Por J. P. Rathbone y J. Webber
Sebastian Piñera apunta con orgullo a su fotografía con Steve Jobs que mantiene como salvapantalla en el computadora de su oficina.
“¿Adivinan quién es?”, dice el presidente de Chile del visionario fundador de Apple. “Somos viejos amigos”.
La fotografía es también un recordatorio del énfasis que ha puesto Piñera en la eficiencia de tipo empresarial y el emprendimiento en su administración de 18 meses.
Una aproximación a mano limpia le funcionó bien al millonario ex empresario para lidiar con las consecuencias del terremoto que devastó al país en febrero de 2010. “Ya hemos completado más de la mitad de la reconstrucción”, dice.
También ayudó a catapultar a Piñera a la escena mundial tras el rescate que encabezó de 33 mineros atrapados bajo tierra cerca de Copiapó en octubre pasado. La triunfante operación llevó al primer presidente de centro derecha de Chile desde el término de la brutal dictadura de Augusto Pinochet a decir “este es un país reconciliado”.
Pero recientemente tales aseveraciones le han salido por la culata. Pese a un crecimiento económico de más de 8% en el primer semestre, Chile ha sido golpeado por una serie de huelgas mineras y las peores protestas estudiantiles en 20 años de historia democrática.
La popularidad de Piñera se ha desplomado. Algunos incluso se preguntan si la agitación social es una señal de una “primavera chilena” al estilo árabe y si el aclamado modelo de libre de mercado del país ha llegado a su límite.
“El modelo chileno no está roto, pero necesita ajustes”, admite Piñera. “Eso es natural. Cuando uno es pobre, se preocupa por la comida y el techo. A medida que se enriquece, otras cosas se vuelven más importantes: la calidad de la educación, salud, el ambiente”.
Aunque las protestas hicieron erupción en el mandato de Piñera, en cierta forma su gobierno sufre de frustraciones que se han acumulado por más de una década.
El país es visto en general como el mejor gestionado y más próspero de América Latina (se unió a la OCDE, el club de los países ricos, el año pasado). Sin embargo, es también uno de los más desiguales del mundo: más de la mitad del ingreso nacional está en manos del 20% más rico de la población.
“En cierto modo estoy agradecido por las protestas”, dice Piñera, añadiendo que la agitación obligará a su gobierno a trabajar más duro para terminar con la desigualdad. “La única meta de nuestro gobierno”, dice, “es mejorar la calidad de vida y hacer feliz a la gente”.
Sin importar lo sinceras que sean estas aseveraciones, suenan vacías para sus muchos críticos. Dicen que la riqueza personal de Piñera, sumada a un gabinete abarrotado con otros empresarios acaudalados, hace que su gobierno se vea fuera de tono con las preocupaciones de la mayoría de los chilenos.
La educación sirve de ejemplo. Los estudiantes, encabezados por la carismática Camila Vallejo, quieren un sistema completamente sin lucro, dominado por el estado y pagado con impuestos más altos. Aunque la cobertura se ha ampliado enormemente, el sistema chileno de financiamiento sobre todo privado también ha dejado a los graduados, o a sus padres, agobiados con grandes deudas.
Entre tanto, dos miembros del gabinete de Piñera han hecho fortunas con la venta de servicios educaciones a las universidades privadas de Chile – como la renta de edificios de salas de clases.
Piñera no se arrepiente. “Chile necesita más capacidad emprendedora, más creatividad, más innovación”, dice de los dos ministros. “Quienquiera que pueda ayudar a crear una universidad de la nada, y ganar dinero haciéndolo, todo dentro de la legalidad – son un activo, no un pasivo”.
El enojo popular con tal actitud ayuda a explicar el desplome en la popularidad de Piñera desde el máximo superior a 60% que logró tras el rescate de los mineros a un mínimo de 26% - aunque sigue más alto que el de la oposición.
Más aún, la comunidad empresarial está cada vez más preocupada. Teme que el desorden político pueda llevar incluso al desorden económico.
“También estamos preocupados. No somos ciegos ni sordos. Pero confiamos en que estamos haciendo lo que hay que hacer”, dice Piñera.
Apunta al incremento en los salarios reales y los 500.000 empleados creados en los últimos 18 meses como evidencia de que sus políticas están funcionando.
“Los socialistas pasan todo el día pensando en cómo subir los impuestos. Nosotros pasamos todo el día preguntándonos cómo mejorar la calidad de vida – y el resultado está a la vista”.
Agrega que las tasas de pobreza están cayendo y que, pese al deterioro en la economía mundial, las exportaciones de Chile, dominadas por el cobre, a la dinámica Asia significan que será “el país de más rápido crecimiento en la OCDE, de nuevo”. Se prevé que la expansión del próximo año sea de 5%.
Piñera espera tornar la marea de protestas con US$ 1.000 millones adicionales al año para financiar a los estudiantes más pobres, de hecho, una marcha el miércoles careció de las batallas del pasado reciente.
Él cree que sus niveles en las encuestas “han tocado fondo” desde el nivel más bajo alguna vez registrado para un presidente chileno. Pero, si bien la fe en el modelo chileno no se ha quebrado, ha sido sacudida. La pregunta sin responder es si Piñera, con sus oídos sordos a la política, puede enderezarla.