Por Heba Saleh
Los estados árabes suelen ser repúblicas o variaciones del régimen monárquico, pero la Libia de Muammar Gaddafi era una Jamahirya. Este término de su invención significa Estado de las masas y fue parte de la ficción perpetuada por el gobernante para convencer a su gente de que controlaban su propio destino, y él era simplemente un guía o un gurú que les mostraba el camino. El coronel se presentaba como un visionario político que había creado un sistema de “democracia directa”. Un eslogan que aparece en edificios públicos libios dice: “El poder, la riqueza y las armas están en manos del pueblo”.
En realidad, por supuesto, el Estado de las masas estaba en manos de un único hombre, el coronel, cuya cara aparecía en enormes carteles gigantes en todo el país y cuyos caprichos dictaron el rumbo de Libia durante 42 años. El líder cambió incluso el nombre de los meses y modificó el calendario.
Aunque sea fácil reírse de sus excentricidades, la realidad es que mientras emerge un nuevo liderazgo y su régimen se desmorona, será difícil enfrentar el legado que deja Gaddafi. Es probable que crear capacidad humana e instituciones duraderas para mantener al Estado cohesionado y dirigir su desarrollo económico y político sea el mayor desafío para las nuevas autoridades de Libia una vez que se estabilice la seguridad. Cuadro décadas de gobierno despótico han dejado al país sin instituciones. No hay parlamento ni partidos políticos, la educación es mediocre, la burocracia inepta el dinero del petróleo ha socavado la ética del trabajo.
El Consejo Nacional de Transición, que ahora es la máxima autoridad política del país, ha presentado un programa ambicioso para una vuelta al gobierno elegido democráticamente. Éste incluye planes para elegir a los miembros de una asamblea constituyente, que redactará una carta magna y nombrará un gobierno en el término de ocho meses. Las elecciones parlamentarias se realizarían en menos de dos años.
Pero lo difícil será implementar esa visión. “El problema es que nunca tuvimos instituciones. No tenemos que recuperarlas, sino construirlas de la nada”, señaló Hafed al-Ghwell, un analista de Libia con sede en Washington.
El mundo árabe no ofrece modelos de Estado democrático como ejemplo a seguir. La experiencia iraquí está incompleta y sigue llena de problemas, mientras los Estados petroleros del Golfo son monarquías sostenidas por familias autoritarias. Esto no puede reproducirse en Libia, que acaba de sacarse de encima una dictadura.
Además, si bien la sociedad libia es más homogénea que la de Irak, en ella la tribu y la región son importantes. Algunos piensan que hay riesgo de que el petróleo se convierta en factor de división. “Hasta ahora la gente ha estado unida por la necesidad de derrocar a Gaddafi, pero después habrá distintas opiniones sobre el dinero y el petróleo. Se necesita un marco político y económico sólido, y las instituciones de un Estado moderno”, dijo Ghwell y agregó que, de otro modo, las regiones productoras se preguntarán por qué deben financiar a las demás.
Las verdades tras el fondo soberano
La sede del fondo de riqueza soberana de Libia, con US$ 65.000 millones, se encuentra vacía y sin guardias. La entrada a la Autoridad Libia de Inversión (LIA, su sigla en inglés) ubicada en una torre frente a las playas del Mediterráneo, que en otros tiempos recibió la visita de emisarios de los principales bancos del mundo, estaba abierta para rebeldes y saqueadores, aunque sus puertas más interesantes permanecen cerradas, por ahora.
Supervisada por Seif al-Islam, hijo del líder, LIA representó el retorno de Gaddafi a la escena mundial: la agencia fue cortejada por entidades como Goldman Sachs y Société Générale, y adquirió participaciones en empresas como el banco italiano UniCredit y Pearson, la compañía propietaria del Financial Times.
También se construyó una reputación como una entidad caótica y a veces no confiable donde los profesionales se mezclaban con favoritos del regimen, epitomizando una lucha nacional más amplia entre profesionales competentes y siervos del feudo familiar de los Gaddafi. Y en meses recientes ha estado en la mira por el punto hasta el cual enriqueció a los Gaddafi y porqué realizó una serie de inversiones de mal rendimiento a través de grandes bancos.
Más allá de la prioridad de controlar los activos congelados por las sanciones internacionales, la nueva dirigencia libia debe ahora reformar una institución que, si sobrevive, debería ser la supervisora responsable de la riqueza petrolera del país. Mahmoud Badi, el tecnócrata a cargo de iniciar esta transformación, dijo que considera a Noruega un modelo.