Estuve en Grecia en julio, cuando falleció el distinguido director de cine de ese país, Michael Cacoyannis, a los 89 años. No es un nombre que signifique mucho para los griegos estos días y su principal película, Zorba el Griego, difícilmente es conocida para cualquiera menor de 50 años. No se puede decir lo mismo de la música de la película, que acelera hacia su clímax demente en cada taberna en Grecia (y el norte de Londres).
Entiendo a quienes no quieran escuchar esa melodía nunca más. Pero la película es más sofisticada. Esta columna siempre ha sostenido que las grandes obras culturales hablan con resonancia de cosas más allá del reino cultural, y esta es la cosa: no puedo evitar sentir que los economistas del mundo comprenderían mejor la naturaleza de la crisis financiera griega si se sentaran a oscuras con Zorba por un par de horas.
El filme se basa en la novela de Nikos Kazantzakis, y cuenta la historia de un estirado inglés (Alan Bates), quien llega a Creta y encuentra al entusiasta y terminalmente irresponsable Zorba (Anthony Quinn). Bates tiene modales y educación, Zorba magnetismo animal y habilidad para bailar. Sorprendentemente, se llevan bien.
Kazantzakis no pintó la sociedad cretense como idílica. Había un tono sombrío en su historia fielmente reproducido por Cacoyannis: la lapidación de una viuda adúltera, el saqueo de la casa de una extranjera rica momentos después de su muerte por los locales.
Cacoyannis fue criticado por sus conciudadanos por enviar este mensaje al mundo: que Grecia en los ’60 era en muchos sentidos una sociedad brutal y más bien primitiva, pese a las mejores intenciones de su clase política de arrastrarla al mundo moderno.
Pero Zorba el Griego fue la mejor publicidad que haya tenido Grecia. Los extranjeros pasaron por alto la lapidación y el pillaje, y se maravillaron ante la espontaneidad de todo. Había un país donde los problemas se iban bailando. Donde el carisma contaba más que el juicio mesurado.
Por demasiado tiempo, las sociedades avanzadas de occidente admiraban a Grecia por las razones equivocadas: la gloria de sus filósofos, políticos y artes, que dieron forma a la civilización occidental. Pero como nos recordó Nietzsche, otro enamorado de las fiestas, Grecia tiene que ver tanto con el abandono dionisiaco como con el buen sentido apolíneo.
Esta incómoda verdad fue olvidada por las decorosas sociedades en la era del Iluminismo. Pero la cultura popular del siglo 20 llevó la tesis de Nietzsche al mercado masivo y al mercado masivo le encantó. El turismo despegó en Grecia.
Zorba el Griego termina en desastre, luego triunfo. Bates y Quinn bailan sirtaki en la playa tras fracasar el negocio que emprendieron juntos. Dionisio triunfa sobre las fuerzas del orden.
Uno no espera un análisis profundo de la crisis financiera griega en este espacio. Pero le dejo estos pensamientos: Zorba fue estupendo para la balanza de pagos, pero ¿podrían los mismos griegos haberse infatuado con él? ¿Con el encanto negligente, el carisma, la irresponsabilidad terminal? ¿Con la actitud de al diablo con la planificación económica?
Bueno, al diablo le preocupa, y también al resto del mundo. El logro del clasicismo ateniense es que entendió el precario balance entre las fuerzas del orden y el caos que servían de base a la paz y prosperidad. Las proporciones perfectas del Partenón son un símbolo. Pero fue un momento efímero. Guerra y destrucción estaban a la vuelta de la esquina.
Tengo ascendencia griega y le deseo lo mejor a Grecia en sus esfuerzos por salir de su predicamento actual. Pero basta de Zorba. Era un tonto. Es bueno ser serio acerca del déficit presupuestario. Y hay problemas que no se van bailando.