Los políticos de izquierda están en una retirada electoral en la mayor parte del mundo occidental. Una de las pocas excepciones es Estados Unidos. Con un 15% en las encuestas de los demócratas, Bernie Sanders, el senador de Vermont, está cabalgando más alto que ningún otro socialista estadounidense desde que Eugene Debs se postuló a la Casa Blanca hace más de un siglo.
El hecho de que Sanders tenga muy pocas posibilidades de desbancar a Hillary Clinton está más allá de la discusión. Su popularidad la está arrastrando a ella hacia la izquierda. Si él se quema, otros del ala más izquierdista, como Martin O'Malley, el ex gobernador de Maryland que entró recientemente a la carrera presidencial, están listos para recoger la posta. Elizabeth Warren, la populista senadora de Massachusetts, continuará presionando a Clinton desde fuera de la contienda. Mientras más Clinton adopte su lenguaje, más difícil será para ella reclamar el terreno del centro el próximo año. Sin embargo, ella sólo está siguiendo a la masa. Una parte sorprendentemente grande de los demócratas ha estado feliz de romper el tabú estadounidense contra el socialismo.
Para la mayoría de los estudiosos de la política en EEUU, la frase socialista estadounidense es una contradicción intrínseca, como carbón limpio o marina boliviana. Hace un siglo, Werner Sombart, un académico alemán, se preguntó "¿por qué no hay socialistas en EEUU?" Ese era un tema que confundía a los marxistas. Como la sociedad capitalista más avanzada, EEUU era la que estaba más madura para una revolución del proletariado, según su teleología.
Sin embargo, EEUU se resistía a desempeñar este rol. Los intelectuales europeos deberían haber puesto más atención al inmigrante irlandés que al llegar a los muelles de Boston en 1813 proclamó: "Si hay un gobierno acá estoy en contra de él". También deberían leer las tres primeras palabras de la constitución de EEUU: "Nosotros el pueblo". Más allá de todos los crímenes cometidos contra los nativos americanos y los afroamericanos, la República de Estados Unidos inició su vida sin una aristocracia ni una servidumbre feudal. Nació como un país de clase media con la igualdad de oportunidades como su cuna. Eso la convirtió en un lugar radicalmente distinto para el viejo mundo que había dejado atrás.
Esas diferencias ya no son obvias. Nadie, ni siquiera Sanders, está hablando de nacionalizar la economía. Pero sus políticas son radicales para los estándares de EEUU. Quiere un sistema de salud estatal como el de Canadá o Reino Unido. Quiere abolir los cobros para la educación superior, eliminar el financiamiento de las empresas a las campañas políticas, redistribuir los ingresos, vacaciones pagadas obligatorias y mayores beneficios de seguridad social. También quiere dividir a los bancos de Wall Street "demasiado grandes para caer". "¿Estamos dispuestos a ir contra los enormes poderes políticos y económicos de la clase multimillonaria?", pregunta Sanders, o "¿seguiremos cayendo hacia la oligarquía?".
Una minoría demócrata altamente energizada está reaccionando a su mensaje. Sanders recaudó US$ 1,5 millón de pequeños donantes dentro de las primeras 24 horas de lanzar su pre campaña a comienzos de mayo. Aunque está por detrás de los donantes de Clinton, su apoyo excede al de cualquiera de los aspirantes de los Republicanos. ¿Se trata de un voto protesta temporal? ¿O deben empezar a preocuparse los donantes de Clinton?
La respuesta a la primera pregunta llegará cuando los demócratas realicen su primer debate presidencial. Como una persona a la que le gusta hablar directo y dueño de una personalidad auténtica, Sanders podría marcar un poco halagador contraste para Clinton. Ya que Clinton está tan fuertemente asociada con las dinastías y la riqueza –los Clinton han ganado más de US$ 25 millones en cobros por conferencias desde comienzos de 2014– ella se va a sentir aún más presionada para apropiarse de la retórica de Sanders. Pero eso podría ser un riesgo, haciéndola ver incluso menos sincera. La mayor parte del público estadounidense ya dice que encuentra a Clinton poco confiable. Sanders no se va a convertir en el presidente número 45 de EEUU. Pero podría herir fatalmente las posibilidades de Clinton. Lo mismo podría hacer Warren.
La respuesta a la segunda pregunta es sí. Sanders no es un destello pasajero. El socialismo no encontró una audiencia en EEUU porque la mayoría de los estadounidenses sentía que pertenecía a la clase media. Altas tasas de movilidad social daban a la gente la sensación de que su sociedad era única, y con buenas razones. Como dijo Richard Hofstadter, el historiador estadounidense: "Ha sido el destino de nuestra nación no tener ideologías, sino ser una".
Pero eso ahora está en duda. Tan sólo en 2008, 63% de los estadounidenses se identificaba como clase alta o media. Eso ha caído a 51%. Mientras tanto, la proporción de estadounidenses que se identifica a sí mismo como clase trabajadora o baja, según Gallup, ha aumentado de 35% a 48%. Y los estadounidenses que pertenecen a la clase alta son el 1%. Ese número no ha cambiado. Pero el sentimiento de que ellos están manipulando el sistema ahora se ha extendido.
No habrá una marea roja en EEUU. Es difícil imaginar que siquiera una pequeña parte de la agenda de Sanders llegue a aplicarse. Pero el auge de la izquierda demócrata es tan real como el surgimiento del Tea Party en los republicanos. Hasta hace poco los cientistas políticos hablaban de "polarización asimétrica", para decir que los republicanos se estaban moviendo más a la derecha de lo que los demócratas lo estaban haciendo a la izquierda. Pero ahora los demócratas se están poniendo al día. Mientras tanto, más y más estadounidenses manifiestan intolerancia por los credos políticos de los demás. Las elecciones generalmente son ganadas en el centro. Pero este es más pequeño ahora de lo que solía ser. Según la tradición estadounidense, las elecciones del próximo año probablemente van a presentar un choque inusualmente patente de ideologías. Sea lo que sea lo que haga a partir de ahora, Sanders ya ha asegurado eso.