Por Tobias Grey
Se necesita un espía para descubrir a otro espía. A la edad de 82 años, Hal Vaughan, un antiguo periodista y espía de la CIA, finalmente ha hecho lo que legiones de otros biógrafos de Coco Chanel no pudo: descubrir el pasado secreto de la reina francesa de la moda como agente nazi. Él demuestra hábilmente que Chanel estaba lejos de ser una inocente víctima de las circunstancias durante la Segunda Guerra Mundial sino una absoluta Abwehr (agente del servicio secreto alemán), con su propio número y nombre código: Westminster (sin duda una referencia a su antiguo amor, el Duque de Westminster).
Vaughan estaba investigando la historia de H. Gregory Thomas, un antiguo presidente de Chanel, cuando se topó con un montón de empolvados archivos de inteligencia francesa que habían sido sacados originalmente por las autoridades alemanas durante la guerra y enviados a Berlín. Los mismos documentos fueron luego descubiertos en los archivos nazi por la inteligencia soviética y trasladados a Moscú. Permanecieron ahí hasta 1985, cuando fue alcanzado un acuerdo entre Rusia y Francia para que miles de estos reportajes fueran repatriados a los archivos militares franceses en Chateau de Vincennes, donde Vaughan los encontró. La prueba irrefutable, reproducida en el libro de Vaughan, es una fotocopia de un informe de la policía francesa que revela a la agente Westminster como Gabrielle Chanel, el nombre real de Coco.
Cuando la guerra terminó Chanel, de 55 años, estaba en la cúspide de su fama internacional como diseñadora de moda y perfumes. Para su amigo y colaborador Paul Morand, ella fue nada menos que “el ángel exterminador del estilo francés del siglo XIX”. Ella también fue una rabiosa antisemita, mujer fría que pasaba sus noches de insomnio con inyecciones de morfina. Chanel vio la guerra como una oportunidad para buscar venganza de todos aquellos que se habían entrometido en el camino de sus intereses.
Una de las primeras cosas que hizo fue despedir a cerca de 3.000 trabajadoras como represalia por una huelga tres años antes, en 1936. Ella culpó al gobierno socialista de Léon Blum, judío, y estaba encantada cuando fue impugnado.
En 1933 Chanel había ayudado a relanzar un diario fascista, Le Témoin (El Testigo). Sus creencias políticas de derecha se profundizaron durante la guerra y se enamoró del Barón Gunther von Dincklage, un agente secreto alemán trece años menor que ella.
Con la ayuda de Dincklage, Chanel logró que su amado sobrino, André Palasse, fuera liberado de un campamento de prisioneros alemán. Como pago aceptó ayudar aún más a la causa nazi a través de “sus poderosas conexiones en Londres, España y París”. Asociada con un aristócrata francés, el Barón Louis de Vaufreland, Chanel hizo dos viajes a Madrid, en unos de los cuales Vaughan dice que activamente reclutó agentes nazi. Su más descabellada misión, sin embargo, fue un viaje a la bombardeada Berlín en 1943, donde se reunió con el general de la SS Walter Schellenberg. Schellenberg había sido informado de que Chanel era una amiga cercana de Winston Churchill y podía ser persuadida de establecer contacto con él y actuar como una mediadora para un acuerdo de paz con Inglaterra. Los biógrafos de Chanel han sospechado de que fue sólo gracias a la intervención de Churchill que la diseñadora francesa no enfrentó un juicio después del fin de la guerra. Una excepcional entrevista de Vaughan con la sobrina nieta de Chanel, Gabrielle Palasse-Labrunie, hace dos años, parece confirmar esto. Palasse-Labrunie quien estuvo viviendo con Chanel después de la guerra, la recuerda siendo arrestada, luego volviendo a casa y diciendo: “Churchill me puso en libertad”.
Vaughan, que escribe con bienvenida economía y facilidad, merece gran crédito por desentrañar finalmente la personalidad sumamente engañosa de Chanel.