¿Sobrevivirá la eurozona su crisis? Esa fue la pregunta que planteé hace tres semanas. Mi respuesta fue: sí. Mi argumento es que el interés económico propio y la voluntad política se combinarían para preservar la moneda común, pese a las dificultades.
Pero eso despierta otra pregunta: ¿Han hecho los líderes suficiente ya como para poner a la eurozona en una posición sólida? La respuesta es: No. Se han hecho avances. Pero se necesita más, intelectual e institucionalmente. Evidentemente, estoy asumiendo que nuevos golpes demandarán nuevas reformas, ese es mi juicio. No puede ser una certeza.
El euro es un proyecto único. Que estados soberanos puedan compartir una moneda exige solidaridad y disciplina. Mientras más diversas las economías miembros y más divergente su desempeño, mayor es la necesidad de solidaridad y menor es su probable suministro. Así ha sido. Fui uno de los muchos que creían que se necesitaría una unión política más fuerte y una mayor flexibilidad económica para que la eurozona pueda sobrevivir en el largo plazo. Sólo en una crisis se vería claro si se cumplirían las condiciones para la supervivencia. Esta crisis es el examen.
Un discuro fascinante de Lorenzo Bini Smaghi, miembro del directorio ejecutivo del Banco Central Europeo, marca el punto. “Europa”, destaca Bini Smaghi, “está evolucionando, creciendo, siguiendo en su camino de integración. Esto no está pasando, sin embargo, según un plan acordado, predefinido, sino en respuesta a los desafíos que va enfrentando, que en algunos casos pueden poner en peligro la existencia misma de la Unión”. La crisis actual es uno de esos desafíos. Podría llamarse un camino al estilo de “los peligros de Paulina” hacia la integración. Es muy riesgoso, pero ha funcionado, al menos hasta ahora.
La respuesta a la crisis es un ejemplo excelente de los riesgos y recompensas de este enfoque. El golpe pilló por sorpresa a Europa. Algunos habían reconocido los peligros creados por los enormes desequilibrios externos y los préstamos irresponsables a los países periféricos. Pocos se daban cuenta de que esto podría interactuar con un desastre financiero global para generar crisis bancarias, de deuda soberana y competitividad dentro de la eurozona.
En respuesta, los líderes han innovado de modo espectacular. Dentro de un año, aprobaron un paquete de rescate por 110 mil millones de euros (US$ 155 mil millones) para Grecia, en cooperación con el Fondo Monetario Internacional, dotando a un nuevo mecanismo europeo de estabilidad financiera con 440 mil millones de euros, decidido a modificar el tratado, crear un mecanismo de rescate permanente, enmendado el pacto de estabilidad y crecimiento para mejorar la disciplina fiscal y creando un nuevo sistema de supervisión macroeconómica.
Alemania ha aceptado ideas que sus ciudadanos aborrecen. Los países en problemas han aceptado austeridad que sus ciudadanos aborrecen. Hemos visto muchos pataleos y oído muchos gritos. Pero el show sigue adelante.
Pero sin importar lo lejos que puede haber llegado la eurozona, no ha llegado suficientemente lejos. Hay tres desafíos.
Primero, los líderes no han creado un regimen capaz de evitar y lidiar con las crisis potenciales. Cierto, se han logrado áreas de acuerdo importante. Una es la intención de monitorear y promover la competitividad, en especial en los mercados laborales. Sin mercados laborales flexibles, tal moneda no puede funcionar. Otra es el foco en la sustentabilidad fiscal de largo plazo. Y otra más es la decisión de legislar las liquidaciones bancarias, Otra es el plan de monitorear la deuda de los bancos, hogares y empresas no financieras. Pero, sigue habiendo agujeros. El vacío más importante en los planes para la cooperación económica es la indisposición a reconocer el vínculo entre los excedentes externos de países centrales y la fragilidad financiera en la periferia. El foco sigue estando en la indisciplina fiscal, que no fue la causa de las crisis en Irlanda o España.
Entretanto, la mayor falencia en el plan para un mecanismo permanente de estabilidad europeo es que sus recursos (un total de 500 mil millones de euros) sería insuficiente para manejar crisis de liquidez en países más grandes. Más aún, como ha notado mi colega Wolfgang Münchau, incluso esto depende de recursos de países que podrían también tener que ser rescatados.
Segundo, no está claro si los países ahora en problemas podrán escapar de sus crisis a un costo político manejable. Apenas han comenzado lo que sin duda será un proceso se ajuste largo y doloroso. Hoy, Grecia, Irlanda y Portugal encuentran el acceso a los mercados financieros prohibitivamente caro. No está claro cuándo o cómo podrán recuperarlo. Pero no tienen alternativa fácil. Los países en problemas tienen grandes déficit estructurales primarios (antes del pago de intereses). Entonces, la reestructuración de deuda por sí sola no es la panacea. Una cuestión adicional es si aquellos en problemas pueden recuperar la competitividad sin hacer su deuda denominada en euros aún más inmanejable. En el presente, parece probable que los países que ajusten su salida del desastre serán Irlanda y España. Pero igual es posible que haya nuevos golpes políticos y económicos.
Tercero, la eurozona ha fallado en cortar el nudo gordiano que ata la crisis fiscal a la financiera. La opinión dominante hoy es que hay que pagar en su totalidad a los acreedores senior de los bancos y que los gobiernos deben evitar reestructurar sus deudas, Esta combinación es una máquina para cargar los costos de los malos préstamos anteriores a los contribuyentes de países cuyos sectores privados se endeudaron en exceso.
Esto es, entonces, una “unión de transferencia”. Pero esas transferencias ocurrieron hace años, cuando se hicieron los préstamos. Sería útil (y honesto) que el gobierno alemán y los gobiernos de otros países acreedores digan a su gente que están rescatando sus propios ahorros en la forma de un rescate a los países periféricos. La alternativa es pasar los préstamos a pérdida y recapitalizar los bancos directamente. Admitirlo sería admitir que sus propias políticas han tenido errores. Eso sería de ayuda.
Ciertamente, podemos ir más allá. Una admisión de que hubo errores de virtuosos y pecadores puede ser una condición necesaria para sostener la voluntad política para fortalecer el sistema. Hay enormes desafíos adelante. Sería más fácil creer que se superarán si todos confesaran su parte en el desastre. Aquellos que prestaron tontamente y quienes se endeudaron tontamente están implicados.
Como ha resaltado Christine Lagarde, la ministra francesa de finanzas, “se necesitan dos para el tango”. Así es. El tango de la eurozona es tremendamente complicado. Pero el baile sigue. Y seguirá, mientras sobreviva la voluntad de seguir conectados.