el programa griego no ha funcionado como estaba previsto. Esto no es sorprendente: nunca pareció probable que lo hiciera. Hay una buena probabilidad de que a la larga lo mismo sea cierto del programa de 78 mil millones de euros de Portugal. Irlanda definitivamente no ha recuperado la salud. En un mundo de equilibrios múltiples, está lejos de ser seguro que España pueda manejar los ajustes adelante. Más aún, según un nuevo estudio del FMI sobre Europa, el apalancado sistema bancario de la eurozona sigue siendo vulnerable.
Las bases económicas subyacentes de la crisis son evidentes. Durante los años de bonanza, varios países pudieron endeudarse más y en condiciones más favorables que nunca. Ellos, entonces, tuvieron enormes déficit en cuenta corriente. Esto último resultó ser el indicador anticipado de las crisis futuras, no el déficit fiscal, como sostiene erradamente la sabiduría convencional alemana. Las contrapartes nacionales de estos déficits externos podrían ser enormes déficit fiscales (como en Grecia), enormes déficit financieros privados (como en Irlanda y España) o una combinación de los dos (como en Portugal). De hecho, ahora sabemos que la distinción entre el déficit y la deuda privados y el déficit y la deuda públicos es mucho menos absoluto que lo pensado: la deuda privada se convierte en deuda pública y los déficit privados en déficit públicos muy rápidamente. En una crisis, grandes déficit externos también dan lugar a "interrupciones súbitas" en las entradas de financiamiento externo y de ahí la necesidad de un apoyo oficial, para financiar el déficit en cuenta corriente y fiscal en curso y la fuga de capitales.
Un país con un sector privado endeudado que también trata de reducir un enorme déficit fiscal estructural debe generar una mejora compensatoria en su cuenta corriente. Es una cuestión de lógica. Considere a Portugal. Según el FMI, tenía un déficit en cuenta corriente del 10% del producto interno bruto el año pasado, un déficit fiscal del 7% del PIB y así un déficit implícito del sector privado del 3% del PIB. Para que el déficit fiscal mejore sin empujar al sector privado a un déficit mayor, la cuenta corriente debe mejorar considerablemente. Pero esto implica un aumento de la competitividad. El reto de la competitividad que enfrentan estos países es mucho mayor que el que enfrentaba Alemania a fines de los ’90.
Al margen de financiar el ajuste, alguien también debe soportar las pérdidas en los préstamos impagos pasados. En su sabiduría, la zona del euro ha decidido que las pérdidas de los acreedores del sector privado deben ser socializadas y que la carga final caiga sobre los contribuyentes de los países con déficit. Estos últimos sufrirán primero una contracción y luego años de austeridad fiscal. La justificación para todo esto es el punto de vista, defendido especialmente por el Banco Central Europeo, de que la zona del euro no puede afrontar incumplimientos, ya sean en préstamos a los bancos o en préstamos a los gobiernos. Una vez más, se disuelve la distinción entre deuda pública y privada.
Sin embargo, el problema con la estrategia de imponer la carga sobre los contribuyentes en los países deudores es que es poco probable que funcione. Como una proporción cada vez mayor del financiamiento termina en fuentes oficiales, es probable que estos últimos terminen soportando costos políticamente explosivos cuando las deudas se pasen a pérdida. Se requiere también alguna "participación del sector privado" - o por lo menos prórrogas de los vencimientos. Asimismo, debe haber amortizaciones de préstamos a bancos quebrados y una recapitalización posterior de las instituciones financieras dañadas.
Esta crisis es difícil de resolver. ¿Cómo debe financiarse el ajuste? ¿Quién debe soportar las pérdidas? ¿Cómo se minimiza el pánico? Los desafíos son enormes. La estrategia de hoy requiere cada vez más financiamiento oficial por períodos cada vez más largos. ¿Llegará? Si no, alguien tiene que pensar de nuevo. Con Strauss-Kahn fuera, me pregunto quién podrá liderar el camino ahora.