Por Chris Giles
Casi tres años después de que comenzó la crisis, un nuevo fantasma atormenta a las economías más avanzadas del mundo: la posibilidad de que la mayoría de sus ciudadanos enfrenten años de estancamiento salarial.
En la posguerra, en las economías desarrolladas existía la creencia de que todas las generaciones podían esperar estándares de vida materialmente mejores que los de sus padres. Sin embargo, las perspectivas de que aumenten los ingresos rara vez han sido tan negativas como ahora.
Para algunos grupos de ingresos medios, la idea de que sus haberes podrían estancarse o disminuir no es nueva. El estadounidense promedio gana lo mismo desde 1975. Los ingresos medios de las familias japonesas, después del pago de impuestos, cayeron en el decenio finalizado en 2005. Y los haberes en Alemania se han reducido en los últimos diez años.
Parte de esta presión sobre los hogares de ingresos medios quedó oculta, al menos temporalmente, detrás del auge del crédito, que permitió a las familias gastar más de lo que ganaban. Ahora, terminada la era del dinero barato y con los países desarrollados en problemas para reactivar sus economías, las clases medias de todo el mundo sienten el ajuste.
Este no es el telón de fondo que querrían los políticos mientras se ven obligados a analizar aumentos de impuestos y recortes del gasto para reparar las finanzas públicas. Y es necesaria esa consolidación antes de que los países empiecen el proceso aún más difícil de hacer ajustes como respuesta a la mayor longevidad de las poblaciones.
Surgen dos preguntas relacionadas con las tendencias que se observan en los salarios: qué sucede exactamente con los ingresos en las economías avanzadas y porqué.
Hace poco empiezan a verse con claridad las respuestas. A partir de 1975, el sueldo promedio del hombre estadounidense se estancó en términos reales, mientras que el PIB siguió subiendo. El crecimiento del ingreso nacional per cápita debe ir a alguna parte. En Estados Unidos, el dinero fluyó casi exclusivamente hacia los más ricos. Los norteamericanos con ingresos antes de impuestos ubicados dentro del 1% más alto representaban el 8% del total en 1974, pero 18% en 2008.
La mayor desigualdad en los últimos años está lejos de ser un fenómeno estadounidense. La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) descubrió una mayor discrepancia de ingresos entre mediados de los ‘80 y fines de la década de 2000 en 17 de las 22 economías avanzadas de las que cuenta con datos suficientes. “Hay señales de que los niveles (de desigualdad) podrían estar convergiendo en un promedio común y más elevado”, comentó la OCDE en un reciente informe y que “los países como Dinamarca, Alemania y Suecia, que tradicionalmente han tenido baja desigualdad, ya no pueden evitar la tendencia hacia un incremento de la misma”.
La creciente desigualdad en casi todos los países se debe a tendencias del mercado laboral. Si bien la mayoría de los gobiernos de la OCDE intentaron luchar contra el aumento en la disparidad salarial elevando los beneficios estatales y reduciendo los impuestos laborales que afectan a los empleados de menor salario, el avance de la diferencia en los haberes superó la voluntad de imponer sistemas de beneficios y regímenes fiscales más progresivos.
La situación empeoró por la menor necesidad de trabajos que requieren conocimientos medios. En las economías avanzadas, el mercado laboral se está polarizando en “trabajos preciosos y trabajos asquerosos” comentó Alan Manning, profesor del Centro para el Desempeño Económico de la London School of Economics. Entre 1993 y 2006, disminuyó la proporción de empleos con salario medio, mientras que se incrementaron las tareas muy bien pagadas o muy mal pagadas. Esta situación se observó en casi todas las economías avanzadas, independientemente de sus características económicas y su cultura política.