Es una apuesta segura que cuando el nombre Roosevelt es mencionado por un presidente demócrata -ya sea Teddy o Franklin- las acusaciones de guerra de clases vendrán pronto. El martes, Barack Obama evocó a Teddy Roosevelt cuando habló en Osawatomie, Kansas, donde hace más de un siglo su predecesor había llamado a una nueva era de “nacionalismo” progresivo.
Obama no fue menos ambicioso. En un discurso que estableció las bases de su campaña 2012, el presidente pidió una sociedad donde “todos obtengan una oportunidad justa, cuando todos hagan su justa acción, cuando todos jueguen por las mismas reglas”. Culpando a la Gran Depresión de la “impresionante codicia” de las elites financieras, Obama pidió a los más ricos pagar mayores impuestos.
A diferencia de sus antecesores, Obama no llegó a calificar a sus oponentes como “monárquicos económicos” o “malhechores de gran riqueza”, y él no dio señales de que “acogería su odio”. Pero los republicanos no perdieron tiempo para llamar la atención sobre una nueva era de guerra de clases en la cual el presidente culparía a los creadores de riqueza estadounidenses de sus propios fracasos. Y esas son las líneas de batalla de 2012 que están siendo dibujadas.
Esto tiene un lado bueno y una malo. Bueno, porque EEUU necesita una elección enfocada en su economía. Obama no es un “keniano anticolonial”, como Newt Gingrich ha dicho, ni el “que se disculpa” por EEUU, como Mitt Romney cree. Estas son extrañas distracciones. Peros los dos lados tienen disputas legítimas respecto a cómo sacar a EEUU de lo que se está convirtiendo en una prolongada fase de anemia económica.
Es también el debate que los votantes quieren. Ya sea si se miran las encuestas, en donde las preocupaciones económicas pesan más que todo, o en las calles, donde el Tea Party y Occuppy Wall Street (OCW) gritan una lista de quejas económicas.
Eso es útil para que los partidos puedan encender sus bases: el martes Obama estuvo a punto de endosar la mentalidad del 99% de los Occuppy, y los republicanos hace tiempo han aceptado el populismo anti impuestos del Tea Party.
Pero hay razones para temer que el debate podría generar más calor que luz. Los más adinerados podrían fácilmente volver al 39,5% de impuestos que pagaron bajo el gobierno de Bill Clinton desde el 35% que pagan ahora. Pero una mayor tasa de impuestos marginales no resuelve los problemas de EEUU.
Obama no es un guerrero de clases. Pero él aún no ha encontrado una forma atractiva de abordar lo que hay detrás de las profundas desigualdades de EEUU. Los republicanos están aún más lejos. Esperemos que la guerra de clases marque sólo el punto inicial para esta conversación.