Este debe ser un momento doloroso en la larga carrera política de Jerry Brown, el demócrata cuya distintiva marca californiana de liberalismo le ganó el apodo de “Gobernador Moonbeam” (Gobernador Lunático) en los ‘70.
Intentando acabar un déficit de US$ 9.600 millones, el septuagenario gobernador de California promulgó un presupuesto que cortó programas queridos por los demócratas: más de
US$ 1.000 millones del codiciado sistema universitario estatal y decenas de millones de los programas de servicios sociales para personas mayores y discapacitadas y de lucha contra el crimen.
“Honesto, pero doloroso”, fue como Brown describió el plan. Algunos pudieron haber agregado “inevitable”, dada la extraña naturaleza de la constitución de California - y los compromisos de campaña que Brown hizo para derrotar a Meg Whitman en la pasada elección de noviembre.
La multimillonaria ex directora ejecutiva de eBay gastó cinco veces más que Brown en la campaña. Pero Brown, que cumplió dos períodos como gobernador de California desde 1975 hasta 1983 (también tuvo un par de intentos fallidos por la nominación presidencial demócrata y pasó tiempo trabajando con la Madre Teresa en India) demostró ser astuto. Hábilmente desvió los ataques de campaña que lo caracterizaron como un títere sindical que subiría impuestos, y dijo que aumentaría los impuestos sólo si los votantes lo aprobaban en una consulta especial.
Con un déficit tan vasto, California está pidiendo a gritos nuevos ingresos, pero imponer nuevos impuestos, hasta ahora, ha sido imposible. La constitución estatal poco manejable y muy corregida (sólo India y, curiosamente, Alabama, tienen cartas más largas) requiere una mayoría de dos tercios en la legislatura antes de que una proposición pueda ser votada por el público. La legislatura se divide a partes de iguales entre los dos partidos y desafortunadamente para Brown, los republicanos no están en humor de cooperar.
El clima político en el “estado dorado” ha cambiado desde el último período de Brown como gobernador. Las líneas partidistas se han endurecido y los efectos de una polémica propuesta sometida al voto popular que, irónicamente, se hizo ley cuando él era gobernador, ha dificultado los esfuerzos de gobernadores subsiguientes para equilibrar los balances.
Después de hacer lobby con los republicanos por casi seis meses para someter sus propuestas al público, Brown se rindió y la semana pasada firmó su presupuesto con todos los recortes, con la vaga promesa de volver a plantear el próximo año una votación especial.
Asumiendo que los republicanos no cambien de opinión sobre una votación pública respecto de los impuestos, California se prepara para su propia era de austeridad. Todavía no hay manifestaciones evidentes de descontento público con los próximos recortes o demostraciones masivas que puedan compararse con las de Grecia o Reino Unido. Pero eso podría cambiar, en particular si los ingresos por impuestos no suben en los próximos meses como está proyectado, lo que podría gatillar una serie viciosa de cortes al ya desvencijado sistema escolar de California.
Mientras Brown lidia con esto, podría ser perdonado por lo que le pasó a la California de los ‘70. El “estado dorado” perdió su brillo.